Capítulo 3

4274 Words
CITA A CIEGAS CON UN SECUESTRADOR ZOE —Voy a una reunión en Mistique—. La voz de Adrián me saca de la pantalla del monitor. Su imponente figura de casi dos metros domina el espacio. De pie, mis tacones de diez centímetros ayudan a mi diminuta estatura de metro cincuenta, pero sentada, quedo completamente empequeñecida. Mi mirada sube lentamente, observando sus pantalones perfectamente entallados de Tom Ford y su elegante cinturón de cuero. Como cada día, lleva los gemelos con el escudo de la familia Blackwood. Su impecable camisa blanca, perfectamente ajustada, y la corbata azul con un nudo Windsor asoman bajo su chaqueta de traje hecha a medida. Mi vista se detiene en su largo y elegante cuello. En todos mis años trabajando a su lado, nunca lo he visto menos que perfecto. Mi corazón, siempre amante de la coordinación de colores, no se queja del mar de trajes negros y grises, porque Adrián se ve completamente irresistible. Y dado que estoy a cargo de gestionar las entregas de su vestuario y las inspecciones de seguridad para detectar cámaras o micrófonos ocultos, sé que todo es tan costoso como parece. ¿Es mi jefe un poco paranoico? Bueno, solía pensar que sí, hasta hace unos dos años, durante la ronda final de negociaciones de un acuerdo de adquisición en Mistique Inc. El equipo de seguridad no revisó una botella de champán que llevaron a la sala para la fiesta posterior. Al día siguiente, Mistique perdió el trato y, tras una inspección, descubrieron un micrófono oculto en la botella. Desde ese incidente, todo lo que entra en un radio de dos milímetros alrededor de Adrián pasa por mi escrutinio. Como beneficio adicional de la actividad, sé que, debajo de su traje oscuro, mi jefe lleva ahora un par de bóxers grises talla L. Siempre compra la misma marca, color y tela: suave algodón de seda que se desliza como un sueño entre mis manos y que probablemente se siente igual de suave contra su firme... —¿Por qué estás roja? ¿Te sientes mal?— Se inclina, acercando el dorso de su mano, y, por instinto, echo mi silla hacia atrás. Las ruedas son muy útiles. —¿Zoe?— Levanta una ceja con esa arrogancia característica. Por mucho que me moleste admitirlo, se ve increíblemente sexy al hacerlo, especialmente con su ceño ligeramente fruncido. Deja de pensar en él y en "sexy" en la misma frase. —Estoy bien, estoy bien—. Me levanto de la silla, y de inmediato me doy cuenta de mi error cuando una sonrisa se extiende por el rostro de Adrián. —A veces olvido lo diminuta que eres—. No tiene que inclinarse mucho para mirar hacia mis pies, enfundados en unas ridículas pantuflas de peluche. —¿Eso son mapaches? —No soy diminuta. Mido un metro cincuenta—. Apenas. —Y esa es una altura normal para las mujeres. ¡Tú eres un gigante! —Claro, Zoe. La forma en que mi nombre se desliza por sus labios me pone la piel de gallina. ¿Cómo hace eso? Decir la misma palabra pero evocar un sentimiento diferente dependiendo de su estado de ánimo y del lugar donde estemos. —No te burles de cosas que no entiendes, Adrián A. Blackwood. Ni siquiera sabes lo que duele correr de un lado a otro con tacones de diez centímetros—. Por alguna razón desconocida, de repente estoy demasiado sensible. Mentirosa. Sabes bien que es por el mensaje de texto que recibiste hace media hora. La sonrisa de Adrián desaparece. —Oye, en serio, ¿estás bien?