La música era electrizante, ponía a vibrar cada fibra de sus músculos a un ritmo capaz de acelerar las pulsaciones cardiacas. Y las luces… Aquel juego de colores capaz de cegar el mundo entero, iba en compañía del sonido, llevando sus sentidos a otro nivel, a un punto máximo, casi de quiebre, donde se sentía a punto de estallar. Ninguno de ellos había ido jamás a una discoteca, por eso, aquella primera vez, los tres se sintieron descolocados y fascinados, como si acabaran de ingresar a una nueva dimensión; los tres se dejaron seducir por la magia del momento, permitiendo que el entorno los llevara al limite. —Jamás imaginé que podría ser tan—comenzó a decir Aron, pero se detuvo, cuando las bebidas fueron colocadas ante ellos en la barra—. Lo lamento, pero no pedimos nada. El sujeto al

