Lía

2875 Words
Limpio con rapidez las mesas mientras veo a más hombres vestidos de uniforme entrar. Nunca me acostumbraría, aunque solo entraban mayores, y a mí me gustaban, pero no cuando podrían ser mis padres. Irme a Estados Unidos, exactamente, Gulfport, Misisipi, había sido un golpe de suerte. Gracias a una empresa de trabajo en Estados Unidos para gente joven, lo había conseguido. Camarera. No era el trabajo de mis sueños pero me daba para mantenerme y perfeccionar el idioma. —   Señorita —llaman mi atención y miro hacia la barra mientras me dirijo a ellas—. Ponme unas cervezas, por favor. —   Ahora mismo. Me meto detrás de la barra y no tardo en coger unos botellines y abrirlos. Los pongo en la barra y les sonrío. —   Gracias —dicen. Limpio la barra y miro el reloj, sabiendo que la hora fuerte aún no había llegado y que pronto empezarían a llegar un montón de marines deseosos de unas cuantas cervezas. La verdad es que este no era el primer trabajo que me había conseguido la empresa. Un internado de niños autistas había sido el primero. Lo dejé porque ellos tenían más fuerza que yo. A pesar de los tirones de pelo, de que alguno me escupiera y demás, les cogía cariño. Pagaban más en el bar y trabajaba menos. Tenía unos turnos asequibles que me permitían vivir, y por lo menos, dormía en casa. Me iban conociendo poco a poco y ya se sabían mi nombre: Lía. —   Lía, preciosa —dice Kevin apoyándose en la barra—, ponme un whisky. —   Y aquí una cerveza —piden al otro lado de la barra. Intento quedarme con todo lo que me piden y unos tienen que esperar más que otros porque tengo dos manos y aún mi compañero no ha llegado. Cuando veo a James aparecer, casi me tiro en sus brazos porque no podía estar sirviendo cervezas, retirándolas, limpiando las mesas y complacer a todos. James, era de Panamá y actualmente convivía con él en un pequeño apartamento. Muy pequeño. Tenía un año más que yo y también trabajaba conmigo en el internado. Su padre vivía en Los Ángeles pero él buscaba siempre nuevas oportunidades. —   Aquí está James para salvarte el culo —dice cogiendo el abridor. —   Más bien para cumplir tu turno —sonrío haciendo que él me guiñe un ojo. Él era ingeniero Náutico y su sueño frustrado es haber estudiado lo que quería y no conseguir trabajo; como el de la mayoría. —   Voy a recoger las mesas —le aviso. Cojo la bandeja y la bayeta, y salgo de la barra para empezar a recoger cervezas vacías, mientras el bullicio del pequeño bar me envolvía. Mi madre me había mirado con resignación al otro lado de la pantalla porque mi sueño de ser una organizadora de eventos de éxito se estaba yendo por el desagüe. —   Trabajar de camarera podrías haberlo hecho aquí —había dicho. —   Estoy aprendiendo otro idioma, piensa eso. —   Inglaterra está más cerca, y tendrías a tu prima allí. —   Tengo a James. —   Es un buen chico. Sí que lo era. Había sido duro el cambio, estar lejos de la familia, no tener la exquisita comida de tu madre y tener que sobrevivir y sobre todo, la calidez de tu casa, tus amigos, las risas y las cervezas. El ir y venir. Mi vida había cambiado completamente y aún estaba intentando adaptarme en mi tercer mes. El bar se llena mientras atendemos a todos con una sonrisa. Las cervezas vienen y van, las bolas del billar suenan y no veo la hora de cerrar. Cerrar era la peor parte. Tocaba limpiar, reponer las cámaras con la bebida y sacar la basura y las cajas. Estoy barriendo mientras James se encarga de poner el lavavajillas y secar los brazos. No estamos hablando mucho porque estamos cansados, pero su voz no tarda en llenar el lugar. —   Esperaba que me dijeses algo de los marines guapos que se han sentado en la mesa del fondo. —   Oh —me giro y lo miro—. ¿Los has visto? Me encanta cuando vienen en uniforme. Sobre todo cuando lo rellenan, le quedan tan bien qué me desmayaría. James suelta una carcajada. — ¡Qué exagerada! La pena es que no vienen muchas mujeres por aquí. —   Y si vienen ya sabemos sus intenciones. —   ¿Encontrar un esposo marine mientras se sienta en la barra con su