— Su mirada se desliza hacia mi escritorio, lleno de Post-its. —¿Piensas hacer todo esto hoy? —No todo—. Echo un vistazo al reloj de pared. —Necesito finalizar los contratos de la empresa de Leandro y luego contactar con el ayuntamiento para reservar la Sala de Patrimonio Blackwood para la próxima semana. —Le pediré a Doug que te lleve a casa—. Adrián da unos golpecitos en mi escritorio. —Hace un frío tremendo afuera, y no voy a permitir que te enfermes la próxima semana. Todo el humor abandona su rostro, y noto el brillo de miedo que aparece siempre que existe la posibilidad de que Adrián esté en una multitud. Su aversión a los medios me confunde. Adrián no es una persona débil. De hecho, tiene el poder de hacer llorar a los hombres en la sala de juntas con solo una mirada helada. Entonces, ¿qué pasa cuando se trata de lugares concurridos? —Te sacaré de la cama, tos, mocos, sudor y todo incluido, pero no voy a esa maldita entrevista solo—. Sus palabras me devuelven la atención. —Gracias por pintar una imagen tan hermosa y hacerme sentir tan especial. Cuando no sonríe ni comenta que parezco una loca al batir mis pestañas, suspiro. —No necesitaré al conductor esta noche. Yo…— Lo interrumpo extendiendo la mano, capturando su mirada seria. —Voy a salir a cenar. El ceño de Adrián se frunce una vez más, y se muerde el interior de la mejilla, un pequeño indicio de su desaprobación. —¿Salir? ¿Ahora? —¿Cuándo más iría a cenar? Ignora mi comentario y sigue hablando como si no lo hubiera dicho. —¿Con quién? —¿Qué?— Su repentino interés en mi vida personal me toma por sorpresa. —Pregunto si necesito enviar a un guardaespaldas, por si existe aunque sea un uno por ciento de posibilidad de que tu cita sea un secuestrador. Dada mi suerte con los hombres, la posibilidad de que mi cita sea un secuestrador, o peor, un asesino, lamentablemente no es descabellada. —No soy un imán para tipos locos, ¿vale? Mis palabras me recuerdan de inmediato el mensaje de texto y al imbécil que se atrevió a pedir perdón después de lo que hizo. Olvídalo, Zoe. —Solo voy a salir con mis amigas. Eden va a pasar por mí en una hora. Adrián sacude la cabeza y deja su maletín sobre mi escritorio, y sé lo que viene. —No empieces con el discurso ahora. —No es un discurso. Pero, ¿sabes lo insano que es que no conduzcas a los veintitrés años? —¿Y quién en el nombre de Dios tiene miedo a las multitudes a los veintinueve?— Respondí rápidamente. En cuanto las palabras salen, Adrián se estremece, como si lo hubiera golpeado con un látigo. ¡Maldición! Han pasado cuatro años y nunca antes había cuestionado sus rarezas en cuanto a todo lo relacionado con lo social. El día de mi entrevista, mencionó que no va a lugares llenos de gente. Supuse que simplemente los evitaba cuando podía, no que detestara estar en una habitación llena de personas desconocidas con la misma intensidad que yo detesto tener un plato de cucarachas para cenar. Pero eso no es asunto mío. —Adrián, lo siento mucho. Se me escapó. No lo quise decir.— Siento un dolor en el pecho mientras él aparta la mirada, una sonrisa forzada en sus labios. —Yo diría que fue justificado. —Dios, no. Solo estaba siendo una perra por algo más, y lo saqué contigo.— Las palabras se me escapan antes de poder controlarlas. Toda su actitud cambia, como era de esperar, y la dureza regresa a su mirada. —¿Qué pasó? Sacudo la cabeza. No quiero meterlo en este lío. Solo confirmaría sus sospechas de que soy esa chica patética que sale con secuestradores. —No es nada de eso. Solo estoy cansada. Adrián rodea mi escritorio y gira mi silla para que lo mire. Apaga la computadora y está a punto de barrer con su mano sobre mis Post-its perfectamente organizados, cuando me lanzo sobre la mesa. —¿Qué estás haciendo? ¡Ese es mi trabajo! —Está bien. No voy a tocar nada.— Da un paso atrás inmediatamente. —Pero vamos a dejarlo por hoy. Empezamos de nuevo mañana.— Su mirada se suaviza, con las manos extendidas frente a él, señalando que no va a molestar nada. —¿Quién eres y qué has hecho con mi jefe exigente que espera que trabaje como un robot y nunca deje esta oficina? —No te preocupes, no está muy lejos. En cuanto pasemos la próxima semana, volverá.