Eva
Deje la taza de chocolate sobre la mesa y salí como una bendita loca de casa de Gabriel, si se que fui muy descortés de mi parte dejar todo sin ninguna explicación, solo que a mi mente llegaron recuerdos.
Recuerdos de ellos, de mis padres, cuando éramos felices, cuando todo era hermoso, ellos eran mi fortaleza, mi razón de ser.
Jamás pensé que entrar en la casa de Gabriel me trajera de nuevo todos esos recuerdos, recuerdos que creí borrados, esa taza de chocolate era igual a la que mi madre solía darme.
Dios porque te los llevaste, debiste llevarme a mi… pise el pie en el freno mientras las llantas del auto derrapaban.
“Odio, odio la navidad” no quiero saber nada de regalos, de sonrisas, de caras llenas de felicidad, solo quiero estar sola.
Alce de nuevo mi mirada y por Dios, ¿Por qué me martirizas tanto?, porque, ver a las familias sonriendo, hacen que me sienta cada día más miserable.
Coloque el pie en el acelerador y volví a mi apartamento, a mi lugar seguro, en donde nadie me juzga, donde puedo ser yo.
Abrí la puerta y todas las luces de mi apartamento estaban encendidas, eso solo quiere decir una cosa, Emma está aquí.
—¡Pensé que nunca llegarías! —dijo ella con una reluciente sonrisa dibujada en su rostro.
—¿Qué haces aquí?, deberías estar con el abuelo —dije, coloque mi bolsa a un lado y fui por algo que me quitara esto que siento en mi pecho, “una copa de vino”.
—Sabes que el abuelo está bien, además tu y yo tenemos una conversación pendiente —dijo Emma, rodé mis ojos mientras llevaba todo el contenido de la copa a mi boca.
—No quiero saber de nada, solo quiero dormir, así que cierra cuando te vayas —dije, caminé hasta mi habitación y cerré la puerta.
Solo quería dormir y no despertar, al menos hasta que pase navidad, por eso siempre acostumbro a trabajar hasta el último día de navidad, para no pensar, para no ver. Solo tengo un pequeño problema, mi abuelo ama la navidad.
Puse mi almohada sobre mi cabeza, y cerré mis ojos tan fuertes hasta quedarme completamente dormida.
Abrí mis ojos y moví mi cabeza al escuchar ruidos provenientes de la sala de estar de mi apartamento.
Dios me senté de inmediato, no puede ser Emma, no, ella no acostumbra a quedarse aquí, eso solo quiere decir una sola cosa “UN LADRÓN, O PEOR AÚN, UN ASESINO EN SERIE”.
Me puse de pie, y como suele decir mi hermana, “mujer precavida vale por dos”, así que caminé rápidamente hasta mi closet y saqué el bate, lo tome fuerte en mis manos y rogué a Dios por qué no sea un asesino en serie.
Caminé despacio hasta llegar hasta la sala, aguante mi respiración al darme cuenta que efectivamente, “HAY UN LADRÓN”, y peor aún en la sala de mi casa.
Dios, no puedo retroceder y llamar a la policía, él se daría cuenta, además es demasiado grande, tampoco puedo gritar, a lo mejor me mata, y si mejor lo mató yo misma antes que me mate a mi.
Alce mis manos, saque el aire de mis pulmones, y empecé a golpear al ladrón en su cabeza en repetidas veces.
—¡Señorita Eva!, ¡Soy yo!
No, el ladrón sabe mi nombre, tomé más aire y empecé a pegarle con mucha más fuerza.
—¡Señorita Eva!, soy yo, ¡Gabriel!...
—¡Gabriel! —dije bajando el bate.
—Sí, señorita Eva soy yo….
Exclamó sobando su cabeza, mientras se colocaba de pie.
—¡No le pegues a mi papito! —Me giré al mismo tiempo que sentía como todo mi cuerpo se mojaba, una niña vacío toda una cubeta con agua sobre mi cuerpo.
—¡No Sophia!
—¡Papito!, te salve de la señora bonita —dijo la pequeña mientras abrazaba a Gabriel, quien la tomó en sus brazos y le dió un beso en su frente.
—Lo se pequeña —dijo Gabriel, colocando de nuevo a la niña en el piso, quien corrió a tomar de nuevo la cubeta en sus pequeñas manos.
—¿Quien es ella?, ¿Y tú qué haces metido a esta hora en mi apartamento —dije tiritando del frío.
—Disculpe señorita Eva, recuerda que me dió permiso de venir a lavar su alfombra —dijo Gabriel. Llevé las manos a mi cabeza, vaya que si soy despistada.
—¿Y tú de dónde saliste? —dije mirando a la pequeña que amenazaba con tírarme la cubeta encima, solo que está vez vacía.
—¡Ni lo piense Sophia!, disculpe señorita Eva, Sophia es mi hija —dijo Gabriel, acariciando a la pequeña, sus ojos se iluminaron, al igual que los de la pequeña, quien dejó salir una sonrisa.
¡What's!, ¿Qué acaba de decir Gabriel?
—¡Tu!, ¿tú tienes una hija? —dije recordando el día anterior donde le mostré todo mi cuerpo desnudo sin pudor alguno.
—Señora mala —dijo la pequeña sacando su pequeña y rosada lengua, claro que me hubiera gustado sacar mi lengua y hacerle lo mismo, pero tengo mucho frío, demasiado para mí gusto.
—Sophia eso no se hace, ella es mi jefa, solo se confundió, mejor lleva la cubeta a la cocina —dijo Gabriel, la pequeña se giró no sin antes volver a sacar su pequeña lengua, creo que soy su nueva enemiga.
Retrocedí varios pasos, Gabriel no puede tener hijos, si apenas ayer dijo que vivía con su novio Camilo, no.
—¿Así que tienes una hija? —dije.
—Emm, exactamente no, ella es mi sobrinita, mi hermana murió cuando Sophia nació, así que yo me hice cargo de ella —dijo Gabriel.
—No sabe… me acaba de volver el alma al cuerpo —dije, respire profundo y dejé salir el aire de los pulmones.
Él era un buen hombre, uno de los pocos que quedaban.