minifalda? —Pregunta James. —   Exacto. ¿Viste a la mujer de ayer? —   Por suerte sí, ¡Era guapa! —   Sí que lo era —termino de barrer y tiro lo que he recogido a la basura—. ¿Se fue con algún marine a casa? —   Uno cayó. —   Pues espero que se lo pasase bien. ¿Vamos a tirar la basura? Él asiente y ambos cogemos la basura para dejarla fuera. Hacia un poco de fresco pero se estaba bien. —   Conseguirás un marine guapo para ti —dice. —   Dudo que se fijen en mí con estas pintas —me señalo. —   Venga, no estás mal —me anima dándome golpecitos en mi hombros—. Te he visto peor. —   Vaya, gracias. Nuestro uniforme consistía en pantalones, camiseta negra y deportivas. Yo solía llevar mi pelo en una coleta o un moño bajo, a veces, una trenza. Iba siempre maquillada excepto los días que mi jefe me llamaba para adelantar mi hora de entrada. Lo bueno de vivir con James es que íbamos los dos a casa juntos y él conducía. Me monto en el coche y dejo la mochila en mis pies para después ponerme el cinturón. Aprieto el botón para encender la radio y me acomodo en el asiento mientras James ocupa su lugar. Arranca y nos ponemos rumbo a casa. Llevábamos casi desde el principio viviendo juntos y no podía tener un mejor compañero de piso. Él era tan enérgico y brillante que podía iluminar todo nuestro barrio. Él va hablando animadamente sobre ir mañana a tomar unas cervezas porque tenemos la noche libre. —   No sé por qué los sitios cierran tan temprano —dice—. Estar borracho a las ocho de la noche no da muy buena imagen. —   En España podemos cerrar el club a las seis de la mañana. —   Deberíamos irnos a España a vivir. Ibiza parece un buen destino. —   Sí. ¿Qué echas de menos de Panamá? —   Definitivamente, la comida. El arroz con coco. Me río. — ¿No puedes hacer el arroz con coco aquí? Me gustaría probarlo. —   No es coco natural, si no en lata. No es lo mismo. ¿Cuándo me harás una tortilla de patatas? —   Pronto. —   Podrías llevar una al bar y la vendes a los marines, un trozo, un dólar. Suelto una carcajada porque me estoy imaginando la situación. —   Ganaríamos un buen dinero —digo. —   O podríamos envenenar a todo el mundo con tu comida e ir a la cárcel. Esta vez sí me río con ganas. No cocinaba mal. Bueno, no era mi gran habilidad pero entre James y yo nos manejábamos bastante bien. Tenía unos duros turnos porque un chico se había ido y otra chica estaba enferma, por lo que James y yo cubríamos todos los turnos con ayuda de mi jefa mientras encontraba a alguien más.   Cuando llego a casa me ducho y me tiendo en el pequeño sofá que tenemos frente a una televisión pequeña. Me dolían los pies y estaba cansada. Llevaba en el bar desde el mediodía y no había parado. Mi compañero de piso y mi único amigo aquí estaba haciendo la cena mientras yo ponía una mesa. Él solo tiene que abrir el envoltorio de la pizza y meterla en el pequeño horno que tenemos. —   Nos merecemos más —dice apoyándose en la encimera. La cocina y el salón estaban en una misma habitación. Era lo que veías cuando abrías la puerta de casa. Después, tenía dos pequeñas habitaciones y un baño. —   ¿Has pensado en algo ya que nos saque de pobres? —Le pregunto incorporándome un poco. —   Aún no, pero la idea que tuviste sobre una empresa de chicos de compañía cada día me resulta más tentadora. Sonrío y cojo el mando de la televisión para ponerla. Siempre hablábamos de cosas que podíamos hacer en un futuro: Montar una empresa, irnos a otro estado, ciudad o cualquier cosa que nos diese más dinero. Para eso estábamos aquí. Aunque él no dejaba de decirme que si algún día estaba cansada de todo y queríamos parar, que su padre nos recibiría en Los Ángeles con los brazos abiertos. “Tendremos una cama, comida y descanso” había dicho. Pero todavía no era nuestro momento para volar a Los Ángeles porque ni siquiera teníamos dinero suficiente para el vuelo. El dinero se iba volando. Cuando me daba cuenta, ya no tenía dinero. La verdad es que sí, salía, me compraba lo que me hiciese falta y demás porque para eso estaba trabajando, para vivir.   