— Antes de que pueda girarse y marcharse, Adrián me mira a los ojos. —Tendré a Doug en espera. Si necesitas algo, solo llámalo. ***** —¿Están listas para hacer su pedido, chicas?— Una camarera se acerca cuando Eden y yo tomamos nuestros asientos reservados en Salvatore’s, la famosa pizzería y restaurante familiar de Willowridge. Las luces de Navidad brillan en cada rincón y hay un árbol de abeto gigante cerca de la entrada. Se respira un ambiente cálido y acogedor, con velas encendidas en cada mesa junto a pequeños arreglos florales naranjas. Mis mejores amigas y yo venimos aquí casi una vez a la semana desde que estábamos en la escuela. —Oh, todavía estamos esperando...— Comienzo, pero mis palabras se detienen cuando Poppy y Adeline se acercan. Después de un abrazo, pedimos nuestras bebidas y nos acomodamos en nuestras sillas. Hasta ahora, no tengo ni idea de por qué nos estamos reuniendo a mitad de semana, especialmente cuando las fiestas están a la vuelta de la esquina. —Me encanta nuestra ciudad en esta época del año.— Susurra Adeline, suspirando y recogiendo su cabello castaño rojizo en una coleta. —Me encanta esta ciudad todo el año. Sabemos cómo celebrar.— Eden interviene, y todas asentimos en acuerdo. —Hablando de celebraciones, ¿alguien leyó la entrevista de Eden en la revista local de viajes esta semana?— Poppy sonríe, sus ojos brillando detrás de sus gafas redondas con montura dorada, y no puedo evitar asentir. Estoy tan orgullosa de mi amiga, que da otro paso más hacia sus sueños. —¿Cómo es eso, hablando de celebraciones?— Eden se ríe, luego se encoge de hombros. —Solo pensé que sería bueno para la publicidad de la posada. Pero esta noche, estamos aquí para hablar de otra cosa. —¿Lo estamos?— Levanto una ceja. —Me encontré con Jett.— Los labios de Eden se tuercen, y mi gruñido es lo suficientemente fuerte como para hacer que todo el restaurante se detenga. —Por favor, dime que no te habló. —Oh, hizo más que eso. Me dio algo para ti.— Saca un sobre de su bolso y lo pone sobre la mesa. Dios mío, no lo hizo. —¿Qué demonios? No tenía idea de que Jett todavía estuviera por aquí.— La mirada de Poppy salta de mí al sobre. —Yo tampoco.— Agrega Adeline. —Y yo menos... hasta esto, claro. —Eden señala el sobre con un movimiento de cabeza—. Ese idiota dice que te está mandando mensajes y que no le contestas. ¿Todavía pasa algo entre ustedes,? Ok, ya entendí por qué estamos aquí. Tal vez no sea tan malo. Sé que puedo confiar en mis amigas. —Después de pillar a Jett con los pantalones abajo y su cosa en la boca de otra, se me quitaron las ganas de volver con él al instante.— Pongo cara de asco al recordar la escena, sintiéndome una tonta por haber llorado por un idiota como ese. —¿Y estás bien con eso? —Dame algo de crédito, Eden. No es que Jett fuera un regalo para la humanidad femenina. Incluso antes de decidir ser infiel, apenas era un novio decente. Solo que yo estaba demasiado asustada para verlo con claridad. Olvidando mi cumpleaños todos los años. Apareciendo después de la medianoche en mi departamento, completamente borracho. No estoy pidiendo la luna y las estrellas, pero podría haber hecho un esfuerzo, ¿no? Mis mejores amigas asienten, y siento que finalmente estoy lista para abrirme y sacar todo lo que tengo guardado. Desde que pillé a Jett con las manos en la masa, he quemado mi cerebro preguntándome dónde me equivoqué en nuestra relación, hasta que la verdad quedó clara: no fui yo. Tomo mi té verde y doy un sorbo. —Lo peor de todo es que ni siquiera me sorprendió cuando lo pillé en plena acción. Es como si lo supiera en el fondo, que me estaba engañando, pero simplemente no estaba lista para enfrentarme a ello. ¿Eso me hace una cobarde? —¡Para nada!