Capítulo 2

2742 Words
Londres, Inglaterra. Minutos antes: Al otro lado de la calle, un hombre se encontraba mirando el balcón de su amada, anhelando por su belleza, sus ojos nunca se apartaron de aquel lugar donde varias veces miró con pasión a su mujer. El recordarla hacía que sus manos picaran por el deseo de acariciar su piel como la porcelana, su corazón palpitante le rogaba por sus caricias. Suya. Se repitió miles de veces. Con una sonrisa de oreja a oreja camino hasta donde uno de sus hombres se encontraba, dando instrucciones a los demás. Ignati contaba los minutos, solo faltaba poco para que Saeji estuviera junto a él. Rezó por qué se encontrará dormida, eso le haría la tarea más fácil. Lamió su labio cuando el jefe de seguridad le indicó que todo ya estaba listo como lo había planeado, con solo un chasquido de dedos, las piezas del tablero se moverían a su favor. Y dios, el sabía cómo poner todo a su favor, nadie sería la excepción. Y quién se oponga a sus mandatos, sufriría un castigo tan doloroso que el morir sería el único de sus ruegos. -Señor, es momento -murmuró el hombre de n***o que se encontraba con una tableta en sus manos. El varón de cabellos rubios y ojos verdes, tiró su cigarrillo, aplastandolo con su pie izquierdo. Con sutileza, acomodo su traje hecho a la medida y de alta costura. Con su mano derecha, acomodo su bello reloj dorado para después, pasar sus delgados dedos por sus cabellos rebeldes. Había llegado la hora. Por fin, Saeji estaría por siempre entre sus brazos. 🥀 Kwan Saeji: -¿Lo tienes? -mascullé contra el teléfono, mordiendo mis uñas con nervios, podía ver las gotas de sangre asomarse ante la piel arrancada. Estaba tan nerviosa. -Sabes que lo tengo, solo es cuestión que él haga un movimiento en falso y caerá -determinación, eso es lo que se escucha en su voz. -No te preocupes, mariposa. Nunca más te hará daño. Estás en otro continente, muy lejos de él. Ja, como si eso fuera un impedimento para mi padre. -No importa, si me llega a pasar algo quiero que lo liberes. Él es capaz de desaparecerme, aunque esté en el espacio encontraría las formas... -Lo haré, lo juro por tu vida. Si me entero que te toca un pelo, será su fin. Saeji... Tu padre va a caer y haré que su caída sea dolorosa, tan dolorosa que quiera acabar con su vida. Todo por ti. Abro los ojos de golpe ante el escaso recuerdo de la voz que me persigue en mis sueños. No puedo dormir pues su voz llena de malicia todavía retumba en mi mente, dándome una esperanza, aunque sea una pizca de algo... Miro el techo de mi habitación, molesta me pongo a pensar en las tantas veces que esperé por salir de mi casa, queriendo escapar de esa caja de cristal en la que me tenían amarrada con cadenas de hierro, que me lastimaban cada vez más. Sali, ¿pero a que costo? Tengo que vivir la vida que se me asigno, obedeciendo las órdenes que mi padre me da, pero si el cae de su cúspide, yo caigo con él y sus reglas también, pues su castillo lleno de mentiras se derrumbará ante sus pies. Deseaba ver eso. Porque será su caída y mi liberación de sus garras. Tengo contados sus pasos, si da uno adelante, me entero y si retrocede un par, también. Con un chasquido de dedos puedo derrotarlo. Pero siempre hay alguien que me impide hacerlo, Minji está en su posesión y si hago un paso en falso él puede ser una pieza clave para que papá me controle más de lo que ya lo hace. Como puedo levantarme de mi cama, cuando siento que el frío me impactó contra mis pies descalzos. Miro la luna en su máximo punto, aquella hermosura solo ve las desgracias de la humanidad, como entre nosotros nos traicionamos y nos matamos lentamente... Ella es tan hermosa. La luna siempre estuvo en mis noches de tormento, miles de veces le grité, le reclamé, le pedí ayuda, le conté mis penas y mis logros. Ella siempre estuvo ahí