Liam.
Después de una jornada extensa y agotadora en la oficina, ansiaba la compañía de mi esposa. Sentía la necesidad de desconectar del trabajo y sumergirme en su presencia para recuperar momentos perdidos. Sin embargo, las laborales me mantenían atado una vez más.
Al entrar a su oficina, me recibió con una sonrisa que irradiaba calidez. Mientras le relataba que no podré volver con ella a casa, percibí un destello de tristeza en sus ojos. Intentó comunicarme algo, pero fuimos interrumpidos por su asistente, quien ingresó con unos documentos.
Tan pronto la asistente se retiró, se acercó a mí y nos fundimos en un beso lleno de amor y anhelo, sellando un momento íntimo y significativo.
Le respondí con igual devoción, recorriendo su espalda con mis manos hasta llegar a sus glúteos. La levanté y coloqué sobre su escritorio, concentrándome únicamente en ella y en nuestro momento. Sin embargo, mi teléfono interrumpió nuestra conexión. Era el señor Olmos, cuya demanda laboral se interponía entre nosotros. Atendí su llamada, dejando a mi esposa con evidente frustración.
Estaba en la oficina con el señor Olmos, revisando unos cambios que quería hacer, cuando de repente le sonó el celular. Enseguida su cara cambió a una expresión de preocupación. Me pidió disculpas porque era algo urgente y se fue visiblemente alterado, moviéndose con rapidez.
En cuanto se fue, empecé a recoger mis cosas. Estaba concentrado en eso cuando, de repente, escuché la puerta del baño de mi oficina abrirse.
Mis ojos no podían creer lo que veían. Ella tenía la piel blanca y llevaba una lencería increíblemente sexy que combinaba a la perfección con su cabello rojo. Mi cuerpo reaccionó de inmediato.
—¿Qué tal, guapo? —dijo Ava con una voz seductora.
—¿Qué haces aquí? —le respondí—. Pensé que ya te habías ido.
No quiero seguir con este juego peligroso; habíamos hablado de esto antes. Me he convertido en el peor de los tontos y Elizabeth no merece este engaño. No merece a alguien que le falla así.
Lo que existió entre Ava y yo fue meramente una relación carnal. Desde un principio, le dejé en claro que nuestros encuentros se basaban únicamente en la satisfacción física.
Le advertí que no debía albergar ilusiones ni intentar manipularme. Le manifesté que jamás ocuparía el lugar de mi esposa, pues nuestra relación tenía un propósito bien definido: satisfacer mis necesidades como hombre.
—Solo he venido por mi última dosis de ti, querido —dijo ella con tono provocador.
—¡Fui muy claro contigo! —la reprendí con firmeza.
—Lo sé, y acepto tu decisión. Pero no puede terminar así. ¿Qué te parece si nos despedimos con una última vez? Y después de hoy, jamás me verás de nuevo, a menos que tú me lo pidas —propone Ava mientras caminaba hacia mí, con sus caderas balanceándose de manera provocativa.
Cuando llegó a mi lado, colocó sus manos sobre mi pecho y empezó a desabotonar mi camisa. Sus besos en mi cuello provocaron una respuesta inmediata en mí. Intenté mantener la compostura y apartar sus manos de mi cuerpo.
—Por favor, vete —le pedí con desesperación contenida.
—¿No crees que merezco una última vez? Siempre estuve a tu disposición, sin exigir nada a cambio. No puedes negarme una última vez. Es lo último que pido —dijo, su voz convertida en un murmullo suplicante mientras sus manos se resistían a ser apartadas.
Intenté resistirme, pero me fue imposible; sus besos eran como un fuego que me consumía. La tomé con firmeza por sus redondeadas caderas y la senté sobre mi escritorio. Me despojé del pantalón y, utilizando su elegante lencería como estímulo, atenué mis más bajas pasiones, embistiendo sus caderas con fuerza. Sus gemidos solo intensificaban mi deseo.
Estábamos a punto de culminar este acto de placer y pecado cuando mi conciencia me recordó la promesa que me había hecho de recuperar mi matrimonio. Me hallaba perdido en mis placeres cuando, de repente, la puerta se abrió de par en par.
