Leo había pasado todo el día intentando encontrar los motivos por los que le había ofrecido aquel trato a aquella mujer. ¿Acaso se había vuelto loco? La premura por no perder la empresa lo había llevado a hacer lo único que nunca hacía: Actuar sin pensar.
Finalmente se había convencido de que ninguna mujer en su sano juicio aceptaría algo como eso y con esa idea había regresado a su oficina para comenzar a trabajar.
Estaba sentado detrás de su escritorio sin poder comenzar con sus tareas cuando de repente, aquel rostro volvió a cruzar su mente. ¿Por qué se lo había ofrecido? Ni siquiera se parecía a las mujeres con las que solía acostarse. Sus piernas con aquel calzado parecían demasiado cortas, su cabello alborotado y sus ojos… Recordó sus ojos verdes y decidió olvidarlos. ¿Acaso habían sido ellos los culpables de su arrebato?
Estaba en aquella disyuntiva cuando su teléfono sonó.
-Señor Horton, una tal señorita Elizabeth dice que tiene una cita con usted.- le anunció Miriam para sacarlo de sus pensamientos, ¿Elizabeth? ¿Sería? ¿Tan pronto?
-Dejela pasar, gracias.- respondió preso de la curiosidad y al verla entrar recordó porque la había elegido.
-Disculpe señor Horton, se que es un poco pronto..- comenzó a decir Elizabeth que ahora llevaba unos jeans gastados y una remera amplia informal, sobre todo para aquella oficina tan impoluta.
Lizzie llevó sus manos a su cabello y lo acomodó en lo que parecía ser un gesto para mitigar sus nervios.
Leo la observaba desde su silla, se había inclinado hacia atrás como si estuviera disfrutando del espectáculo.
-Sabía que no ibas a negarte.- le mintió con esa suficiencia que utilizaba para esconder sus verdaderos sentimientos.
Lizzie volvió a cruzar sus brazos delante de su pecho y aquel gesto de niña ofendida obligó a Leo a contener la risa.
-No es que lo quiera, lamentablemente lo necesito.- le confesó bajando su vista al suelo.
-¿Cuánto vas a querer?- le preguntó Leo tomando una lapicera como si fuera a escribir un cheque.
Lizzie alzó rápidamente su mirada. ¿Eso era todo? ¿Cuánto iba a querer?
-¿No vas a preguntarme nada más?- le preguntó liberando sus brazos con decepción.
-Si necesitas a alguien para contarle tus problemas andá a un psicólogo, yo sólo te ofrecí un trabajo, decime cuanto queres y cerramos el trato.- le respondió con algo de fastidio. No se reconocía, él no era así, solía tener modales y evitar los conflictos, pero de repente, aquellos ojos comenzaban a inquietarlo más de lo debido y temía echarse atrás.
-Al menos Christian Grey había armado un contrato.- dijo Lizzie irónica en voz baja, al mismo tiempo que una risa amarga escapaba de sus labios.
-¿Cómo dice señorita Elizabeth?- le preguntó Leo sorprendido. ¿Había escuchado bien? ¿Estaba insinuando que algo más pasaría entre ellos? Prefirió no pensarlo, era demasiado peligroso.
-Lizzie.- le respondió ella acercándose por fin para tomar asiento en la silla que se encontraba frente a su escritorio.
-Elizabeth me gusta más.- respondió él presionando la lapicera con impaciencia.
-Y a mi me gusta más Lizzie, si vas a ser mi esposo creo que debería llamarme así.- lo increpó buscando nuevamente sus ojos.
-Mi contrato, mis reglas, Elizabeth.- respondió haciendo énfasis en la pronunciación de su nombre.
-Yo no voy a llamarte señor Horton.- le respondió comenzando a enfadarse, a lo mejor no tenía que acostarse con él, pero su distancia comenzaba a molestarle demasiado.
-Leonardo estaría bien.- le dijo alzando sus cejas mientras señalaba el cheque.
-Ok, Leo, ¿Por cuánto tiempo deberíamos fingir nuestra unión entonces?- le preguntó tomando un adorno que llamó su atención con sus dedos.
Leo negó con su cabeza mientras el aire salía expulsado de su nariz con fuerza. Ya no tenía dudas de que no sería una tarea fácil.
-Creo que un año será suficiente. Por favor Elizabeth dejá de jugar con mi réplica del Discóbolo.- le dijo tomando aquella miniatura con su enorme mano.
-Mirón de Eléuteras no estaría muy contento de ver su obra en venta al por mayor.- le respondió y al ver que Leo mostraba un gesto de sorpresa, alzó sus hombros con gracia.
-No debería sorprenderte, trabajaba en una galería de arte, se supone que estudié antes.- le dijo inclinándose hacia atrás.
-Creeme, muy pocas cosas me sorprenden a esta altura.- dijo cerrando sus ojos con resignación.