cuando más necesitaba a alguien. Hoy, está tan brillante como todas las veces que le hablé de mis desgracias. El aire helado de la noche entra por mi balcón, dejando entrar la luz que la luna me otorga; iluminando mi habitación. Siento como el frío aire toca mi cuerpo desnudo, solo me encuentro en bragas y una blusa de tirantes, el viento me eriza la piel. Cuando estoy por dar un paso más, escucho como algo cae en mi sala. Con los pelos de punta y el corazón latiendo a mil, me doy la vuelta. Mis manos tiemblan. Recuerdo haberle puesto seguro a la puerta de entrada. Como puedo camino hasta donde se encuentra mi bata de dormir, me la pongo con prisa y con los nervios carcomiéndome la cabeza. Unas pisadas pesadas se escuchan, con murmullos que hacen a mi mundo temblar de pánico. No creí que fuera tan rápido... El camino a mi habitación es largo, por lo cual tengo unos segundos para esconderme, mi único escondite seguro es... No tengo un escondite seguro. Así que como puedo, camino hasta el balcón, mi vida depende de eso. Miro la altura en la que me encuentro y millones de escenarios donde termino muerta se pasean por mi mente, dándome terror, un terror que me carcome el alma. Mis ojos van hacia atrás cuando la perilla de mi puerta se menea con fiereza, trago duro y lo hago. Cruzo el metal, pongo mis pies en la orilla del balcón y siento como uno de mis pies se resbala, causándome una herida en el pie. Quería gritar, pero no pude, porque cuando menos lo esperé estuve en los brazos de alguien. El miedo me recorrió, mis mejillas se empezaron a calentar y mis ojos se cristalizaron, sentí como las lágrimas bajaron haciéndome inmune al hombre de ojos verdes que me miraba como si un trofeo acabara de ganar. -Escapar de mí no te va a servir, Dea... -su voz ronca me erizó la piel. Sus dedos se enterraron en mis costillas, solté un jadeo de dolor. Vi como sus ojos verdes tomaron un brillo que no pude descifrar, con una sonrisa me miró a los ojos. Sentí miedo. Todavía colgando, sentí como miles de agujas se incrustaban en mi piel, dándome una dosis de terror. Mi corazón angustiado lloró de miedo, un miedo que no había sentido en mucho tiempo, cuando empezó a tocar mis senos con su pulgar el asco me invadió. Quise vomitar y deseé que me aventara al vacío. -Suéltame -murmuré con los dientes apretados por el terror llenando mis venas, los nervios se extendieron cuando dedo por dedo de su mano derecha me soltaban. Grité del miedo, pero no me importó si caía al vacío, deseaba eso más que nada. Una carcajada de poder se dio paso por el aire. Era un ser malvado y cruel, a simple vista se veía como un ángel, pero era un lobo vestido de cordero. -Nunca me digas que te suelte, no puedo hacer eso, si lo hago mi corazón sufriría... Me alzó por el viento y sentí vértigo, sus manos fuertes nunca me soltaron. Pero aun así sentí miedo, un miedo irreconocible, que me abrumaba el alma. Sentí como me estrecho contra su pecho duro, en todo ese tiempo estuve muda y estática por el miedo, no pude reaccionar, ni siquiera cuando aquellas palabras salieron de sus labios rojizos, impregnados por la sangre roja. Era el maldito diablo. -Tan mía -su aliento choco contra mi oreja, erizando mi piel y causando que mi corazón gritara de miedo. Mis ojos empezaron a soltar las lágrimas retenidas cuando comenzó a tocar mi piel, dejando una huella de fuego en ella, causando que mi mente se nublara. Quise gritar, pero cuando menos lo esperé, un pedazo de trapo tapó mi boca impidiéndome la acción de, aunque sea soltar un suspiro de dolor. Me aventó sobre la cama y sus manos inquietas empezaron a tocar mi piel con lujuria, lo vi en su mirada hambrienta por mi piel. Sentí que las llamas me quemaban, no quería esto, no lo deseaba, pero ardía. Mis ojos se encontraban nublados por las lágrimas que soltaba, mis mejillas