Era Elizabeth, desconcertada, con el rostro desencajado y la mirada vidriosa, llena de desilusión; sus ojos parecían disparar balas, que dejaban sentir el impacto en mi corazón. Ella solo observó a Ava y dijo: “Espero tu renuncia mañana a primera hora.”
Ava intentó cubrir sus partes íntimas con las manos, agachada y con el rostro enrojecido, al borde de las lágrimas.
Elizabeth me lanzó una última mirada. Supliqué para que me dejara explicar lo sucedido, pero apenas comencé a ponerme los pantalones. La escuché decir que no necesitaba la teoría de lo que acababa de ver.
Me arreglo rápido la ropa para alcanzar a explicarle la situación. Al salir, veo que ella está con Mari, mi asistente.
—Hace varios meses —responde Mari, condenándome. Sentí como si me tiraran un balde de agua fría; eso fue detonante para ella. Me reclamó y me echó en cara todas mis malas acciones, pero cuando mencionó a nuestro bebé, sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies, y un dolor desgarrador en el corazón al pesar en mi pequeño.
Intento explicarle, pero ella no me deja. Me empuja cada vez que me acerco a ella, intento detenerla hasta llegar al elevador, después solo desaparece de mi vista.
Sé que soy de lo peor. Quisiera regresar el tiempo y arreglar mis errores; sin embargo, eso es imposible. Y pensándolo bien, no hay nada que explicar.
—Lo siento, señor, no quise empeorar la situación, me sentí presionada —dice Mari.
—No te preocupes, fui yo quien te puso en esta situación —contesté entrando a mi oficina. Ava ya estaba por irse.
—Perdona, no era mi intención—expresó Ava con un pesar visible.
—Solo vete—respondí.
—¿Sabes? Mi error fue conformarme con tus migajas, creyendo que algún día me amarías. Así como descubrió lo nuestro, también descubrirá que no somos las únicas. O peor aún, que ninguna de las dos ocupa un espacio real en tu helado corazón —añadió mientras se marchaba.
Sus palabras me hirieron profundamente. El sentimiento de impotencia y furia brotó en mí, incitándome a arrojar al suelo todo lo que había sobre mi escritorio.
Me maldije una y otra vez, ahogándome en un océano de lágrimas.
Lo único que anhelo es recuperar mi matrimonio. Necesito hablar con Elizabeth, debo solucionar esto de alguna manera.
Después de varios instantes de reflexión, me repetí que lo mínimo que debo hacer es intentar salvar nuestro matrimonio. Mi conciencia me gritaba que era el único camino para aliviar mi culpa, aunque no sea digno del amor de Elizabeth.
Decidido a actuar, ignorando mi conciencia. Bajé hasta mi auto y me dirigí de inmediato a casa, con la esperanza de encontrarla allí.
Al llegar a casa, voy directamente a la recámara. No sé por qué pensé que ella estaría aquí. Soy un idiota por creer que estaría llorando por mi estupidez. Trato de calmar mis nervios para poder pensar.
Aunque lo más probable es que esté con una de sus amigas, llamé primero a Nicol, ya que es más cercana a ella. Pero no obtuve respuesta. Luego llamé a casa de sus padres, pero Diana, el ama de llaves, dijo que no había ido por allá.
Decidí esperarla en casa, pero las horas pasan. Y ya es más de media noche y ella y Nicole siguen sin contestar el móvil.
Finalmente, me vi obligado a llamar a Emily; lamentablemente, no tenía otra opción.
Emily responde y se escucha que anda de fiesta. Voy directo al grano y le pregunto por Elizabeth. Me dice que están juntas y, tras recordarme lo idiota que soy, empieza a desahogarse con palabras frías que me duelen en el corazón.
Le pregunto dónde se encuentran para ir por Elizabeth y ella accede a decirme dónde se encuentran.
Solo que antes de ir por Elizabeth le pedí vernos en otro lugar para hablar con ella.
Me dio su ubicación y acordamos vernos en un sitio cerca de donde están. Salí de casa rumbo al bar donde quedé con ella.
