UNA SITUACIÓN CONTUNDENTE
ADRIÁN
—¡Debes estar bromeando!— Un gruñido se me escapa al salir y ver el coche de Javier en el estacionamiento.
Ver su cara como primera cosa en la mañana dos días seguidos no podría ser un peor comienzo de semana.
—¿Quiere que demos la vuelta y regresemos a casa, Sr. Blackwood?— Stuart levanta una ceja.
—Tentador, pero desafortunadamente, mi casa no está fuera de los límites para el Sr. Galindo.— Le hago una señal de despedida a mis guardaespaldas antes de entrar al ascensor privado.
La opresión en mi pecho se disipa cuando veo a Zoe regando los dos maceteros con forma de búho en su escritorio, probablemente les tiene más cariño de lo que se considera saludable. Una vez la descubrí en una videollamada en el vivero local, preguntando cómo asegurarse de que sus plantas nunca, jamás, mueran.
Sus palabras, no las mías.
Hoy lleva una falda circular lila a juego con un top, y un delicado broche en forma de flor púrpura en el cabello. Al girarse, la regadera de plástico en forma de elefante se le escapa de las manos, derramando agua en el suelo, incluyendo sus pies.
Por suerte, estoy a una distancia segura.
—¿Pero qué demonios?— Salta lejos del charco hacia su escritorio. —Me asustaste. ¿Por qué me estás mirando en secreto como un lunático?
Esta mujer ha olvidado completamente que soy su jefe.
—Tengo mejores cosas que hacer en la vida que mirarte.— Me acerco mientras cubre apresuradamente el derrame con las servilletas rosas que dejé en su escritorio la noche anterior.
Sigue de rodillas cuando mis mocasines Tom Ford se detienen justo frente a ella. Zoe me mira y sonríe.
—¿Estás evitando entrar porque sabes que Javier está aquí?
Asiente con la cabeza hacia mi oficina. El destello travieso en sus ojos, sus labios fruncidos, y el asomo de su escote al seguir inclinada hacia adelante son una gran distracción.
Mi pulso se acelera al notar una vez más que mi asistente a veces luce hermosa de una forma que hace difícil respirar.
Mis puños se tensan alrededor de mi maletín mientras, como siempre, trato de silenciar esa loca parte de mi cerebro.
—¿No sabes que no es prudente provocar a alguien cuando estás en una posición delicada?
Pillada desprevenida, sus ojos almendrados enmarcados por pestañas espesas se agrandan. Percibo su sutil mirada hacia mi cremallera antes de parpadear un par de veces y levantarse apresuradamente, con las mejillas sonrojadas. Tira las servilletas mojadas en la basura, evitando mi mirada.
—¿Qué pasa? ¿No tienes una respuesta?— Disfruto verla turbada, lo cual es raro en esta oficina.
Cuando vuelve a mirarme, está más compuesta, con una sonrisa burlona en sus labios.
—Entra a tu oficina, Adrián A. Blackwood. Hablaremos de posiciones delicadas cuando Javier se haya ido.
Por supuesto, saca su mejor carta. Ahora, esa abreviatura —A— en mi segundo nombre seguro que no significa Ashcroft.
Pero al ver que no me muevo hacia la puerta de mi oficina, Zoe sacude la cabeza.
—No puedes evitarlo para siempre, Adrián. Así que en lugar de perder el tiempo hablando conmigo, entra.
—Vienes conmigo.— Agarro el borde de su blusa de seda que reposa en su antebrazo y la arrastro hacia adelante.
—Te ves muy duro usando a alguien que mide la mitad que tú como escudo contra tu jefe de relaciones públicas.— Zoe ríe, como si no esperara menos.
—Sí, ya me preocuparé por lo patético que me veo después. Ahora mismo tengo otras prioridades por encima de la autocompasión.
Ella sigue riendo al entrar. Javier levanta la vista de su iPad, con el ceño fruncido al mirarnos.
—Gracias, Zoe, por finalmente traerme a tu jefe.
Miro hacia mi mano en ella. —¿Cómo parece que me arrastró hasta aquí?
—¿De verdad crees que no puedo imaginarte dudando si dar la vuelta cuando viste mi coche en el estacionamiento, Adrián?
—No eres tan difícil de leer como piensas, jefe.— Zoe se ríe, deslizándose con facilidad de mi agarre. Es como si mi miseria matutina fuera su show personal de comedia.