— Adeline aprieta mi mano sobre la mesa. —Todas tenemos que besar algunos sapos antes de encontrar a nuestro príncipe. —Si encontrar a un príncipe significa salir con más chicos como Jett, entonces no, gracias. Con gusto me saltaría todo el cuento de hadas. ¿Sabías que me ha enviado más mensajes en los últimos meses que en todos los años que estuvimos juntos? Eden arruga la nariz. —Los hombres son unos idiotas. ¿Dónde están esos chicos de película? Ya sabes, los guapos y dulces. —Jett ni siquiera era guapo,— murmuro, colocando mi vaso de nuevo sobre la mesa. —Pero el chico con el que pasas la mayor parte de tu día está buenísimo.— Poppy me lanza una sonrisa traviesa, mientras se acomoda un rizo detrás de la oreja. —¿De quién hablas?— Las palabras apenas han salido de mi boca cuando ella señala hacia la ventana detrás de mí. —¿No es Adrián Blackwood? Me toma menos de un segundo localizar a mi jefe sentado en su coche. Con la ventana bajada, tengo una vista clara de él, absorto en su teléfono. —¿Qué diablos hace aquí?— Exclamo, sorprendida. Como si me hubiera oído, Adrián levanta la mirada, su ceño fruncido mientras sus ojos encuentran los míos. Se ve tan fuera de lugar frente a un restaurante familiar. Un destello de reconocimiento aparece en su mirada azul hielo antes de desviarse hacia mis alrededores y regresar rápidamente hacia mí. Tal vez fue la discusión anterior sobre mi ex idiota supremo, pero no puedo evitar comparar el desinterés de Adrián por los demás con el hábito de Jett de enfocarse más en mis amigas cuando estábamos con otras personas. —Dios, está guapísimo,— murmura Eden. —Esos genes Blackwood deben ser magia. Mis amigas ni siquiera se dan cuenta de que se han inclinado sobre la mesa, con los codos descansando sobre la superficie de madera y las caras acurrucadas en sus manos, completamente cautivadas por mi jefe. —¿Y tú lo llamas imbécil?— añade Eden, en la misma voz atónita. —¿Lo llamaste qué?— El horror en la voz de Adeline no se puede ocultar mientras me mira boquiabierta. —No se lo dije a la cara. Solo me quedo con Adrián A. Blackwood. —Sí, Adrián Blackwood el imbécil,— comenta Eden sin apartar la vista de él. —Zoe, eso es genial. Ni siquiera puede objetar, ya que siempre podrías explicar que te referías a Adrián Ashcroft Blackwood.— Poppy sonríe como si hubiera descubierto la cura para el hambre en el mundo y no simplemente apodado a mi jefe. —¿Cómo supiste su nombre completo? Ella se ríe. —Vamos, siempre hay noticias sobre él en las columnas de chismes. La mitad son inventadas, pero la otra mitad son más o menos ciertas. —Po, ¡las columnas de chismes ni siquiera son noticias reales! Como graduada en periodismo, ¿no se supone que deberías publicar solo la verdad?— Adeline toca ligeramente el brazo de Poppy, que solo se encoge de hombros. Poco a poco, la atención de mis amigas vuelve a la mesa cuando un m*****o del personal lleva dos cajas de pizza afuera y las entrega al guardaespaldas de Adrián. Claro, por eso está aquí. Debe haber perdido alguna apuesta con sus primos, y le tocaba ir a por la cena. Antes de que su coche se aleje, Adrián me hace un gesto con la cabeza, y yo respondo con un saludo tonto como una niña de cinco años. Una esquina de su boca se curva, y antes de que pueda avergonzarme aún más, mi jefe se ha ido. —¿Alguna vez has visto a Adrián con alguien?— Poppy se gira en su asiento para mirarme. —¡Po! No voy a contar la vida personal de mi jefe a una chismosa como tú. —Oye, no se lo voy a contar a nadie. Solo es por mi propia curiosidad. —¡Olvídalo! Y si piensas que Adrián Blackwood no tiene acuerdos de confidencialidad firmados por todo el que esté a diez millas a la redonda, no sabes nada de él. Respirar el mismo aire que él prácticamente requiere un ADC. —Sí, sí. No estoy pidiendo su horario de masturbarse. —Estás loca. ¿Cómo sabría yo algo de eso? ¿Crees que Adrián es un pervertido, masturbándose detrás de su escritorio?