Un corazón roto

1432 Words
— ¿Podemos irnos al auto? ¿Por favor? — contesté. Ahogando mi llanto con ejercicios de respiración para que así nadie me viera llorar. — Sí. Entiendo, vamos. Tranquila, todo estará bien — dijo Janeth, vi como su mirada quería acercarse a mi celular para saber qué era lo que yo he visto que me ha puesto de esta manera, pero yo evité que lo hiciera bloqueando la pantalla del aparato hasta que no estuviéramos en el auto, en privado. Nos pusimos de pie de la mesa, suspiré un par de veces hasta que sentí que las lágrimas se detuvieron de su camino, pero entonces, mientras que ambas nos apuramos en avanzar hasta encontrarnos con el auto, nuestro camino fue interrumpido por el hombre que nos atendió antes en la caja. — Chicas, disculpe que me tome el atrevimiento de haberme acercado así a ustedes, pero quisiera que no se fueran de aquí sin antes haber conseguido tú número de celular. Sí, no es mucha molestia para ti, claro — dijo el hombre con timidez, parecía actuar como si esta hubiera sido la primera vez en que le pedía el número de celular a una mujer que ha llamado su atención. A pesar de usar uniforme de mesero que alguna vez fue blanco, y que ahora parecía café por estar metido dentro de la cocina, y le era inevitable mantenerse limpio, el hombre tenía muy buen físico, un físico muy diferente al de los hombres con los que tuve la oportunidad de salir antes de haberme casado. Me quedo mirando al hombre, lo cierto es que yo no tenía ganas de darle mi número de celular a nadie, pues aún seguía casada a pesar de todo el daño que mi marido me ha hecho, y yo tenía las esperanzas de poder salvar nuestro matrimonio. — Yo… Lo siento, pero estoy casada, y aunque tenga problemas con mi matrimonio ahora, creo que lo más inconveniente es no darte mi número de celular por respeto. Ahora, con permiso — le dije al hombre y antes de que este pudiese decir cualquier cosa, me apuré en alejarme de él y de Janeth a seguir con mi camino al auto. Janeth se quedó atrás, no supe qué fue lo que pasó después entre ella y el cajero, y conociéndola como es de loca, estoy segura que ella ha tener que haberle dado mi número al hombre, así hubiera sido testigo de cómo fue capaz de rechazarlo. Pero ahora eso era lo de menos, nada de eso me importaba, ahora lo único que yo quería hacer era esperar a que Janeth abriera las puertas del auto y me dejara para así ponerme a llorar a mares y que ella esperara a que yo me calmara y así hablar lo sucedido con ella, puesto que ella sabía que cuando yo me sintiera triste, ella tenía que respetar mi espacio de lágrimas y llanto y luego me hacía las preguntas que quisiera hacerme y yo desahogarme por completo. Al poco tiempo de yo haber llegado al auto, escucho cuando las puertas de este se abren con la llave, dándome cuenta de que Janeth había llegado a nuestro punto de destino, entonces, subí rápidamente al auto, y Janeth también, ella al subir encendió el vehículo y aceleró para salir lo más pronto posible de ahí. En el camino, sin yo tener la más mínima idea de a dónde era que Janeth pensaba en llevarme y ayudarme a que estuviera tranquila frente a mis problemas, apoyé la cabeza sobre la ventana de su auto que permaneció cerrada todo ese tiempo. Janeth, me ha prestado unas gafas de sol y que con ellas yo pudiera llorar todo lo que quisiera sin sentirme observada. — Tranquila, iremos a mi casa, puedes quedarte a dormir allí todo el tiempo que lo necesites por si no quieres regresar a tu casa hoy — ofreció Janeth con tranquilidad, con mirada clavada en frente del camino. Yo no dije nada, seguía llorando y con el corazón completamente partido en mil pedazos. Seguimos en silencio por todo el camino hasta que hemos llegado a su casa, por suerte, ella vivía en una casa, aunque fuera de una sola planta, era una casa muy agradable, era encerrada, y tenía hasta