La prueba de fuego

1278 Words
El rancho amaneció en un silencio extraño, como si la tierra misma supiera que algo estaba a punto de cambiar. Los hombres estaban en movimiento, preparando los vehículos, revisando armas, cerrando cajas. Pero en la habitación principal, la escena era otra: Serafín estaba sentada en el borde de la cama, observando el gran baúl abierto frente a ella. Nikolai se cruzaba de brazos, de pie, mirándola con esa calma dominante que la hacía temblar y al mismo tiempo la tranquilizaba. —No todo lo que quieras llevar entrará en esas maletas —dijo con voz firme. —Son solo vestidos y libros, mi señor. —Vestidos tendrás de sobra en Rusia. Y mejores. —Se inclinó para cerrar una de las maletas. —Escoge lo que realmente quieras conservar. Serafín lo miró con los labios entreabiertos. Había tan pocas cosas que fueran suyas. Algunos libros, la máquina de escribir, un par de cuadernos. Tomó el cuaderno más viejo y lo abrazó contra el pecho. —Esto sí. Nikolai arqueó una ceja, curioso. —¿Qué escribes ahí? —Mi vida —respondió ella bajito, como si le confesara un secreto. Él no insistió. Solo la observó mientras metía con cuidado el cuaderno en el bolso de mano que él mismo había elegido para ella. —Lo demás lo dejarás aquí —dictó él—. Allá no necesitarás nada de este lugar. Cuando bajaron las escaleras, los hombres desviaban la mirada, sorprendidos al ver a Serafín con un abrigo n***o nuevo, elegido por el propio Pantera, y un par de botas que reemplazaban las viejas sandalias del rancho. Nikolai la tomó de la cintura y la guió hacia la camioneta blindada. El aeropuerto privado se alzó frente a ellos con un aire imponente. El avión de Nikolai, un jet blanco con detalles en n***o, esperaba listo para despegar. Serafín lo miró con ojos grandes, sin poder ocultar la mezcla de miedo y emoción. —¿Nunca has subido a un avión? —preguntó Nikolai mientras la ayudaba a subir la escalerilla. Ella negó suavemente, apretando el pasamanos. —Nunca, mi señor. Él la guió hacia un asiento junto a la ventana, acomodó el cinturón sobre su regazo y luego se sentó a su lado. —Entonces hoy será tu primera vez. —Sus labios se curvaron en una media sonrisa. Serafín lo miró sorprendida, y él bajó la voz, acariciando con la yema de los dedos la línea de su mentón. —He sido tu primera vez casi en todo, ¿no es así, Serafín? El rubor encendió las mejillas de ella. Desvió la mirada hacia la ventanilla, pero la sonrisa se le escapó, tímida, sincera. —Sí, mi señor. Nikolai se inclinó, rozando sus labios con los de ella apenas unos segundos antes de que el rugido de los motores llenara la cabina. —Y quiero ser también tu primera vez en todo lo que viene. Mientras el avión se elevaba, Serafín sintió que el mundo quedaba atrás: el rancho, la selva, los días de miedo. Ahora solo existía ese cielo infinito y la certeza de que el hombre a su lado, su demonio, había decidido llevarla consigo a un futuro que ella aún no comprendía. Nikolai, con el brazo apoyado en el respaldo de su asiento, la miraba en silencio. Su primera vez en todo. Y sabía que quería seguir siéndolo. El frío de Moscú golpeó a Serafín en cuanto descendieron del avión. El aliento de las personas se dibujaba en el aire como pequeñas nubes blancas, y el aeropuerto estaba lleno de ecos metálicos, pasos rápidos y anuncios en ruso que ella no entendía. Caminaba a un lado de Nikolai, su brazo rozando el suyo, mientras La Sombra los seguía a pocos pasos. El Pantera avanzaba con esa calma que helaba más que el propio clima. Parecía dueño del lugar, pero Serafín notaba en el leve apretón de