¿Nunca?

2099 Words
ELIZABET Los cálidos rayos del sol acarician suavemente mi cara, prometiendo un día nuevo. Sin embargo, el despertar es brusco y doloroso: un punzante dolor de cabeza me atormenta. «¡Eso es por tu resaca!», mi mente ríe con sarcasmo. Despierto un poco, abro los ojos a medias, pero el mundo se tambalea, todo gira en un caótico vals. Cierro los ojos de nuevo, buscando consuelo en la suave oscuridad y recostando mi cuerpo contra el respaldo de la cama. Intento reunir mis pensamientos, pero el chirrido de la puerta interrumpe mi sosiego. Un hombre emerge del baño con una toalla ceñida a su cintura, su torso al descubierto como un Adonis moderno. —Hola, dormilona, ¿cómo te sientes? —me pregunta, mientras seca su cabello n***o como la noche. Sus marcadas líneas corporales evocan pensamientos prohibidos. Pero entonces, en medio del torbellino de lujuria, los recuerdos de la noche anterior regresan con fuerza. La vergüenza me envuelve y me esconde bajo las sábanas. El remordimiento tambalearía cualquier reflexión clara y su risa añade sal a la herida. Al sentir que se sienta en la cama, mis nervios se aceleran. Cuando tira de las sábanas para descubrir mi cara, cierro mis ojos firmemente, tratando de escapar de la magnética oscuridad que brilla en su mirada. —¿Qué pasa? Anoche no podías apartar tu mirada de mí —me dice, con un tono ligeramente burlón. —Eso fue porque estaba ebria —respondo, abriendo los ojos para encontrarme con su mirada abismal. Él sonríe y me ofrece un vaso de agua con un par de pastillas, asegurándome que me sentiré mejor. Tomé las pastillas junto con el agua y murmuré un agradecimiento forzado. Su mirada me inquieta, así que desvío los ojos para inspeccionar el lugar. Me doy cuenta de que no estoy en un hotel. Anoche no presté atención, pero ahora, al rememorar, la vergüenza y el remordimiento se agrandan. No sé quién es peor, Liam o yo, por actuar en venganza; he cruzado mis propios límites. —¿Dónde estamos? —pregunto, sintiéndome desconcertada. —En mi casa —responde, su oscura mirada me incomoda aún más. Intento evitarlo, concentrándome en cómo salir de aquí lo más rápido posible, pero al verme vestida con una pijama de hombre, evidentemente suya, pregunto otra cosa. —¿Y mi vestido? —Cuestione al no verlo por ningún lado. —En la basura —responde mientras se levanta de la cama y camina hacia su armario. —¡Genial! ¿Y qué se supone que usaré? —replico, visiblemente irritada. —Tranquila, tengo todo bajo control —dice, abriendo el armario y sacando una bolsa con ropa para mí. —No te voy a dar las gracias. Estamos a mano por mi vestido —arguyo, molesta. —No te preocupes, ¿sabes? Eres más simpática cuando estás ebria —bromea, sacando un traje azul marino. El tono burlón me irrita, le lanzo una mirada fulminante. Él solo sonríe. —Deberías ducharte antes de desayunar, eso te ayudará a relajarte —sugiere, suavizando su voz mientras se cambia de ropa frente a mí. Trago saliva ante semejante espectáculo y su escultural cuerpo. «Este hombre es la tentación personificada», pensé. Debo controlarme si quiero salir de aquí, aunque mis malos pensamientos me indiquen lo contrario. —¡No! —digo. —¡No, qué! —cuestiona, confundido. —No puedo quedarme a desayunar —respondo, ocultando mis nervios. Él me fulmina con la mirada, dejando claro que mi respuesta le molesta. No tengo opción, no tengo la mínima intención de pasar ni un minuto más aquí. Me levanto de la cama y camino hacia su armario. Con toda la pena del mundo, cierro la puerta tras de mí. Es increíble estar en esta situación. Pienso de nuevo en sí soy igual o peor que Liam. Me siento terrible. ¿Por qué no me siento satisfecha, si él se lo merece? Se supone que debería sentirme mejor, y no es así. Me pregunto repetidamente por qué. Frente al espejo, noto que la