-¿Ya vas a decirme la cifra o no?- le preguntó comenzando a impacientarse.
-¿Un año?- volvió a preguntarle ella.
-¿Te parece demasiado?- preguntó él volviendo a apoyar la lapicera en el escritorio.
-No es eso, es que ¿Qué pasaría después?- le preguntó nuevamente buscando su mirada, sólo que esta vez parecía atemorizada.
-No sé, supongo que nos divorciamos, con el contrato prenupcial no tendríamos problemas de abogados, y cada uno sigue su camino. ¿Cuál es el problema? .- Le dijo nuevamente con ese tono distante que comenzaba a molestarle a Lizzie.
-Es que no se la cifra, sólo aceptó el trabajo porque necesito que mi abuela sea trasladada a un hogar como la gente, uno que no tenga humedad en las paredes ni veinte personas por cuarto. No sé cuanto cuestan, pero de todos modos no puedo hacerlo si sólo me alcanzaría por un año. ¿Qué se supone que debería hacer después? ¿Cómo podría pagarlo?- le confesó arrugando un poco sus labios.
Leo dejó la lapicera sobre la mesa y tomó el teléfono.
-Hola Miriam, ¿Podrías comunicarme con el doctor Altman por favor?- dijo sin sacar sus ojos de los de Lizzie que comenzaban a mostrarse curiosos.
-Hola Alfredo, ¿Cómo estás tanto tiempo?- dijo Leo al cabo de unos minutos y luego de oir la respuesta añadió.
-Te molesto porque necesito un lugar, es para una persona muy querida para mi y me gustaría que no le faltara nada.- dijo, disfrutando de la forma en que los ojos de Lizzie adquieren un brillo especial.
-Si, si, eso estaría bien, Miriam te enviará los detalles. Muy amable, como siempre. Adiós.- dijo a continuación con algo parecido a una sonrisa en sus labios, para luego cortar la comunicación.
-Solucionado lo de la abuela ¿Ahora podes decirme un número por favor?- le preguntó acercando un poco su cuerpo al de ella, sobre el escritorio.
Lizzie lo miraba incrédula ¿Qué acababa de pasar? ¿A dónde enviaría a su abuela? ¿Acaso pagaría por su estadía para siempre?
-Bien, como veo que estás un poco aturdida, voy a darte más tiempo. Tu abuela puede ser trasladada hoy mismo, creo que el Hogar del Dr Altman será de tu agrado, es uno de los mejores del país, la empresa colabora con ellos desde la época de mi abuelo, así que no tenés que preocuparte por nada. Podrá quedarse allí, incluso cuando no estemos casados. Ahora volvé a tu casa y prepará tus cosas, o…- le dijo volviendo a recorrerla con su mirada como si lo que llevará puesto no le agradara.
-Mejor no traigas nada. Miriam te dará la dirección de mi casa. Te veo ahí por la noche, pensá un número para entonces.- le dijo volviendo a inclinarse en el respaldo de su silla.
Lizzie intentaba procesar la información. Si era cierto, su abuela se pondría tan feliz como ella. Con su habitual espontaneidad casi saltó de su silla y acercándose con prisa se lanzó a los brazos de Leo.
-¡Gracias, gracias, gracias!- decía mientras sus brazos rodeaban su cuello y sus cuerpos se pegaban.
Leo se quedó inmóvil, no esperaba aquella reacción, pero sobre todo, no esperaba que la encontrara tan agradable. Pensó que en adelante debía evitar todo tipo de contacto.
Al ver que Leo parecía incómodo Lizzie finalmente lo soltó.
-Lo siento, es que en verdad es muy muy importante para mi. Gracias… Leo.- le dijo depositando un beso en su mejilla mientras su mano acariciaba su cuello extralimitandose. Sabía que no debía, pero de repente, tenerlo cerca se había vuelto demasiado tentador.
-No es nada Elizabeth. Te veo a la noche.- se limitó a responder Leo alejándose con disimulo.
Lizzie le regaló una hermosa sonrisa y comenzó a caminar hacia la puerta, pero antes de salir giró sobre sus talones.
-Si bien estoy muy contenta no paso por alto el hecho de que hayas prejuzgado mi ropa como lo hiciste. Me acaban de despedir y salí de mi casa con lo primero que encontré, pero puedo vestir elegante si eso es lo que necesitas.- le dijo volviendo a esa mirada desafiante de la que Leo comenzaba a sentirse dueño.
-Ok. Trae tu ropa.- le respondió conteniendo unas ganas tan insistentes como novedosas de sonreir.
-Hasta la noche entonces.- dijo ella.
-Hasta la noche.- respondió él.
Y hubo una pausa en la que ambos decidieron ignorar el hecho de que aquello comenzaba a sentirse demasiado bien.