— Genial, ahora no puedo sacar esa imagen de mi cabeza. No solo el acto, sino la forma en que su cara podría verse—seria, tal vez con un rizo cayendo sobre su frente de su cabello perfectamente arreglado. Una gota de sudor recorre mi columna vertebral, y la atribuyo completamente a la chimenea encendida junto a nuestra mesa. —Solo dime, ¿cuántas chicas han visitado su apartamento o su oficina? En cuatro años, tal vez hayas visto a unas cuantas.— La insistencia de Poppy me saca de mi ensueño sobre mi jefe, que es totalmente poco profesional con mayúscula. —Eh, ninguna,— respondo. —¿De verdad?— Interviene Adeline. —Pero es tan secreto. Nunca se le ve en público sin sus guardaespaldas. Siempre pensé que tenía un servicio secreto en la marcación rápida para contratar novias. Antes de que pueda responder, Eden se inclina hacia adelante. —Pero no me sorprendería que Adrián ya tuviera una prometida o esposa secreta—tal vez una hija de alguna familia rica, si no de la realeza europea. Mi corazón se hunde un poco al escucharla, pensando en Adrián con alguna snob rica. Sé que no tiene una novia estable. Con la información detallada que tengo sobre su horario diario, sería imposible que no supiera si estuviera en una relación. Pero esto no será así para siempre, Zoe, especialmente con toda la atención que los medios están poniendo sobre su estado de soltero. Me froto las sienes, imaginando a Adrián con otra persona. No sé por qué, pero de repente siento una sensación de posesividad apoderarse de mí. Tal vez porque lo he visto con las personas que él deja entrar en su vida. A pesar de ser un jefe exigente—de ahí mi apodo para él—es una de las personas más amables que conozco. Todavía no puedo creer cuánto dinero destina en secreto cada año para regalos de Navidad anónimos en el hospital sin pensarlo dos veces. Pero más que eso, está tan comprometido personalmente con todas las donaciones. —Vale, ya basta de hablar del jefe intocable de Zoe. Estamos aquí para hablar de esto.— Eden asiente hacia el sobre, y yo frunzo el ceño. —Espero que no sea otra foto de su...— Susurro. La mano de Adeline, que iba a agarrar el sobre, se detiene en el aire. —¿Por qué dirías eso? —Porque recibí una esta tarde. Creo que él piensa que estuve con él solo por su... y por el "servicio" que me ofreció. —Mis manos cubren mi cara, ahogando un suspiro, mientras me viene a la mente la foto que arruinó mi estado de ánimo y mi día. —¿Lo hiciste? —pregunta Poppy, sorprendida. —Si el "servicio" era caer dormida encima de mí en cuanto terminaba, entonces sí, estaba en su mejor momento. Mis amigas se estremecen, reflejando lo que siento. —A veces me pregunto qué demonios me hizo quedarme con él tanto tiempo. —Cierro los ojos, hasta que Eden me empuja el sobre contra el brazo, sobre la mesa. —Ábrelo. Esta es la última vez que perdemos el tiempo hablando de ese perdedor, Jett. Me encargaré de que no me use como su mensajera otra vez. —Yo también.— Poppy se lanza el cabello teñido de lavanda sobre el hombro, mientras Adeline asiente animadamente. Al mirar las sonrisas apoyadoras de mis amigas, respiro profundamente. ¿Qué demonios? ¿Por qué me siento avergonzada? Debería ser él. —Está bien. Vamos a arrancar de una vez por todas el nombre de Jett del libro de mi vida, aunque signifique mirar su estúpida foto desnuda una última vez. Prepárense,— anuncio, rompiendo el sobre y dejando que su contenido se derrame sobre la mesa. —¡Ugh!— Un sonido colectivo de disgusto sale de las cuatro. Solo tenía razón a medias. No hay una sola foto, sino varias tomadas en diferentes estados de desnudez. Debería haber tirado el sobre directamente a la chimenea. —¿De verdad pensaba que iba a recuperarte con esto?— Adeline señala, con el dedo a una buena distancia de la foto donde Jett lleva unos calzoncillos neón rosas con brillos por todas partes. —¿Qué cree que haría yo con estas? —¡Sé lo que podemos hacer!