Capítulo 35. Revelaciones en el amanecer de las confesiones.
Paulina caminaba descalza por el pasillo alfombrado del hotel, con los tacones colgando de una mano y la máscara dorada aún sujeta en la otra. Su vestido de satén estaba algo arrugado, pero su sonrisa era inconfundible: una mezcla de asombro, desconcierto y deleite. La noche había sido mágica, intensa, demasiado buena para ser real. Pero lo había sido. Y ahora, entre el zumbido lejano de los ascensores y el aroma tenue del jazmín que flotaba desde los balcones, solo le quedaba una cosa en mente: sus amigas.
La suite estaba en penumbras cuando Paulina empujó la puerta con cuidado. La luz tenue del amanecer se colaba por las cortinas pesadas y todo parecía inmóvil, como si el tiempo se hubiese detenido allí dentro. Ella tiró los