bañadas con el terror de mis lamentos. Sus manos grandes cayeron sobre mi blusa, quitándola y dejándome venerable ante su vista, quise morirme en ese instante. ¿Por qué? Me moví como pude bajo su peso, queriendo quitarlo de mí, su presencia me asfixiaba. Quise que se detuviera y me dejara en paz, pero hacer aquello tuvo un costo. Su puño cerrado se estampo contra mi rostro aturdiéndome y dejando mi vista con miles de puntos negros. Ni siquiera supe cuando sacó mis bragas y me penetró. Lo único que recuerdo es a él encima de mi jadeando como un animal en celo, penetrándome lentamente mientras mi alma se empezaba a sentir sucia y mi corazón goteaba dolor, no pude hacer nada más que estar quieta y esperar a que terminara, dolía, pero no pude pararlo. Su rostro lleno de satisfacción se pegó con el mío. Sentía como se movía en mi interior, desgarrándome, el dolor de mi v****a era... No sabría describir aquello, es como si quebraran mi alma en mil pedazos. Ni siquiera supe cuando termine dormida, tal vez eso era mejor, dormir entre los brazos de la oscuridad no era tan malo como presenciar tu violación, al menos no dolería tanto... Simplemente dejé que la oscuridad me llevara, cuando casi estaba inconsciente, lo recordé. Recordé de donde había visto su rostro y mi alma se vino abajo. -Eres mía, Saeji... 🥀 Pesadas. Lágrimas pesadas caían por sus mejillas. No supo cuando despertó en aquel infierno. Su corazón latía tan rápido que el pecho le dolía, su cuerpo temblaba del miedo. Un miedo que la carcomía lentamente, lastimándola. Quiso gritar, gritar hasta que se quedara afónica de tanto expulsar sus más desgarradores alaridos. Pero por el miedo su voz se había quedado estancada en su garganta... Tenía tanto miedo. Sus ojos nunca se abrieron, pero aun así él sabía que se encontraba despierta. Saeji, se sentía asqueada, todavía podía sentir el semen de aquel hombre desagradable entre sus labios vaginales, sentía como corría entre sus muslos. Asco. Sentía asco de cómo había sido su primera vez, fue violada, ultrajada por aquel hombre con apariencia de dios griego... Eso le daba más asco. Por primera vez, pensó en las consecuencias de aquel acto atroz. Su mundo se vino abajo cuando la idea de un bebé -producto de la violación-, le invadió la mente. Sollozó y él la escuchó. Ignati sonrió cuando la vio justo a su lado, por fin la tenía entre sus manos, nunca la dejaría irse. La acaricio, sin importarle los sollozos de su chica, por otro lado, Saeji si tensó al sentir las manos de aquel hombre sobre ella. Las ganas de morir no la abandonaron... Desde el primer momento que la vio quedo fascinado, hechizado por su belleza. Oh, su jodida belleza lo era todo. La necesidad por poseerla lo habían llevado a cometer aquel acto, secuestrarla le abría camino a su historia de amor pero no estaba en sus planes hacerle el amor, no. Cuando la vio solamente con una braga y una blusa que dejaba ver sus pezones duros por el frío viento, algo en su interior se incendió en llamas, unas llamas que solo ella podía apagar, pero cuando la hizo suya el fuego chispeante en su interior se hizo más grande y no encontraba la hora en la cual volver hacerla suya otra vez. La eternidad era de ellos, nunca la soltaría; ni siquiera muerta. La seguiría hasta el infierno si eso le permitía tenerla entre sus brazos una y otra vez, alimentado su oscura obsesión. Los labios hinchados de su mujer lo incitaron a tomarlos, a poseerlos. Se veían tan jodidamente carnosos que quiso morderlos hasta sacar sangre de ellos. La mujer se retorció de ira y lo único que podía hacer era llorar, su pecho estaba embargado de dolor. Las lágrimas calientes y pesadas impactaban contra sus mejillas, poniéndolas rojas. En ese mismo momento, Saeji quería destruir todo a su alrededor, pero su cuerpo se encontraba inmovilizado con