Al día siguiente...
El silencio de la madrugada se rompió con el estruendo de la puerta al golpear la pared. Nikolai entró, la botella de whisky en una mano, sus pasos torpes y pesados. El olor a alcohol, tabaco y poder llenó la habitación, despertando a Serafín en el acto. Como un reflejo de su nueva existencia, se humilló de inmediato, arrodillándose en el suelo junto al pie de la cama, esperando su orden.
Nikolai se dejó caer en el borde del colchón. Con la mano que no sostenía la botella, le acarició la cabeza, un gesto que parecía más el de quien acaricia a un cachorro que el de un hombre a su posesión. Serafín, con el corazón en la garganta, le quitó los zapatos, y cuando sus dedos se acercaron para desabrocharle la camisa, él la tomó por el cuello. No con violencia, sino con firmeza, y la obligó a mirarlo bajo la poca luz de la habitación.
—No quiero que nadie te toque —siseó, su aliento a alcohol quemándole la cara—. Menos sabiendo que eres virgen. Yo te compré y yo sabré después si debería usar toda mi propiedad, mi esclava. Solo yo puedo.
El aire se hizo denso. Serafín no dijo nada, su mirada clavada en la de él. En sus ojos, vio una posesión que iba más allá del control, algo primordial y primitivo.
—Di esa frase repetitiva tuya o te mato —dijo, soltándola.
—Sí, señor —respondió ella, la voz apenas un susurro.
—Ve a dormir.
Serafín se levantó y se dirigió a su cama en el rincón. Se arropó de pies a cabeza, pero la curiosidad y el miedo eran más fuertes que su necesidad de esconderse. Sacó un ojo de debajo de la manta para mirarlo. Nikolai se desvistió, dejando la pistola bajo su almohada, como todas las noches. A pesar de que su cuerpo yacía quieto en la cama, ella siempre parecía sentir su mirada, incluso en la oscuridad. Él parecía dormir, pero no lo hacía. Si ella se levantaba para ir al baño, él la hablaba: "¿Dame agua?". O simplemente la observaba, sin moverse. Era una presencia constante, un peligro que no necesitaba esforzarse para ser aterrador.
Era un hombre hermoso, con un cuerpo que parecía tallado por un dios, pero el terror que despertaba era abrumador. En la penumbra, Serafín se dio cuenta de que su atracción por él no era solo por su apariencia; era por su peligro, por el poder que lo hacía tan aterrador y tan sexi a la vez. En esa noche, bajo la mirada silenciosa del depredador, el ratón del Pantera supo que la jaula no solo era un lugar de miedo, sino también de una extraña y peligrosa fascinación.
Por la mañana, el olor a betún y cuero llenaba el aire de la habitación. Serafín estaba en el suelo, limpiando con esmero los zapatos de Nikolai. El sol de la mañana entraba por el ventanal, proyectando una luz dorada que contrastaba con la atmósfera opresiva del lugar.
De pronto, la sombra de Nikolai cayó sobre ella. No venía en traje, sino con un pantalón de combate y una camiseta negra. Su mano descansaba sobre una pistola cromada en su muslo, un gesto casual que no era casual en absoluto. En la otra mano, sostenía un teléfono satelital y, en el suelo, a los pies de Serafín, dejó un periódico.
El titular, borroso y mal impreso, decía lo que su corazón ya sabía: "SERÁFIN PERDIDA". Junto al texto, una fotografía poco favorecedora de ella, tomada tal vez en el convento, la mostraba con una sonrisa que ahora parecía de otra vida. Serafín se quedó helada.
—Llama al convento. Di que estás bien, en un nuevo trabajo —dijo Nikolai, su voz como un susurro de muerte. No había un solo rastro de emoción en sus ojos. —Si no llamas, quemaré el convento.
El miedo, esta vez, no era por ella. Era por la Madre Superiora, por las hermanas, por el único hogar que había conocido. Sin dudar, con la mano temblorosa, tomó el teléfono que él le había puesto delante y marcó el número de memoria. El sonido del timbre era un martillo en su corazón.