ropa es nueva y de muy buen gusto. No creo que él la haya elegido. Al abrir la puerta, lo primero que veo es a él. No voy a negar que tengo buen gusto. Se ve perfecto en ese traje azul marino, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Él tiene ese no sé qué, qué sé yo, que me encanta y me atrae. Dejo de babear cuando noto su molesta expresión. —¿Así que solo te irás? Lo de anoche no fue solo sexo ocasional, y lo sabes —dice con seriedad. —Lo siento, yo… —Intento responder, pero no me lo permite. —Anoche, yo me iba a retirar a tiempo; ¿para qué seguiste si iba a terminar así? —exclama, elevando el tono de su voz. Sé que tiene razón, pero en este momento tengo mis sentimientos a flor de piel. Por primera vez, estoy confundida. Él me hizo sentir algo que ni yo misma sé qué fue, y eso me aterra. Solo quiero salir de aquí y olvidar lo de anoche. Fue un error que no debí cometer. —No, [respiro hondo], no puedo quedarme, ya voy tarde al trabajo —mentí, intentando ocultar la verdad: soy casada. —Eso no responde mi pregunta —exclama. —No tengo tiempo para esto, lo siento. —Tomé mi bolso y salí de la habitación, sobresaltada por la intensidad de mis emociones. Caminé hacia las escaleras, con él siguiéndome de cerca, tratando de detenerme. No me detuve hasta que una señora de edad avanzada apareció de repente. —¡Señorita! El desayuno ya está listo —informó, llena de entusiasmo. —Buenos días —saludé cortésmente. —Joven, ya está lista la comida que ordenó —se dirigió a él. —Gracias, Carmelita, pero la señorita no tiene intención de probar lo que has preparado solo para ella —dijo, acusándome. Carmen frunció el ceño, abrió sus ojos como platos, tomó mi mano firmemente y me llevó al comedor, diciendo: “¡No, no puede irse sin antes probar un poco! Verá que lo que preparé está de rechupete”. No tuve más remedio que aceptar, encantada por su amabilidad, y con el rugir de mi estómago a la vista del espléndido banquete. Quise agradecerle, pero cuando me volteé, ella ya no estaba. Procedí a sentarme, y él tomó asiento frente a mí, con una mirada intensa. Al probar la comida, me doy cuenta de que Carmen tenía razón: la comida está de rechupete. Comía en silencio, mientras inspeccionaba el lugar. La casa se sentía acogedora, con grandes ventanas que iluminaban las paredes blancas. Los detalles en azul y gris neutro le daban un toque especial. Los retratos le daban calidez al hogar, contando historias de familia. Todo iba bien hasta que él interrumpió mi apacible recorrido visual. Aunque admito que su rostro es una vista hermosa, incluso mientras come, y agradezco el silencio durante el desayuno. Pero la tranquilidad no duró mucho, ya que mi móvil vibró en mi bolso. —Puedes contestar si quieres. —Me observó mientras tomaba un sorbo de vino. Saqué mi móvil y vi que era Nicole. Ignoré la llamada y continué comiendo, pero ella insistió. —Puedes contestar con toda libertad —dijo, insistente. —No es importante —respondí. —¿No lo es o es por mi presencia? —comentó, visiblemente irritado. —Si digo que no es relevante, es porque no lo es —contesté, llevándome un bocado a la boca para evitar más conversación. Mientras tanto, ordené un taxi de confianza. Me confirmaron que llegaría en unos minutos. Al terminar el desayuno, agradecí: —Gracias por el desayuno, estuvo delicioso —dije, levantándome de la mesa y dirigiéndome hacia la puerta. —Espera, yo te llevaré —dijo, siguiendo mis pasos. —No es necesario, ya pedí un taxi. —Abrí la puerta y me maravillé con el jardín. Era una pena no tener tiempo para admirarlo. —¡Yo puedo llevarte! —exclamó. Sus intenciones eran claras: quería saber dónde vivía o trabajaba. No permitiría que lo descubriera. Apresuré el paso, sin mirar atrás; quería salir lo más pronto posible. —¡Espera! ¿Por qué huyes de mí? —reclamó. —¡No