Al llegar, noté que Emily está atendiendo una llamada. Colgó y frunció el ceño, se levantó de su asiento y caminó hacia la salida, donde se cruzó conmigo.
—¡Al fin llegas! Pensé que no vendrías —se queja.
—Lo siento, ya estaba en casa —me excuso.
—Vámonos. Nicol no encuentra a Elizabeth y ya está muy preocupada —informa.
—¿Cómo que no la encuentra? —cuestiono.
—fue lo que dijo. Ya estaban muy ebrias —dice.
Salimos del bar directo al sitio donde estaban Nicol y Elizabeth.
Lugar donde no fui muy bien recibido por Nicol, quien ya esperaba en la entrada. En cuanto me vio, me dio un par de bofetadas bien merecidas.
Me maldijo a más no poder. No me defendí, sabía que lo merecía; la dejé descargarse contra mí.
Emily intervino para calmarla. Dijo que estaba allí para buscar a Elizabeth, ya que, después de todo, soy su esposo.
En cuanto Nicol se calmó, nos concentramos en buscar a Elizabeth. Pero por más que la buscamos, no apareció por ningún lado y el lugar estaba por cerrar.
Decidimos ir a casa para ver si se encontraba con una de ellas o esperar a que volviera.
Quedé en hablar con Emily en otra ocasión. Ella se llevó a Nicol, quien aún seguía bajo los efectos del alcohol.
Regresé a casa rogando a Dios que Eli estuviera allí, pero al llegar, como era de esperar, Eli no estaba. Mis nervios crecían con su ausencia, y no me perdonaré si algo le llega a pasar.
El resto de la noche lo pasé inquieto, vagando por la casa y preguntándome constantemente: ¿dónde estará? El cansancio finalmente me venció y caí en un sueño agitado.
Los primeros rayos del amanecer me despertaron y, sin perder un segundo, revisé cada rincón de la casa en busca de Eli. Pero Eli no estaba.
Con el corazón acelerado y los nervios a flor de piel, llamé a Nicol, con la esperanza de que estuviera con ella. Pero no obtuve respuesta. Sin rendirme, marqué el número de Emily y después de unos cuantos intentos, una voz somnolienta respondió.
—Hola —dijo arrastrando las palabras.
—¿Está Eli contigo? —le pregunté, incapaz de ocultar mi ansiedad.
—No, no está conmigo —contestó.
—¡Maldita sea! ¿Dónde podrá haberse metido? —grité, la desesperación empezando a tomar el control.
—¡Cálmate! Seguro está con Nicol. ¿Le has llamado? —me interrumpió Emily con un tono tranquilizador.
—No responde —dije con un suspiro de frustración.
—Tranquilo, lo intentaré yo —dijo antes de colgar.
Después de eso, lo único que podía hacer era dirigirme a la oficina y esperar ansioso cualquier noticia. Internamente, la desesperación me consumía y una profunda sensación de desamparo se apoderaba de mí.
Mientras conduzco a la oficina, mi conciencia me obliga a recordar lo estúpido que he sido hasta el día de hoy, y reconozco que no tengo perdón. Sé que merezco toda esta miseria…
NICOLE
Desperté temprano gracias a la resaca, y lo primero que me viene a la mente es Elizabeth. Noté de inmediato que ella no llegó conmigo, así que cogí el teléfono al notar que no estaba conmigo.
Tengo llamadas perdidas de Emily y del tarado de Liam. Llamé a Emily y me informó que no llegó con ella ni a su casa. Al preguntarme por Elizabeth, tuve que mentir y decir que estaba conmigo.
Estoy segura de que Elizabeth llegará conmigo, estaba ebria, pero no como para olvidarse de ella misma.
Mientras tanto, estoy consumida por la angustia.
Es inevitable no sentirme culpable por dejarla sola. Si algo le llega a pasar, no me lo perdonaría, evito pensar tonterías, aunque en estos momentos es imposible.
Tras varios minutos de angustia, llamaron mi puerta, le rogué al cielo que fuera Eli. Y el cielo respondió, trayéndola de vuelta…