sogas que la apretaban ferozmente, dañándole la piel, sus muñecas ardían como el infierno, pero no la detuvo a moverse en el asiento con furia cuando sintió la mano del hombre sobre su muslo. El cuerpo de la joven se encontraba en llamas, quería patalear para quitárselo de encima pero no podía, no podía hacer nada por ella. Impotencia. La impotencia la estaba devorando lentamente, y se sintió furiosa, enojada porque no podía hacer nada por salir de las garras del lobo. Solo quería salir de ahí. La colonia que se esparcía por todo el auto en movimiento era tan fuerte que la hacía perder la cabeza. Mareada, se sentía mareada por la presencia del hombre. Cuando la mano de aquel hombre empezó a subir más y más, su cuerpo se puso tan rígido como el hielo, el miedo se propago por todo su cuerpo poniéndola alerta de cualquier cosa. Ignati la tocó otra vez, sus tibias manos tocaron su piel pálida y aterciopelada como el pétalo de una rosa. Tocando las pequeñas braguitas que le envolvían el coño, uno de sus dedos se escapó entre aquellos lechosos labios que lo incitaban al pecado. Por un momento quiso meter su cabeza entre sus piernas y saber si su elixir sabía tan bien como lo imaginaba, la idea era tan tentativa que sintió como su v***a se hinchó de solo pensarlo. Pero las pecaminosas ideas sobre el coño de su mujer montándolo y succionando todos sus jugos se vieron interrumpidos por los sollozos de esta. Con pereza, saco la mano que acariciaba su monte venus. La ira lo recorrió y sin querer, le gritó a todo pulmón explotando su ira. -¡Joder, deja de llorar! -aquellas palabras la asustaron, pues la voz de aquel animal se escuchó tan grave que la asustó más de lo que se encontraba. Terror. Aquel sentimiento la devoró. Tembló desatando la ira contenida de aquel hombre que la había retenido y violado contra su voluntad. Sin contenerlo, Ignati soltó toda su ira en su preciosa mujer. Un puño cerrado se estrelló contra su mejilla, causando que su labio se rompiera y el interior de su boca sangrara. ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿Por qué?! Se preguntó Saeji sumergida entre las garras de la oscuridad que tentaban por devorarla. No sabía que había hecho para merecer eso. Las manos de Ignati acariciaron su cabello con ternura, no sabía que había hecho. Se arrepentía, nunca quiso dañar a su muñeca. Se sintió miserable al ver su labio partido, el corazón le dolió por aquella atrocidad que lastimó a su mujer. -Perdón -susurró mientras bajaba el rostro apenado. Saeji lloró con fuerza, con ira. Y eso explotó la poca paciencia que Ignati contenía. Por primera vez quiso hacerle daño, ¿Cómo osaba llorar cuando él le estaba pidiendo perdón? Era una estúpida. Pensó que tal vez, uno que otro golpe la corregiría y la haría sumisa ante él, pero no quiso lastimar más a su muñeca. Aun así haría cualquier cosa para que lo deseara como él la desea a ella. Cuando menos lo pensó, las manos de aquel hombre acariciaron su cabello, tomándolo entre sus puños, jalando. Su piel se erizo cuando su frente choco contra la de él. El aliento caliente de Ignati impactó contra su rostro lleno de lágrimas y rojo de la rabia acumulada. Entonces, el hombre soltó aquellas palabras que la dejaron marcada de por vida, marcando su alma. -El llorar no cambiará los hechos -una sonrisa apareció en los labios carnosos de aquel monstruo. -Ahora estás justamente donde debías estar, a mi lado. Tu lugar por toda la eternidad está a mi lado, recuérdalo, amore. Porque iré por ti al infierno si se me es posible, mataré por ti y te mataría a ti. La promesa se selló cuando los labios de Ignati se posaron sobre los de Saeji, arrastrándola a las llamas del infierno, uno del que nunca podría salir. Ella siempre sería suya. Totalmente suya para la eternidad.
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