estoy huyendo! Solo tengo prisa, es diferente —repliqué. —¡Prisa! Tu taxi ni siquiera ha llegado —insistió. —Lo sé, prefiero esperar afuera —dije con firmeza. —¡No es necesaria esta actitud, no soy un psicópata! —recriminó, tomando mi brazo, desesperado por mi actitud. —¡De acuerdo, lo siento! —respondí, suavizando mi voz. Decidí calmarme y hablar con él. Solo así soltó su agarre. —Me gustaría verte de nuevo, en serio muero por conocerte —propuso, algo que sacudió todo mi ser. Sabía que no podía corresponder; darle falsas esperanzas sería cruel. Lo que sucedió anoche no debió pasar. —En verdad, lo siento. No puedo. ¡Olvida lo de anoche, fue un error! —me disculpé. —¡¿Un error?! ¿Por qué un error? —preguntó, incrédulo y dolido. —¡Porque estábamos bajo los efectos del alcohol, y porque…! —grité, perdiendo el control. Justo cuando estaba a punto de decirle la verdad, el claxon del taxi me interrumpió—. Lo siento, pero realmente debo irme —me disculpé con un suspiro. —Bien, supongo que a la fuerza ni los zapatos entran —se resignó. No añadí nada más, sintiendo que no era necesario. —Al menos me gustaría saber tu nombre —pidió, aun mirándome a los ojos. —Solo con una condición —respondí. —¿Cuál? —preguntó. —Que no me digas el tuyo —sugerí. Prefería que este recuerdo permaneciera anónimo. —Eres impredecible, y la primera en no querer saber nada de mí… Está bien. Pero yo sí quiero conocer el nombre de la mujer que me hizo sentir tantas cosas a la vez —confesó, causando un vuelco en mi corazón. —Elizabeth, me llamo Elizabeth —dije, tragándome las emociones mientras subía al taxi. —Hermoso nombre, Elizabeth —comentó, guardando las manos en los bolsillos. —Adiós —dije, mirando sus hermosos ojos una última vez. —Adiós —respondió, tragando saliva. El taxi arrancó, llevándome a casa de Nicole. Pensar de nuevo en Liam, me revolvió el estómago; no estaba lista para verle. Aún no entendía en qué había fallado. Debí haber escuchado a Nicole y a quienes decían que éramos demasiado jóvenes. La realidad me golpeó cuando el taxi se detuvo. Al llegar al apartamento de mi amiga, ella me recibió con un aluvión de preguntas: —¿Dónde te metiste? ¿Dónde pasaste la noche? ¿Estás bien? ¿Por qué no contestabas mis llamadas? —Perdóname, de verdad, pero por ahora no me preguntes nada, por favor —supliqué. Mi dolor de cabeza era intenso, pero no tanto como mi remordimiento. —No imaginas la angustia que pasé anoche. ¡Yo era responsable de ti, Eli! Si algo te hubiera sucedido, jamás me lo habría perdonado —me reprochó, y con justa razón. Al final de su regaño, ella me abrazó. —Perdóname, no quise angustiarte. Solo necesitaba estar sola y decidí pasar la noche en un hotel —mentí, a pesar de no querer hacerlo. —¿Y esa ropa? —preguntó, observándome de arriba abajo. —Una camarera la compró para mí —respondí, mintiendo de nuevo. Me sentía como una pésima amiga. —Está bien, da igual. Mira, no quiero presionarte, pero Liam sigue buscándote como loco. Me llamó infinidad de veces y a Emily también. Tuve que mentirle, diciéndole que llegaste aquí conmigo —confesó Nicole. —¿Cómo fue que se enteró? —pregunté, confundida. —Anoche Emily le llamó para que nos ayudara a buscarte —informó. Me recosté contra el respaldo del sofá y suspiré profundamente, sin saber qué pensar. Nicole se despidió porque tenía compromisos laborales. Antes de irse, me dijo: —Eli, solo no desaparezcas, por favor. Su tono era serio a la vez que intentaba bromear. Una vez sola en su casa, tomé una ducha para relajarme. Mientras el agua caía, me vino a la mente la reflexión de que él tenía razón: la ducha realmente relaja. «¡Ay, no! ¿Por qué estoy pensando en él?», me reproche. Eso no debió suceder. Fue un error, Elizabet. Un error que nunca se repetirá, ¿o sí?
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