—Se supone que debes estar de mi lado.— Le levanto una ceja antes de acomodarme detrás de mi escritorio.
—Aww, siempre estoy de tu lado.— Se sienta en la silla vacía junto a Javier.
—¿Y ahora qué?— Me giro hacia mi jefe de relaciones públicas, ansioso por pasar rápido el asunto de prensa que haya traído hoy.
—¿Leíste los artículos que te envié?— pregunta.
—Ya sabes la respuesta a eso. No voy a perder el tiempo en columnas de chismes. Para eso tengo un equipo de relaciones públicas y te tengo a ti.
—¿Los leíste?— Imperturbable ante mis palabras, Javier repite su pregunta a Zoe.
Mi asistente asiente entusiasta, como si estuviera en una clase y le fueran a calificar por sus conocimientos sobre algún chisme sucio.
La satisfacción ilumina los ojos de Javier, como si la afirmación de Zoe validara el valor de esos artículos.
—Quiero ayudarte, Adrián. Te juro por mi dulce perro que quiero que el anuncio de tu puesto como CEO sea recibido con un acuerdo unánime, no solo en la ciudad, sino en todo el estado. Quiero que todos vean que no podría haber una persona mejor que tú para este puesto.
Sus palabras se ciñen como un lazo en mi cuello.
¿No es esto exactamente lo que quiero?
Pensé que tenía todo bajo control. ¿Cómo es que el éxito de la empresa y el crecimiento bajo mi liderazgo no son suficientes? ¿Cuándo se convirtió mi vida personal —o la falta de ella— en el punto focal, eclipsando todo lo demás que he logrado?
—Sé lo que estás pensando. Pero llaman a Willowridge el pueblo Blackwood por una razón. Aquí no puedes ser solo un empresario, Adrián.
—¿Qué significa eso? ¿Que mi vida no es mía?— Me paso una mano por el cabello. He oído estas palabras antes, pero últimamente me persiguen en cada momento que estoy despierto.
—Lo es, pero una parte de tu vida siempre estará bajo escrutinio. Puedo ayudarte a equilibrarlo, a asegurarme de que seas tú quien tenga el control. Si quieren hablar de ti, entonces les daremos una porción de tu vida bajo tus propios términos, en lugar de estar a su merced. Pero al final, solo puedo aconsejarte. Si no actúas según mis sugerencias, es mejor que me dejes ir. Preferiría trabajar para alguien que valore mi aporte y no me vea como una molestia.
La habitación cae en un pesado silencio. Es la primera vez que Javier insinúa que podría irse.
—¿Estás amenazando con renunciar?— pregunto lentamente, una vez que el shock inicial se disipa. Observo a Zoe en mi campo de visión mientras se sienta recta en su silla, con la mirada fija en Javier.
—Aún no. Solo te estoy pidiendo que escuches mi consejo, por una vez. En lugar de dejar que los medios te hundan, aprovecha eso a tu favor. Dales al verdadero Adrián Blackwood, no al que ellos se han inventado.
—No voy a…— comienzo. Javier está a punto de interrumpirme, pero lo detengo con una mano en alto. —No puedo soportar los eventos sociales.
La sola idea de estar en una habitación llena de gente me causa un dolor palpitante en la frente. Mi cuello se siente apretado, y se me dificulta respirar.
Mis ojos se desvían hacia Zoe, y hay una mezcla de seriedad y una emoción que detesto—lástima—reflejada en su rostro. Miro hacia otro lado.
—¿Y si es un evento privado?— dice Zoe suavemente, y vuelvo a mirar a mi asistente, encontrando una pequeña sonrisa alentadora en sus labios.
En los cuatro años que hemos trabajado juntos, he aprendido a descifrar el significado detrás de los sutiles movimientos de su boca. La sonrisa que me dirige ahora me asegura que todo estará bien.
—Sin multitud. Solo un puñado de reporteros, a tu conveniencia.— Zoe hace una pausa, dándome más tiempo para asimilar su idea.
—Entonces que sea una entrevista exclusiva,— digo, manteniendo los ojos fijos en los suyos. Si esta es la única forma, entonces me aseguraré de ponerle fin a toda esta tontería de reclusión social. —Traigan a los mejores reporteros del estado—no, a los cinco mejores del país. Vamos a resolver esto de una vez por todas. Inviertan una cantidad considerable en publicidad. Vendámoslo como una de las mayores noticias de entretenimiento del año.
