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799 Words
Una persona siempre tiene que saber cuándo parar, y ese es el problema real aquí: Isabella no sabía cuándo hacerlo. Cuándo alejarse de una persona estaba bien, cuando una criatura le hacía tanto daño que lo mejor y más sano era alejarse. Siempre estuvo sola, o al menos, casi siempre. Su padre se dedicó a dejar hijos por el mundo, esa fue su labor. Su madre se volvió una adicta al trabajo y su tía, que la cuidaba y se encargaba de ella, era una esquizofrénica violenta sin tratamiento médico de la que debía huir todo el tiempo para que no le hiciera daño dentro de sus alucinaciones. No estudió, al menos nunca un grado completo. Siempre faltaba debido a que nadie le prestaba verdadera atención y su cerebro nunca estaba del todo concentrado. Esa fue su niñez, para eso nació: Ocupar un espacio en el globo terráqueo que seguramente alguien mejor perdió. ¿Quién sabe? Si ella no hubiera nacido, otro tendría esa oportunidad de vida, otro ser con más metas, con más planes. Un doctor, quizás. Un físico, tal vez, alguien que pudiera cambiar el mundo y toda la mierda que viene en él. Un ser competente y feliz, alguien con una pareja que lo pudiera amar, hijos que pudiera abrazar, amigos con los que pudiera contar, pero no. En cambio, nació ella. Siete y cuarto, caminaba apresurada mientras iba a su trabajo, no muchas personas se fijaban en ella, parecía invisible para todos, y en especial para los hombres. A veces sentía que Tomás le había hecho una especie de conjuro o maldición para que nadie nunca la volviera a mirar y sí, en efecto, ese hechizo existía, se llamaba “Baja Autoestima”. Se veía que quería esconderse del mundo y su ropa causaba que así fuera, que todos la evitaran creyendo que en cualquier momento un desbalance emocional suyo la haría matar a alguien, o llorar. Sí, la gente se cuida mucho de las personas a punto de explotar. Su trabajo era tan rutinario que poco le importaba, sólo la paga era lo que le alegraba. No era mucho, pero el hecho de ser suyo, de tener dinero propio y esa independencia que rayaba con la pobreza pero que la hacía sentir una persona normal, le daba una pizca de paz a su alma carente.  Ofrecer seguros de vida era algo irónico, y ella en serio odiaba la ironía. Saludó con la cabeza a las únicas tres personas que la saludaban a diario, Ángeles de Camino, les decía ella, como aquella historia de la señora que estaba a punto de ahorcarse en su habitación, hundida en la depresión y un niño tocó a su puerta insistentemente para ofrecerle unas galletas que él mismo preparaba para sobrevivir junto a su hermanito menor y su madre postrada en cama debido a un cáncer terminal, la mujer se arrodilló a darle las gracias por salvar su vida, por demostrarle que aún quedaban personas buenas en el mundo y que ella podía ser una de ellas, así cómo él. Siete y veintisiete minutos de la mañana, ubicada ya en su silla, tenía unos minutos aún y optó por abrir sus r************* . Tom no le permitía usar f******k porque era un imán para conocer hombres, según él, por lo que Isabella se sentía como una anciana al usarlo sin mucha experiencia ni conocimiento previo. Inició sesión, y confirmó unas solicitudes de amistad de algunos que estudiaron en el instituto al mismo tiempo que ella. Esa fue una época muy bipolar en su vida. Era una deportista, amaba estudiar, a pesar de no tener muy buena conducta ni rendimiento, discutía con los profesores casi siempre, tal vez por sus malos amigos de la época, tal vez porque esa era su verdadera actitud, o tal vez era la simple rebeldía de la adolescencia, el caso es que una vez rayó la Terio de uno de ellos y se rió como loca escapando antes de ser descubierta. La parte buena de esto era que tenía amigos, no muchos, tampoco muy cercanos. Ella siempre fue un poco tímida y reservada a pesar de todo, pero sí que se divirtió en esos años. Esto hasta que un buen día Tom apareció en su vida, fue en una fiesta de algún chico mayor a la que Isabella asistió con amigas y escapándose de casa por la ventana de su habitación mientras su madre cubría un turno nocturno y su tía golpeaba la pared de su recámara, él vendía la droga esa noche así que estaba rodeado de gente como un Rock Star, y la Isabella inocente, estúpida y enamorada se flechó del menos indicado para entregar su corazón. Y empezaron acciones que desencadenaron reacciones.  Fiesta tras fiesta, vicio tras vicio, droga tras droga.
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