campo abierto a su alrededor y una piscina, y es que aunque estuviera ubicada en medio de la ciudad, en medo de las calles de un barrio que era muy proclamado en la zona por ser el lugar perfecto para vivir en armonía sin que nadie te molestara, el sitio cumplía con las expectativas de una persona que quisiera vivir en completo silencio y sentirse en el campo sin necesidad de irse de la ciudad. Entramos a su casa desde el garaje que abrió a tan solo cuando veníamos a una cuadra de la casa, y al entrar, el garaje se cerró. Janeth apagó el vehículo, bajamos de este, y cuando se acercó a mí, me abrazó como siempre hacía en esos momentos en los que yo me sentía así. — Ahora sí, ¿Ya quieres decirme qué fue lo que te pasó para que te pusieras así? — susurró ella en medio de abrazo. Entonces, le mostré el mensaje anónimo que seguía abierto en mi celular, ella lo vio, y por su cara, supo de lo que yo estaba hablando. Ella comprendió todo. Asintió la cabeza, y me devolvió el celular, y en medio de mi enojo y de mi dolor, al recibir el aparato, lo he lanzado con fuerza para que este chocara contra la pared y se estrellara. Janeth reaccionó un poco asustada, más no me dijo nada al respecto porque ella sabía que estando en mi lugar, poniéndose mis zapatos, ella hubiera reaccionado de la misma manera, o peor aún. — Ya, tranquila. Ven, vamos adentro, que ya sé que es lo que necesitas en esta situación — dijo ella. Sin más, nos fuimos juntas a la cocina de la casa, pues mi santo remedio a esta depresión, rabia, y herida que se ha abierto en mi corazón, era nada más y nada menos que una buena copa del mejor vino que ella tuviera en su bar. Y ella sabía de qué vino se trataba. Janeth agarró el vino, lo abrió con el sacacorchos, y sirvió las dos copas hasta su punto. Me dejó agarrar la mía, y sin esperarla a que hiciera un brindis o que ella agarrara la suya, fue cuando bebí todo el vino de un solo sorbo. Janeth se sorprendió ante mi forma de beber ese día. Pues, aún era de día para que yo ya me quisiera poner tan borracha como lo hacía en mis buenos tiempos de universitaria, que era dedicada a sus estudios, pero que cuando quería divertirse, sabía muy bien cómo debía hacerlo. — Vaya, ha pasado mucho tiempo desde que hemos bebido de esta manera — comentó ella con impresión. — ¿Qué te puedo decir? La circunstancia lo amerita — dije a la vez en que me limpiaba las gotitas de vino que se chorreaban por mis labios con una servilleta. Janeth únicamente sonrío. — En eso tienes razón, sigamos con la fiesta, aprovechemos que no tengo más trabajo que ir a atender por hoy, eso es lo mejor de ser tu propia jefe, ganas muy bien, disfrutas tu trabajo, y tienes tiempo libre solamente para ti — comentó Janeth con orgullo. Sonreí, y me serví otra copa de vino, Janeth apenas llevaba un pequeño sorbo del suyo. Pasó una hora, y ya habíamos abierto una botella nueva de vino, yo estaba muy alegre, reía por todo, sonreía por cualquier cosa, y en medio de mi borrachera, recordé que mi celular seguía tirado en alguna parte del suelo del garaje de la casa de mi mejor amiga, y entonces, fui por este al mismo tiempo en que ella se había marchado al baño para que no tuviera oportunidad de regañarme por agarrarlo en mi momento de mayor felicidad y que este problema me torturara aún más. Agarré el celular, por suerte, este nada más se ha quebrado por la mitad en la pantalla, el resto de cosas seguían funcionando, aunque molestara un poco el táctil de la pantalla porque su display quiso dañarse. Miré mi chat, archivé la conversación del mensaje anónimo sin tener que borrarlo para luego reclamarle a Enzo por lo que él estaba haciendo y tomar una decisión definitiva a nuestro matrimonio que iba de mal en peor, y me fijé entonces que había recibido otro mensaje de un número desconocido.
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