Capítulo 37. Una Promesa Bajo el Sol de las Canarias La luz dorada del atardecer bañaba la playa privada del hotel con destellos cálidos, casi melancólicos. El sonido del mar, acompasado, parecía marcar el pulso de un momento que no pertenecía a este mundo. La brisa marina golpeaba suavemente los encajes del vestido blanco que Paulina no recordaba haber elegido, pero que parecía haber sido diseñado especialmente para ella. No era el vestido tradicional de bodas. Pero su aire vaporoso, ese encaje sensual y el color de la pureza le daban un toque romántico y de boda... con algunos detalles incrustados en el encaje fino y pequeños bordados florales que casi ni si notaban, la hacían parecer una novia de ensueño. Sus tirantes tan delgados que podían no verse por el reflejo de la luna que ame