Unos segundos después, una voz conocida contestó, llena de angustia. Serafín abrió la boca para hablar, pero Nikolai, con un simple gesto de su mano, la silenció. Se colocó el teléfono en el oído y esperó, con la mirada fija en ella. La puerta se abrió y el traductor entró, con la cabeza gacha, escuchando en silencio. Nikolai le hizo una seña para que se acercara y pusiera el altavoz. Ahora, el Pantera y sus hombres escucharían cada palabra.
La voz de la Madre Superiora, un torrente de reproches y miedo, llenó la habitación. "¿Dónde estás, Serafín? ¿Por qué no has llamado? ¡El mundo es peligroso! La policía está buscándote."
—Estoy bien, Madre —dijo Serafín, su voz quebrada por el nudo en la garganta. —Estoy bien, solo que el trabajo... es en las afueras de México. Es muy demandante, casi no tengo tiempo para llamar.
El traductor se movió, murmurando en ruso a Nikolai. Los ojos del Pantera se estrecharon. La Madre Superiora, con la voz ahogada por el llanto, le rogó: "Por favor, llama más seguido. ¡Estoy tan preocupada! El mundo..."
—Sí, Madre —la interrumpió Serafín, sabiendo que no podía decir más. —No se preocupe. Llamaré.
—Ya entendió —dijo el traductor en un tono de victoria. —Dice que va a retirar la denuncia, pero que la llame más a menudo.
Nikolai asintió. La llamada terminó. Serafín colgó el teléfono, las manos temblorosas. Las palabras de la Madre Superiora, "el mundo es peligroso", ahora resonaban en su mente con una ironía brutal. Porque el peligro no estaba en la ciudad o en sus calles oscuras; estaba en esa misma habitación. Y él, el Pantera, el hombre que le había obligado a mentir y a condenarse al olvido, la había salvado de una búsqueda que solo la habría llevado a su propia muerte. Su jaula no era solo un castigo, era un escudo. Y la única forma de sobrevivir era permanecer en ella.
El silencio después de la llamada era tan espeso que Serafín apenas se atrevía a respirar. Sus manos, aún temblorosas, reposaban sobre su regazo mientras el eco de la voz de la Madre Superiora seguía palpitando en su mente como una plegaria rota.
Nikolai apagó el cigarrillo en el cenicero de cristal y la observó. No había ira en su mirada esta vez, tampoco burla. Solo ese hielo imposible de descifrar. Caminó hacia ella con pasos lentos, el piso de mármol resonando como un compás de su sentencia.
Se inclinó, apoyando una mano en el respaldo de la silla donde ella estaba sentada, y la obligó a levantar la mirada con un solo dedo bajo su mentón.
—No llores. —Su voz fue un mandato, seco, pero sin la brutalidad de otras veces.
Serafín contuvo el aire. No se había dado cuenta de que las lágrimas habían escapado hasta que él las nombró.
—Sí, señor.
Nikolai la miró un segundo más, y luego, con un gesto inesperado, sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo entregó.
—Sécate. No me gusta ver a mi propiedad débil.
La palabra propiedad fue un látigo, pero el gesto, un bálsamo extraño. Sus dedos rozaron los de él al tomar el pañuelo, y esa chispa peligrosa volvió a encenderse en su interior.
—Ahora lo entiendes —murmuró él, como si pudiera leerle la mente. —Fuera de aquí, eres un fantasma. Conmigo, existes.
El pánico y la atracción se entrelazaron en su pecho como dos serpientes.
—Sí, señor —susurró, apretando el pañuelo contra su rostro.
Nikolai se enderezó, volvió a su sillón y tomó la botella de whisky. Dio un trago largo y, sin mirarla, ordenó:
— Trae comida. Espera y verás lo que significa quedarte en mi mundo.
Serafín asintió, pero mientras se recostaba en su pequeña cama del rincón, supo que no podría cerrar los ojos. No después de haber sentido, por primera vez, que detrás del monstruo podía esconderse un hombre… uno que jamás la dejaría ir.