La sonrisa de Zoe se ensancha con cada palabra que pronuncio, y solo aparto la mirada de ella cuando Javier suelta un chillido.
—¡Eso es fantástico! Una hora con Adrián Blackwood—crudo, personal y honesto.—
Una ola de ansiedad me invade, pero la aparto, enfocándome en la recompensa y no en mi miedo.
—¿Dónde quieres hacer esto?— pregunta mi jefe de relaciones públicas.
Estoy a punto de sugerir mi oficina, donde me siento más seguro, pero Zoe interviene.
—¿Qué tal en el Salón de la Herencia Blackwood en el ayuntamiento?
—Eso servirá.— Asiento. Al menos así, no habrá extraños rondando en mi oficina.
Por primera vez, Javier esboza una sonrisa mientras sale de la habitación. Se detiene con la mano en el picaporte y me mira.
—No te arrepentirás, Adrián. Te lo prometo.—
*****
—No puedo creer que esté diciendo esto, pero en realidad estoy ansioso por abrir nuestra oficina en Willowridge, Adrián.— La sonrisa de Leandro Sinclair se ensancha en la pantalla de mi computadora.
—Estoy agradecido de que le dieras una oportunidad a Blackwood Holdings.
—Tu hermana no me dejó muchas opciones. Puede ser muy persuasiva, por cierto.— La mirada de Leandro se desplaza hacia Zoe cuando entra en el campo de visión de la cámara. —¿Dónde te habías escondido, hermosa?
Mis manos se tensan en puños al escucharlo dirigirse tan informalmente a mi asistente. Pero Leandro no es solo un cliente; también es amigo de mi hermana, Maya.
—Hola, Sr. Sinclair,— responde Zoe con una risita. —Estaba justo aquí, escuchando ese lindo acento francés tuyo.
Mis ojos se entrecierran mientras enfoco mi atención en la mujer a mi lado. Pero ella simplemente se encoge de hombros mientras la risa de Leandro llena la sala a través de los altavoces.
—Estoy seguro de que lo escucharás en persona cuando visite Willowridge, ma belle. Quizá convenza a Maya de unirse a mí.
—Si logras traer a mi hermana a casa, serás mi hombre favorito.— Olvido mi irritación momentánea hacia el hombre.
Después de que termina la llamada, giro mi silla hacia Zoe mientras ella mueve eficientemente el Post-it de “LLAMADA CON LEANDRO” a la fila de tareas completadas.
—¿Qué diablos fue eso?
—¿Qué fue qué?— La ceja de Zoe se arquea mientras se encuentra con mi mirada. La sonrisa juguetona que llevaba durante la llamada ha desaparecido.
—Tu comentario sobre el acento de Leandro. Es un cliente, no tu amigo. Es poco profesional.
—A él no pareció importarle.
—Por supuesto que no. Cuando te le tiras encima de esa manera, ¿por qué iba a importarle?
—¿Hablas en serio ahora? No me le tiré a nadie. Si lo hubiera hecho, tu pantalla quizá no habría sobrevivido.
—¿Te parece gracioso?
—¿Cómo se me ocurriría algo así?— Cuando no respondo a su exagerado suspiro, ella suspira. —Sé que él cree que su acento es sexy, y solo lo halagué para que terminara la reunión de buen humor.
—¿Su acento es sexy?— Me recuesto en mi asiento, y a diferencia de ella, mi sorpresa es totalmente auténtica.
Zoe deja caer los papeles que acaba de recoger, con las palmas planas sobre la mesa de vidrio. En lugar de alejarse, se inclina hacia adelante, mirándome directamente a los ojos.
—Dije que “él cree” que su acento es sexy. Sé cuánto te encanta retorcer las palabras de los demás a tu favor, Adrián A. Blackwood. Puede impresionar a la gente en una sala de juntas cuando estás ganando una discusión como el típico novio alfa mandón de novela, pero no te atrevas a intentar eso conmigo.
Archivé su comentario de “novio alfa mandón de novela” para más tarde y adopto su postura. Mis manos están a un milímetro de las suyas, y cuando me inclino hacia adelante, percibo su delicado perfume, haciendo que mi pulso se acelere.
—¿Estás consultando en secreto a Leandro para conocer sus pensamientos y opiniones?
Ella traga saliva, con los ojos abiertos de par en par. Mantengo su mirada mientras lucha por recuperar la sonrisa en su rostro, y finalmente, después de varios intentos exitosos, lo logra.
—¿Estás celoso?