su mano sobre su cintura que algo no estaba bien. Al llegar al control migratorio, un oficial los miró con dureza y señaló a Serafín. —Вы, сюда. (Usted, aquí.) Nikolai tensó la mandíbula. —¿Qué pasa? —preguntó con frialdad, aunque ya lo intuía. —Documentos recientes. Queremos unas preguntas. Serafín sintió cómo el estómago se le encogía. El Pantera giró hacia ella, su mirada azul penetrante, un aviso silencioso: mantén la calma. —Voy con ella —dijo Nikolai, pero el oficial negó. —Только она. (Solo ella.) El Pantera no discutió. No ahí. No frente a tantos ojos. Pero mientras Serafín era conducida hacia una sala cerrada, Nikolai se acomodó el abrigo con un gesto que La Sombra conocía bien. —Si la tocan, saco a todos muertos —susurró, y La Sombra asintió, ya preparado para lo peor. El interrogatorio La sala era pequeña, iluminada por una lámpara blanca. Una mesa metálica, dos sillas, y un oficial de rostro pétreo que no parecía conocer la palabra compasión. —Nombre completo. Serafín recordó lo que Nikolai le había enseñado, respiró profundo y dijo con suavidad: —Serafín Smirnova. El oficial alzó una ceja. —¿Fecha de nacimiento? Ella recitó la fecha exacta de los papeles. El hombre anotaba cada respuesta con lentitud, como si buscara el más mínimo temblor en su voz. —¿Lugar de nacimiento? Serafín tragó saliva, pero se aferró a la calma. —San Petersburgo —respondió, con esa dulzura tranquila que la caracterizaba. El oficial la observó durante varios segundos, como intentando atravesarla con la mirada. —Tus documentos son nuevos. Muy nuevos. Ella bajó un poco la vista, no con miedo, sino con esa inocencia que parecía natural en ella. —He estado mucho tiempo lejos. Y nunca tuve familia para ayudarme. Estos documentos son… mi primera oportunidad de ser alguien. El hombre la estudió, pero la sinceridad en su voz parecía imposible de falsificar. Incluso sus manos, quietas sobre la mesa, daban la imagen de una mujer que no tenía nada que ocultar. —¿A qué viene a Rusia? Serafín sonrió, apenas, como si su respuesta no necesitara explicación. —A estar con mi esposo. El oficial parpadeó. —¿Esposo? Ella asintió, con los ojos brillantes. —Sí. Él me espera afuera. Su nombre es Nikolai Smirnov. El silencio se hizo pesado. El nombre no pasó desapercibido; la sombra de ese apellido bastaba para que incluso el oficial se removiera incómodo. Finalmente, cerró la carpeta y se levantó. —Добро пожаловать домой. (Bienvenida a casa.) La furia contenida La puerta se abrió y Serafín salió. Lo primero que vio fueron los ojos de Nikolai fijos en ella, azules y peligrosos. Caminó hacia él y, antes de que pudiera decir nada, el Pantera la envolvió con su brazo, acercándola contra su pecho. —¿Todo bien? —preguntó en voz baja, sin apartar la mirada del oficial que los había acompañado hasta la salida. —Sí, mi señor. Todo bien. Él la estudió un segundo, buscando el más mínimo rastro de miedo. Pero lo que encontró fue calma. Dulzura. Una serenidad que no encajaba con lo que acababa de vivir. Nikolai inclinó apenas el rostro y rozó sus labios con los de ella en un gesto rápido, como si necesitara probar que estaba intacta. Después, mientras caminaban hacia la salida, murmuró contra su oído: —Ni el mejor oficial del mundo dudaría de ti, Serafín. Pero si lo hubieran hecho… créeme, no estaríamos saliendo caminando. Ella apretó un poco su mano, consciente de la tormenta que había contenido por ella. —Confía en mí, mi señor —susurró. Y por primera vez en mucho tiempo, Nikolai se dio cuenta de que sí lo hacía.
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