Los pies de Lizzie se movían con nerviosismo. Había bajado de aquel auto con la única valija que había encontrado en su casa. Nunca había viajado, no tenía idea de lo poco que entraba en ella. Iba a ausentarse todo un año, tampoco sabía cuánto debía llevar.
Había tomado su ropa más formal pero no terminaba de convencerse. No tenía idea de lo que Leo esperaba de ella. ¿Acaso pretendía que vistiera como en la galería para quedarse en la casa?
No quería pensar en ello, se había puesto sus pantalones negros entallados y llevaba una camisa celeste que había planchado demasiadas veces. Si bien hubiese querido no subirse a sus altos tacones, recordó la forma en que Leo había observado sus zapatillas en la oficina y prefirió no arriesgarse.
Aquello había resultado difícil, pero lo peor había sido enfrentar a sus padres. Cuando recibieron el llamado del hogar para confirmar el traslado, había tenido que inventar algo convincente.
Agradeciendo el hecho de que sus padres se centraran tanto en el dinero, les había dicho que había conseguido un nuevo empleo y que debía viajar con un cliente. Y si bien al principio se mostraron escépticos cuando les dijo la suma que les enviaría dejaron de hacerle preguntas. Había pensado un número algo más elevado del que recibía en la galería, pero sin querer excederse. Les había inventado que en su nuevo empleo tenían un convenio con el nuevo hogar y al confirmar que no deberían poner ni un peso, terminaron aceptandolo también.
Al menos había conseguido un mes más, no podía contarles lo que iba a hacer en realidad, era la única condición que Leo había puesto y pensaba respetarla, al menos hasta que pudiera.
Ahora estaba en aquella dirección, el auto se había marchado y con su valija al lado había tocado el timbre de aquel enorme portón de hierro forjado que no permitía ver nada del interior.
Una voz latosa del otro lado le indicó que ingresara y cuando aquel portón se abrió, un camino iluminado por pequeños faroles sobre el cepsed de un enorme jardín que ni siquiera podía adivinarse desde el exterior, se mostró imponente ante sus ojos.
Caminó arrastrando las ruedas por aquel sendero diseñado para vehículos, arrepintiéndose de la elección de su calzado con cada paso.
Cuando casi llegaba notó que la puerta principal se abría y Leo, que aún vestía su pantalón elegante, pero había aflojado algunos botones de su camisa la observaba incrédulo.
-¿Sabes que podrías haberle pedido al auto que te traiga hasta aquí, no?- le dijo sin siquiera saludarla primero.
Lizzie suspiró y con movimientos torpes llegó hasta el umbral.
-Evidentemente no. Nunca imaginé que tu casa estaba a dos kilómetros de la entrada.- le dijo irónica mientras acomodaba su camisa y estiraba su cuello con orgullo, logrando que Leo no quisiera contener su sonrisa.
-¿Y Bien?- le preguntó Lizzie recuperando esa sonrisa auténtica que comenzaba a inquietarlo y lo obligaba a curvar sus labios con gracia para indicarle que no comprendía.
-¿Aprobás mi atuendo elegante?- le dijo girando sobre sus pies con una velocidad peligrosamente lenta.
Leo no pudo evitar recorrer su figura, que en aquellos ajustados pantalones se mostraba presuntuosa y desafiante.
Al notar que no respondía, Lizzie colocó su mano sobre su brazo y obviando lo fuerte que se sentía, sonrió con suficiencia.
-Voy a tomar eso como un sí.- le dijo divertida.
Leo se obligó a reaccionar. Aquella joven no era su tipo, no era la mujer que hubiese elegido si en verdad hubiese querido formar una familia, no tenía nada extraordinario y sin embargo, con un simple giró se había apoderado de todos sus pensamientos para dejarlo mudo.
-Está muy bien, adelante por favor. - se obligó a responder fingiendo que aquello no le había afectado.
Lizzie entró a aquella casa que no dejaba de sorprenderla. Una escalera reluciente dibujaba un contorno serpenteante que le daba el marco perfecto a la enorme araña de caireles que colgaba del techo. Pudo ver un living diferente a cada lado de la entrada, con ventanales que regalaban la vista de jardines aún más hermosos que el que había recorrido al entrar.
-Podes dejar tu equipaje ahí. Acompáñame a mi escritorio, por favor.- le dijo con esa autoridad que había mostrado antes en su oficina.
Lizzie lo siguió, intentando descubrir más ambientes de la casa a su paso y finalmente entraron a una habitación enorme, con una alfombra mullida en color borgoña y un antiguo escritorio delante de una enorme biblioteca de roble.