La última palabra rueda en su boca. La pronuncia a paso de tortuga, como saboreándola. Observo cómo su lengua roza su labio superior antes de volver a su lugar.
Por un breve momento, siento una punzada de la emoción exacta que ella asumió—celos. Odio que haya pasado tiempo recabando conocimientos personales sobre un cliente en lugar de pensar en mí.
Sobre el trabajo, quiero decir.
Pero me niego a darle la satisfacción.
—¿Te doy la impresión de ser el tipo celoso? Si después de todo este tiempo piensas eso, tal vez deberías enfocarte en conocerme mejor antes de preocuparte por clientes como Leandro.
Mantengo su mirada, pero ella empieza a reírse, echándose hacia atrás y llevándose consigo ese aroma tentador.
—Definitivamente eres del tipo celoso, Adrián. Pero, para que lo sepas, tengo las manos llenas contigo. No tengo tiempo para aprender sobre nuestros clientes, franceses o de cualquier otro tipo. Tu hermana me mandó un mensaje esta mañana diciendo que, si la reunión se tuerce, siempre puedo elogiar el acento de Leandro, ya que parece animarlo.— Con una sonrisa juguetona, recoge las páginas de mi escritorio y se deja caer en una silla cercana.
Una mezcla de irritación y alivio me invade con su comentario, pero lo ignoro y arqueo una ceja hacia ella. Esta vez, cuando se inclina hacia adelante con los codos sobre la mesa, su expresión es pura curiosidad.
—Tengo una pregunta,— comienza, confirmando mis sospechas. —Si no quieres responderla, no hay problema. Sin presión.
—Suéltala. Tengo mucho trabajo, y tú también,— respondo, con el interés despertado.
Se endereza, con un destello en los ojos. —¿Crees que hay algo entre Maya y Leandro? Es decir, Leandro menciona su nombre en cada reunión.
—¿Qué?— Parpadeo. Fue una sorpresa total. —¿Hablas en serio? No hay nada entre él y mi hermana. Leandro solo es un coqueteador, por si no te has dado cuenta, ma belle. ¿Y Maya? Ella no podría enamorarse de alguien como él.
—Ah, ¿entonces es una especie de regla que las chicas Blackwood no pueden salir con hombres europeos?
Una mezcla de emociones, algo parecido a sorpresa y humor, se queda atrapada dentro de mí.
—¿Qué telenovela estás viendo ahora, Zoe? Por favor, déjala porque está matando tus neuronas. Y si ya has chismorreado lo suficiente sobre la vida amorosa de mi hermana, ambos podemos volver al trabajo.
—No estoy chismorreando. Solo creo que harían una linda pareja,— murmura, alejándose de mi escritorio.
—Por tu propio bien, por favor no compartas esa opinión con Maya,— advierto, y un segundo después escucho sus tacones alejándose. Pero antes de que se vaya, recuerdo algo. —¿Cómo vamos con los regalos para el hospital?
Su puchero se transforma en una amplia sonrisa, y vuelve rápidamente a mi escritorio, abriendo su iPad y colocándolo frente a mí.
—Mira, este es mi plan.
Hay hermosas cestas de regalo envueltas en celofán rosa y azul.
Diablos, es buena.
—¿Qué opinas?— pregunta Zoe con cautela. Sabe lo mucho que significan estos regalos para mí, y cada año, me sorprende al hacer un trabajo mejor que el del año anterior.
—Se ve genial. ¿Te aseguraste de que todo fuera de la mejor calidad?— pregunto, aunque sé que sí lo hizo.
—Absolutamente. Todos los productos horneados son de las mejores panaderías de Willowridge. Personalmente, he verificado su sabor, calidad e higiene. Lo mismo aplica para los demás regalos.— Zoe asiente, moviendo su lápiz óptico de un elemento de la pantalla a otro.
—Parece estar en orden.
—¿Puedo decir algo, Adrián?— Sus palabras son pausadas.
—¿Puedo detenerte?
Ella sonríe antes de que el ambiente se torne demasiado serio, y sé hacia dónde va esto.
—Lo que haces por los hospitales en la temporada navideña es increíble. Solo desearía que algún día pudieras ver las sonrisas que traes a los rostros de las personas.
La sensación de insuficiencia regresa, pero la reprimo. —Es por ellos, no para que yo me sienta bien. Por eso es anónimo.
Una triste sonrisa se dibuja en sus labios antes de enderezarse. —Lo entiendo.