— Poppy levanta la mano al aire. —Una ceremonia de purificación. Quememos las fotos y terminemos con esta maldición de los novios idiotas que te han perseguido. Hago un sonido de frustración. —Deberías dejar de leer esas tonterías, Po. —¿Y qué pasa? De todas formas vas a tirarlas, ¿no? ¿O tienes una caja secreta de Jett donde guardas sus cosas? —Por favor. Ya he visto suficiente.— Tomo las fotos, las meto de nuevo en el sobre y me desinfecto las manos con mi gel antibacteriano. —Entonces hagámoslo.— Poppy se levanta de su asiento y le dice a la camarera que volveremos pronto. Así es como las cuatro nos encontramos afuera, junto a un gran bote de basura. —¡Maldición! Olvidé que necesitamos fuego,— exclama Poppy, mirando alrededor en busca de ayuda. —¡Genial! Mi ceremonia de purificación de novios idiotas empieza de una manera increíble. Quizás ni siquiera Dios quiere que me deshaga de ellas. Vamos a tirarlas al bote de basura. —Deja de ser tan dramática, Zoe.— Eden abre la bandolera colgada de su brazo tatuado y saca un encendedor de tienda de un dólar. Cuando la miramos sorprendidas, ella responde con una sonrisa, —Tengo todo tipo de cosas para emergencias en la posada. Encendedores, velas, un kit de costura, lo que sea. También es útil para sorprender a los demás. —Ahora, chicas, enfoquémonos. Saca la foto más vergonzosa, Zoe.— Poppy asiente hacia el sobre en mi mano. —¿Podemos quemarlo todo de una vez y acabar con esto?— Haré lo que sea por evitar las teatralidades de Po, especialmente cuando soy el centro de todo esto. Además, ella recién está comenzando. —¿Acabar con esto? Esto es importante, Zoe. Claramente no crees en este poder, y esta noche con gusto te haré una conversión. Pero, chicas, todas deben confiar en este proceso antes de que empecemos. Así que, ¿confían en este proceso? —Sí. Confiamos en el proceso, Po,— respondemos las tres al unísono. Estoy segura de que Adeline y Eden solo quieren volver adentro también. —¿Acabas de poner los ojos en blanco, Ade? —No lo hice, solo sigue con esto, Po. Hace un frío aquí afuera.— Adeline se frota los brazos. Al igual que yo, ella también está sin abrigo, ya que nos sacaron afuera apresuradamente. —Invocamos el gran espíritu de la Madre Naturaleza y las diosas de todo el mundo para este ritual de purificación de novios idiotas. Mi mirada vuela hacia Adeline y Eden, y compartimos una mirada que está entre la diversión y el asombro, como si todas quisiéramos decir, —¿Qué diablos está haciendo? Me muerdo el labio para evitar sonreír mientras Poppy se coloca frente a nosotras con los ojos cerrados, como una chamana invocando espíritus y diosas. En su defensa, parece bastante sincera. —Te damos a este idiota hoy,— continúa Poppy, abriendo un ojo y extendiendo la mano hacia mí. Saco la foto del calzón neón rosa. No creo ni por un segundo que esta estupidez vaya a borrar la mala suerte de mi vida amorosa, y solo estoy aquí por Po y todas las locuras que hace por el cariño que nos tiene. —Queridas diosas, por favor bendigan a nuestra Zoe para que ya no tenga que lidiar con perdedores estúpidos, y en su lugar, aseguren que un apuesto príncipe entre en su vida. Uno que no use su pene como un accesorio para fotos y sepa cómo satisfacer todas sus necesidades sexuales en la cama. Amén,— canta Poppy. Mis mejillas están ardiendo de vergüenza. Miro una vez a mi derecha y otra a mi izquierda para asegurarme de que nadie nos haya oído, y Po enciende el encendedor y lleva la llama hasta el borde de la foto. —¿Deberíamos quemar estas también?— Agito las fotos restantes, cuando de repente, una garganta familiar se aclara detrás de mí. ¡Maldición! ¡Maldición! —¿Zoe?
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