Siguió hundiéndose junto a Tom hasta un punto en el que casi pierde todo su esfuerzo por inasistencias acumuladas, ese fue el primer llamado de atención, la primera observación que ignoró, y que si hubiese atendido, quizás todo sería distinto.
Era casi imposible olvidar el primer día, el día en el que todo pasó de gritos e insultos a golpes certeros y dolorosos, Isabella dejó de acompañarlo, tratando de cuidar sus estudios, y todo fue empeorando entre ellos, aunque pudo graduarse con un poco de ayuda de parte de varios profesores, no asistió al acto de graduación junto a sus compañero, porque sencillamente, Tomás no se lo permitió.
Su única labor al día era esperar que él llegara a casa, cómo una flamante esposa a la espera de su marido trabajador. ¿Su madre? No le impidió irse a vivir con el chico y su suegra, el día en el que se los presentó por vídeo llamada casi rogó para que ella notara el enrojecimiento de su cuello, resultado que había dejado minutos antes Tom al ahorcarla con fuerza, o que viera sus ojos hinchados y atormentados a través de la pantalla. Casi suplicó para que se negara como cualquier madre haría, como la madre buena que en realidad no tenía. Pero no, no lo hizo. Nunca lo notó, o tal vez fue que nunca le importó. Daba igual cual fuera el motivo, el hecho era el mismo.
Mauri, su suegra, era una de esas rebeldes que salió embarazada a los quince años y fue excluida de su familia por lo que crió sola a su hijo, encontrándose con mil y un obstáculos que hicieron que tratara de sobreprotegerlo más de la cuenta. Motivo por el que lo malcrió en exceso llenándolo de lujos innecesarios para su vacío corazón el que, con el tiempo, empezó a llenarse con drogas, fiestas y alcohol. Mauri era aún una hermosa mujer, pero seguía pensando cómo una adolescente añorando, tal vez, esa época que ella perdió por sus errores. Cuando Tom le avisó sobre su decisión de que Isabella se iría a vivir con él, Mauri no dudó en aceptar gustosa y feliz, y era lógico desde su punto de vista. Ahora sí, sin niños pequeños, ni ataduras, y con una esclava en casa para cumplir con los caprichos de su pequeño monstruo, el demonio que había creado. Mauri era libre para hacer lo que quisiera con su vida.
-¿Isa?¿Isabella? Hey, ¿Estás escuchando?
-Lo siento, ¿Qué me decías?- estaba descolocada, se había quedado inmersa en el f*******: mientras su mente viajaba al pasado, analizando situaciones antiguas con el ojo clínico que no tuvo en el debido momento. Rovi, uno de esos tres personajes que le saludaban a diario, estaba hablando en su dirección. Isabella trató de mirarlo con interés apartando por un instante ese look zombie que siempre mantenía.
-¿Te sientes bien?¿Estás enferma o algo? - se veía un poco preocupado.
-Sí, claro. Dime, ¿Necesitas algo en lo que te pueda ayudar?- Endulzó su tono para dirigirse al dulce chico, él era amable con ella.
-No, no es eso- se rió nervioso- Es sólo que te decía sobre salir, no sé, a algún lado alguna vez.
Isabella pestañeó aturdida por sus palabras
-¿Con quién?
-Pues, contigo- Levantó una ceja para exagerar la obviedad del asunto. Se estaba molestando, era claro, pero Isabella parecía muy aterrada con la simple idea que él le dibujaba.
-Oh, Rovi. Perdona, hoy estoy más tonta que nunca- asomó una sonrisa cubierta de sonrojo. -Eh… Claro, me gustaría salir un rato. Avísame y lo cuadramos, ¿Quieres?
-Ok, genial- Rovi sonrió satisfecho y se dirigió a su asiento donde no dejaba de lanzarle miradas furtivas mientras hablaba animadamente por el teléfono.
Isabella estaba un poco anonadada y confusa pero realmente no le dio mucha importancia, sólo deseó que Rovi lo tomara de la misma manera. No entendía por qué había aceptado, no se sentía preparada para salir con nadie. Pero ya no podía retractarse, sólo quedaba esperar el día y buscar alguna excusa buena para no ir, cómo la cobarde que era.
La jornada laboral duró hasta las dos y media de la tarde. una hora y media más de lo usual. Isabella salió de el lugar lo más rápido posible para no toparse con Rovi de camino a la puerta. Prácticamente corrió hasta la parada del autobús, subiendo al que estaba estacionado justo a tiempo y suspiró aliviada cuando, al sentarse, en un lugar vacío miró por la ventana. Rovi sacudía la mano despidiéndose de ella con una sonrisa triste en el rostro junto a la puerta del edificio.
Isabella odiaba el romanticismo, pero era confuso, no sabía si realmente era ella quien lo aborrecía o sí, en lugar de eso, había sido producto de todos los maltratos de su dañino pasado lo que le hacía ver lo cursi como algo humillante para ella.
“Amo besarte, pero amo aún más golpearte” esa era la poética frase con la que llegaba Tom a casa luego de cada día en el que tomaba o se drogaba de más.
La levantaba de la cama, dormida o despierta, y le daba un beso en la frente, luego le daba un puñetazo en la cara, todos los fines de semana. Sí, seguramente sucesos así borrarían el lado romántico de cualquier persona de raíz
Y ahora aquí estaba Rovi. Quien físicamente era atractivo, aunque no en el sentido que se le hacía visualmente llamativo a Isa. Él tenía cabello rubio y los ojos verdes, eran un contraste demasiado marcado con Tomás quien era pálido, con los ojos y el cabello oscuro.
Se parecían un poco en ese egocentrismo que ambos tenían, aunque en la actualidad sería un comportamiento adherido al egocentrismo masculino. Lo diferente claro está, era mucho. Y es que Rovi era amable, dulce, carismático, gracioso, tierno, inocente y sonriente. Y esas eran unas cuantas cosas en las que se marcaban sus diferencias, lo que lo hacía tan distinto a su venenoso amor.