-Sentante, por favor. Mi abogado preparó un contrato de confidencialidad que necesito que firmes.- le dijo tomando asiento él mismo y acomodando los papeles entre sus manos.
Lizzie aún estudiando aquel enorme estudio tomó asiento también, pero sus ojos estaban perdidos en la cantidad de tesoros que guardaba aquel lugar.
-¿Pensaste una cifra?- le preguntó Leo buscando su mirada.
-¿No me digas que es un…?- respondió ella señalando el cuadro que colgaba en la pared principal.
-Lo es. - respondió Leo aseverando que contaba con un Velazquez en su propia casa.
-¡Guau! ¿Puedo acercarme? - le preguntó ella algo temerosa.
Leo sonrió obnubilado por aquella fascinación que mostraban sus ojos verdes y asintiendo con su cabeza la observó moverse hasta la pintura.
-Es increíble, pensé que sus obras sólo estaban en el Prado. No sabés lo que hubiese dado por ir a Madrid. Esto es …- le dijo girando para mostrarle sus ojos exultantes y al notar que la observaba de una manera diferente, un extraño calor comenzó a recorrer su cuerpo.
No terminaba de entender lo que significaba aquella mirada, pero todo su cuerpo parecía comenzar a derretirse, por primera vez en su vida no sabía que debía decir.
Cuando el silencio comenzó a tensar el ambiente, Leo se recordó a sí mismo el motivo de su presencia allí.
-Podes pasar a verlo cuando quieras, creo que vas a descubrir más pinturas de tu agrado en la casa.- señaló con una mueca similar a una sonrisa.
Lizzie volvió a sonreír y se obligó a regresar a su asiento, la expectación por conocer lo que poseía comenzaba a generarle una ansiedad que no estaba dispuesta a revelar.
-Entonces ¿Cuál es tu número?- volvió a preguntarle y ella frunció sus labios.
Tomó una lapicera y anotó el número que había pensado en un papel que estaba sobre el escritorio.
Leo lo tomó y al leerlo una nueva sonrisa lo alcanzó.
-¿Qué pasa?- le preguntó ella sin terminar de entenderlo.
-Creo que tengo que enseñarte a negociar.- le dijo escribiendo el mismo número con varios ceros detrás y firmando un cheque que arrancó con precisión para entregárselo en la mano.
Lizzie arrugó su ceño y al leer la cifra comenzó a negar con su cabeza.
-No, no. esto es demasiado. No quiero…- decía sin terminar de entender lo que estaba ocurriendo.
Leo se puso de pie y volvió a colocar el cheque en su pequeña mano para luego cerrarla y encerrarla en la suya.
-Es lo justo. Vas a entregarme tu vida por un año. - le dijo logrando que todo el cuerpo de Lizzie se estremeciera y antes de que pudiera decir algo volvió a soltarla.
-Nos casamos mañana a las 11 en el registro civil de San Isidro. Salimos a las 10:30.- anunció mientras abría la puerta.
-Aída te mostrará tu habitación.- le dijo esperando que ella saliera.
Lizzie cerró sus ojos un momento y finalmente se puso de pie para comenzar a caminar hacia la salida, pero al pasar por su lado se detuvo para mirarlo.
-¿Cómo debería vestirme?- le preguntó aún sin poder creer lo que estaba a punto de hacer.
-Encontrarás todo en tu habitación.- le respondió él con satisfacción en sus ojos.
-Te dije que no quería nada.- le respondió ella recuperando su actitud. Podría haber escrito una cifra exorbitante en aquel cheque, pero no iba a permitir que lo decidiera todo.
-Lizzie…- le dijo él y frente a su rostro enfadado se aventuró a rozar su mejilla con el dorso de su mano.
-Si vas a ser mi esposa, vas a tener que vestirte como lo haría mi esposa. Tu ropa no tiene nada de malo, lamento no haberte consultado, creo que una vez que nos casemos podes ir a elegir ropa de tu gusto, pero por ahora es lo que hay. No quiero ofenderte, tomalo como si fuera un uniforme de trabajo.- le dijo con algo parecido a una risa al final.
-Ja, ja. Muy divertido para ser un hombre que no hace bromas.- le respondió irónica perdiendo un poco de esa terquedad que le impedía recibir algo que no sentía que merecía.
-Muy linda sonrisa para estar tan enojada. - le respondió él intentando utilizar el mismo tono que ella.
Lizzie puso los ojos en blanco y finalmente salió de aquella oficina.
Aquel comentario comenzaba a inquietarla. Estaba allí por trabajo, no podía esperar nada más. No debía esperar nada más.