Él salió tras de mí, con esa mirada que me hacía temblar desde dentro. Habíamos ido en el coche, él conducía con una mano en el volante y la otra reposando, aparentemente distraída. Parecía que sus padres vivían algo lejos, y mientras la carretera se extendía frente a nosotros, sentí su mano posarse sobre mis muslos, tan decidida, tan firme, bajando poco a poco hasta acariciar con descaro mi entrepierna.
—¿Pensabas que bromeaba cuando te dije que no llevaba nada? —le digo, dibujando en mis labios una sonrisa provocativa, mientras noto cómo mi pulso se dispara.
La verdad es que las ganas que tenía de follar con él eran casi insoportables, como un fuego abrasador que me consumía por dentro. No podía, no quería contenerme más.
—¿Podrías parar el coche un momento? —susurro, apenas reconociendo mi propia voz, cargada de deseo.
Él me mira con una mezcla de sorpresa y lujuria, y sin hacer preguntas detiene el coche en el arcén, donde solo las luces lejanas iluminaban la noche. Saco una coleta del bolso, me recojo el cabello dejando mi cuello completamente expuesto ante sus ojos, y noto cómo su respiración se acelera. Sin pensarlo dos veces, me quito el cinturón y me subo sobre él, sintiendo el calor que desprende su cuerpo.
Él echa el asiento hacia atrás, dejando más espacio para nosotros. Nos besamos, primero con ansiedad, casi devorándonos, pero después nuestros labios se mueven con más calma, más pasión, como si quisiéramos grabarnos el uno en el otro.
—Pensé que te ibas a resistir más —murmura entre besos, con esa voz que me hace estremecer.
—Eres un pecado al que no pienso renunciar —respondo, dejando que mis labios viajen por su cuello, aspirando su aroma, mientras mi mano baja y roza su m*****o, sintiendo su dureza. Está tan excitado como yo.
Empiezo a mover mis caderas sobre él, provocándole a cada movimiento, sintiendo su erección endurecerse aún más bajo mis muslos. Su respiración se vuelve más pesada, sus manos me aprietan la cintura, y entonces le veo sacar un preservativo.
—Veo que ya estabas preparado... —le digo con una sonrisa traviesa, mientras él se lo coloca, su mirada clavada en la mía, cargada de deseo.
—Veo que tienes prisa... Estás más desesperado que yo —susurro, y él apenas responde, mordiéndose el labio.
—No quiero llegar tarde... —dice entre jadeos.
Me acomodo sobre él, sintiendo cómo su m*****o va entrando poco a poco, llenándome por completo. Me inclino hacia atrás, dejando que su vista quede atrapada en mis pechos que suben y bajan al ritmo de mi respiración agitada. Él me sujeta con fuerza por las caderas, marcando el compás mientras empiezo a moverme arriba y abajo, sintiendo cómo el placer crece entre nosotros.
El coche se llena de nuestros gemidos, del sonido de nuestros cuerpos chocando, de mi respiración entrecortada cuando me inclino a besarlo de nuevo. Siento cómo su cuerpo se estremece, cómo se entrega por completo hasta que termina, con un suspiro profundo que me hace temblar de placer.
Nos quedamos unos segundos abrazados, aún jadeando, hasta que me retiro de encima de él. Me vuelvo a mi sitio, intentando recuperar la compostura. Él me pasa unos clínex y, mientras me limpio, saco unas braguitas del bolso. Al verme, sonríe de manera que me hace sentir deseada, pero también insegura, como si escondiera algo detrás de esa sonrisa.
—Sabía que aprovecharías la oportunidad —dice, y yo solo me limito a sonreír, aunque algo en su mirada me inquieta.
Llegamos a casa de sus padres y de pronto me siento vulnerable, como una niña de quince años que no sabe dónde meterse.
—No olvides que lo nuestro tiene que parecer real —me recuerda, mientras me quita la coleta, acomodando mi cabello con cuidado. Me coge el rostro entre sus manos, me besa la frente y luego entrelaza su mano con la mía.