Siempre había querido salir fuera del país y vivir aventuras. Trabajar en un país distinto, conocer a la gente y la cultura era lo más maravilloso que había hecho nunca. A pesar de levantarme, vestirme e irme a trabajar de nuevo. Siempre la misma rutina seis días a la semana. Entra, sonríe, saluda, ponte detrás de la barra y comienza a atender a los clientes, rellenar las cámaras, poner lavavajillas, limpiar las mesas, los baños etc. Pero era divertido. Algunos eran muy graciosos y se ponían a intentar hablar conmigo en español mientras yo los miraba con una cara de “no sé qué estás intentando decir”, otros lo manejaban bastante bien y después estaban los serios y los soldados guapos.   Al día siguiente, en mi día libre, voy al supermercado para comprar algunas cosas que nos hacen falta. Habíamos decidido escatimar en gastos y ambos hacíamos la compra juntos. Poníamos el mismo dinero para la compra y lo que sobraba lo repartíamos; aunque nunca sobraba nada.   Compro lo que más falta me hace y voy a casa, cargando con las bolsas y dejándolas en la cocina. Guardo todo y me siento en el sofá con el móvil. No tenía ningún amigo aparte de James, así que, no sabía que hacer durante todo el resto del día.   …   Miro a James de forma desaprobatoria y él se encoge de hombro pareciendo inocente. Solo hay un par de personas en el bar y después de limpiar los baños, estamos secando los vasos y poniéndolos en su sitio. —   ¿En serio? —Le pregunto por tercera vez. —   Te he dicho que sí —se ríe—. Yo no soy quien tiene el problema, sino ella. —   Pero sabes que tiene novio. —   Si a ella no le importa, ¿Por qué a mí debería importarme? —Pregunta secando los vasos y dejándolos encima de la barra para que yo los coloque. —   No lo sé, me parece un poco ruin acostarte con una persona que tiene novio. —   Me gusta la chica —se encoge de hombros—, y ella no ha podido resistirse a este increíble moreno —se señala. Me río y niego con la cabeza mientras sigo colocando los vasos. —   Últimamente estás ligando mucho —digo. —   Y tú muy poco. —   No suelo ligar. Eso de acercarme a chicos me da pavor. Me tiemblan las piernas y empiezo a decir tantas gilipolleces como pájaros hay en el mundo. —   No será tan grave. —   Es muy grave, tienes que enseñarme a ligar —digo seriamente. A él le hace gracia, por lo que se ríe y me da con el paño. —   Yo no hago nada, simplemente las atraigo. —   Vaya, que suerte. ¿Será el desodorante? —   Puede ser —se ríe—. Y tú deberías maquillarte. —   Por un día que no voy maquillada, James. —   ¡Podría entrar el amor de tu vida por la puerta! En ese momento la puerta se abre y ambos miramos a la persona. Un hombre de sesenta años. James me mira y se ríe un poco. Le doy con mi puño y el hombre se sienta en una mesa. —   Ve a atenderlo tú —dice James—. Quién sabe si es o no el amor de tu vida —se burla. —   Si lo es, espero que tenga dinero, ya que la juventud se le fue. —   Me acerco y escucho la puerta nuevamente abrirse. —   Hola, ¿Que le pongo? —Le pregunto. —   Un whisky con hielo —dice con una voz grave—. No tardes, niña. Me giro y entro en la barra para poner un whiskey con hielo. Se lo llevo a la mesa y me retiro sin decir una palabra porque parece que mi presencia le molesta, o la vida en sí le molesta. No lo culpaba. Yo tenía esa cara cuando no tenía que atender a nadie. Voy al servicio, avisando antes a James, y cuando vuelvo, hay más hombres de los que esperaba. Siento sus vistas sobre mí mientras me abro hueco hacia la barra y entro.   —   ¿Dónde has ido a mear? —Pregunta James abriendo un botellín de cerveza— ¿A otra galaxia? —   Eso parece. Salgo fuera esta noche yo —le informo cogiendo la libreta de las comandas y un bolígrafo. Mientras camino hacia las mesas, guardo la libreta en el bolsillo de mi pantalón y mi primera parada es una mesa de seis chicos que no están nada mal. Pelos rapados, uniformes, algún que otro tatuaje... James siempre me decía que podía estar "la masa" dentro de un uniforme y a mí me gustaría; y podría ser cierto, sobre todo si rellenaban el uniforme, eso ya era un placer para mi vista. —   ¿Qué vais a tomar? —Les pregunto. Ahora, tengo la atención de esos seis pares de ojos, la mayoría oscuros. Ellos se miran y empiezan a pedirme. Cervezas y whisky. Me paso por varias mesas más antes de ir a la barra de nuevo y ahora sí, tengo que coger la comanda para ir apuntando. ¿Cómo sabía qué era para cada mesa? Porque en la comanda, antes de apuntar las bebidas ponía el nombre de la persona, si me lo sabía, claro. En el caso de que no me lo supiera, ponía algún rasgo característico como: chicos ojos oscuros, hombre barba larga, hombre ojos claros, chico ojos azules etc. Lo ponía que en español, por lo que nadie, excepto James y alguno que me sorprendiera por ahí, sabía lo que ponía. ¿Algo que también había en el bar? Peleas. Borrachos o no, siempre había algún motivo para pelear. Una mujer, una opinión no aceptada, de nuevo una mujer o porque alguien se acordaba de la familia de alguien. ¿He dicho ya por una mujer? Las mujeres iban de soldado en soldado intentando buscar al mejor, o eso era lo que yo pensaba, la verdad. Nada como en las películas, que encontraban al amor de su vida la primera noche que él o ella visitaba el bar. Me asusto cuando escucho los vasos caerse y miro a mi alrededor. Voy ya con la bandeja vacía cuando veo a dos chicos pegándose como si esto fuera el ring se la WWE. Me aparto ágilmente como a una liebre que van a cazar y me meto detrás de la barra mientras James sale suspirando pesadamente. Cojo el teléfono, dispuesta a llamar a la policía si no se separan y varios hombres se meten a parar la pelea cuando mi amigo grita que si se quieren matar que lo hagan fuera, que no nos pagan para que quitemos la sangre del suelo. —   Dame hielo —me pide un chico rubio—, mi amigo los va a necesitar. —   Claro. Le doy un vaso con hielo y él me guiña un ojo. — Soy Luke, por cierto, nunca te había visto por aquí. —   Quizás porque no sueles frecuentar mucho este sitio, siempre estoy aquí. —   ¿Vives aquí? —Pregunta sorprendido y miro sus ojos marrones. —   Algo así —me encojo de hombros—. Se te van a derretir los hielos —digo. —   Eso es porque tú desprendes mucha calor por aquí —sonríe abiertamente y yo no puedo hacerlo porque estoy asimilando su coqueteo para después reírme. —   Qué cavernícolas —murmura mi compañero cobrando una de las comandas—. Cualquier día van a darme. —   ¿Por qué intentas separar? No es nuestro trabajo. Si se quieren matar, que se maten —le digo poniéndome a su lado mientras ambos miramos la pantalla. —   ¿Y que destrocen esto? —   No es tuyo. —   Pero nos toca limpiar, gamba. Ruedo los ojos y me separo de él por ese horrible y feo mote. Podía haberme puesto un mote bonito, que todo el mundo suspirara cuando lo oyese, pero no. Gamba era el más acertado porque cuando era verano yo me llevaba todo el día en la playa tomando el sol. —   ¿Puedes darme la cuenta? —Escucho la voz de Luke y me giro con el papel en mi mano cuando observo al chico que está a su lado. Él está mirando hacia la puerta con el ceño fruncido. Puedo ver su perfil y los recuerdos se aglomeran en mi mente dejándome totalmente en shock. Su pelo sigue igual de largo, un poco revuelto. Su cuerpo ahora es más imponente porque tiene más músculo. Puedo verlo a través de la camiseta que lleva.  Se ha dejado crecer un poco la barba y ha sido él quien se ha metido en pelea. James me quita el papel de mis manos y me giro porque estoy muy nerviosa. Me meto hacia la parte del almacén y me quedo allí teniendo un cortocircuito. Hacía años que no hablaba con él. Después de despedirnos en la parada del autobús, habíamos hablado durante unos meses, después, él dejó de hablar y pensé que era mejor así. Ni siquiera me había acordado de él, de que me dijo dónde estaba destinado y yo había pasado ese hecho por alto hasta ahora. —   ¿Qué pasa? —Pregunta James asomando la cabeza. —   ¿Ya se han ido los chicos de la barra? —   Sí, ¿Por qué? —   Después te lo cuento —lo empujo hacia fuera y respiro hondo cuando no lo veo.    
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