Le miro unos segundos, sintiéndome como en un sueño demasiado bueno para ser real, demasiado frágil para durar. Entramos y nos reciben con sonrisas cálidas. Veo a sus hermanos mayores, Samuel y Alexander, ambos con sus esposas, vestidos con sencillez, el me había hablado y enseñado fotos anteriormente de su familia, Empiezo a notar que mi vestido no encaja, que mis pechos llaman miradas que no deseo. Me siento fuera de lugar.
—Bonito tatuaje —dice una de sus cuñadas, señalando el tatuaje de Medusa en mi brazo. Solo sonrío, mientras bebo un trago de vino que quema mi garganta. Su familia parece perfecta, demasiado perfecta, y me despierta una punzada de envidia.
Bebo más copas de las que debería, perdiendo la cuenta. Entonces veo cómo Dimitri me quita discretamente la copa.
—Suficiente alcohol por hoy —me dice, casi en un susurro, mirándome con seriedad.
Poco después llega una mujer de unos treinta años. Todos la saludan con cariño, sobre todo los padres de Dimitri. Pero noto que a él se le hiela la mirada.
—Es la ex de Dimitri —me susurra la esposa de Alexander, como si fuera algo normal.
—El me invita a conocer a su familia... y su familia invita a la ex... —digo, conteniendo una carcajada amarga—Tus padres son muy divertidos —le digo a Dimitri, pero en el fondo me siento herida.
—Sabes que, aunque os hayáis separado, para nosotros seguirás siendo parte de la familia —dice la madre de Dimitri a la ex, ignorándome por completo.
Miro mi anillo, imaginando la cara que pondrán cuando sepan la verdad.
—Mamá, creo que esto es una falta de respeto. Os he dicho que hoy quería presentaros a alguien importante para mí, y lo primero que hacéis es invitar a mi ex. Creo que es una clara ofensa hacia mi esposa —dice Dimitri, con voz firme.
—¿Esposa? —pregunta ella sorprendida, mientras yo levanto la mano mostrando el anillo.
—Apenas te has separado hace seis meses y ya estás casado... Podrías haber tenido algo mejor que... una cualquiera —dice su madre, mirándome con desprecio.
Trago saliva, sintiendo un nudo en el pecho. Pero no me callo.
—Entiendo que sea su hijo, pero no me meta en sus problemas familiares. Si lo poco que ha visto hoy le basta para juzgarme como "una cualquiera", a mí me basta para saber que nunca encajaré aquí. Debería alegrarse por la felicidad de su hijo, no arruinar este momento. Invitar a su ex dice mucho de qué clase de madre es usted. No voy a permitir que me falte el respeto —digo, con la voz temblorosa, saliendo de allí antes de romper a llorar—Dimitri te esperaré fuera en el coche—Digo levantándome y sin mirar hacia atrás
Fuera, me quedo sola unos minutos, intentando calmarme mientras el aire fresco enfría mis mejillas ardientes. Dimitri sale detrás de mí, me pone su chaqueta sobre los hombros, y al subir al coche casi pierdo el equilibrio de lo que bebí.
Al llegar a casa, subo directamente al dormitorio, me cambio de ropa y me desmaquillo. Me miro en el espejo y no reconozco a la mujer rota que veo. Me siento vacía, como si nunca fuera suficiente para nadie, recordando a mi propia familia y todos los rechazos que he acumulado, también es el efecto del alcohol con lo cual me siento más deprimida.
Cuando estoy a punto de dormirme, siento cómo el colchón se hunde a mi lado. Dimitri se mete en la cama, me toma de la cintura y me da la vuelta suavemente para mirarme. No puedo evitarlo: las lágrimas comienzan a brotar, silenciosas pero ardientes. Me siento vulnerable, pequeña, herida sin saber por qué exactamente.
Él no dice nada. Solo me abraza, fuerte, cálido, haciéndome sentir por un instante que, aunque sea en sus brazos, puedo permitirme llorar sin que me juzguen.
Y aunque el corazón me duele, me dejo llevar por el consuelo de su silencio, mientras mi mente retrocede buscando las heridas del pasado para abrirlas nuevamente.