Al amanecer, Nikolai se levantó y desayunó con Serafín en un silencio que ya no era incómodo, sino una extraña paz. Después, se vistió con su ropa de combate, el cuero n***o y las armas. La imagen era tan brutal como su alma, pero ella ya no se estremecía.
—Regresaré al atardecer —dijo, y su voz, dura como el acero, tenía un matiz que la hizo sonreír. —Quiero probar un postre. ¿Sabes preparar uno?
—Soy buena en la cocina, mi señor —respondió ella, con una seguridad que la sorprendió a sí misma. —Lo sorprenderé.
Nikolai, por un segundo, pareció considerar sus palabras. Acarició su cabeza, sus dedos enredados en sus rizos de fuego. —Entonces también prepara mi comida. Veremos qué tan buena eres.
Con eso, se fue. Serafín sintió un escalofrío al verlo partir. Extrañamente, no siempre era de miedo. A veces, era una cruda atracción que le hacía temblar el corazón. Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Llevaba un vestido verde agua, tan largo que casi arrastraba en el suelo. Todo lo que Serafín usaba era escogido por el Pantera, una prenda diferente cada noche, dejada sobre una silla para que ella la tomara sin orden ni palabra.
La cocina era un mundo ajeno. Serafín sacó camarones y pescado, preparando con un entusiasmo que no sentía desde hacía mucho, un arroz con camarones y pescado al horno. Las otras chicas de la servidumbre la miraban, pero parecía tener prohibido hablar con ella, al igual que ella. Serafín continuó con el libro de postres y comenzó una receta de flan de coco.
Pero una de las muchachas, la misma que le servía la comida cuando el Pantera no estaba, estaba muerta de la envidia. Su nombre era Aria. Mientras ella fregaba y cocinaba para todos los hombres del rancho, la pelirroja vivía prácticamente como una princesa en cautiverio. Así que, por muchos días, se le gestó una idea: si la pelirroja moría, tal vez otra sería escogida por el Pantera. Tal vez ella. Sería la esclava que llevaría vestidos caros, olería a rosas y champú y sería tocada por aquel hombre que, a pesar de todo, era hermoso.
Días antes, mientras visitaba a uno de los matones del jefe, un hombre de menor rango pero peligroso igual, entre coqueteos le pidió que le trajera una serpiente, que le encantaban y la cuidaría en su habitación. Este, encantado por el gusto en el peligro de la muchacha, le trajo una.
Y ese día, aprovechó. Mientras Serafín cocinaba, mientras el jefe no estaba y no había testigos, como una sombra de la muerte, se coló en la cocina y soltó la serpiente muy cerca de los pies de Serafín. Se escabulló y esperó unos minutos. Unos muy largos. Hasta que de pronto, escuchó los gritos. Se asomó y entonces vio la serpiente morder dos veces a Serafín en la pierna. El rostro de terror de la pelirroja satisfizo a Aria. Vio todo, pero no se movió. La dejó.
Después de que Serafín se desmayó, la chica se fue al jardín como si regara las plantas. Al pasar un rato, empezó a ver a los hombres cuchichear, hablar. Después, uno de ellos, un calvo flaco, salió con la serpiente sin cabeza y la tiró en el patio. Más atrás venía otro hombre con Serafín envuelta en una sábana. La subió a su auto y arrancó hacia la salida. Aria se sonrió. Era la más bonita de las que limpiaban y estaba segura de que la escogería. Corrió a su habitación, ese cuarto pequeño que compartía con las demás, y en silencio se cambió de vestido y empezó a peinar su cabello, sintiendo la victoria al cruzar la esquina.
Pero por cosas del destino, Nikolai venía llegando en su camioneta blindada. Entonces, cuando el auto del calvo pasó a su lado, se detuvieron.
—¿A dónde vas? —preguntó Nikolai.
El calvo, con un aire de nerviosismo, respondió: —Jefe, a una de las mujeres de limpieza la picó una serpiente y cayó muerta al instante. La llevaré al puente y la lanzaré al río.
El Pantera frunció el ceño. Continuó su camino, y el otro auto también. Cuando llegó al rancho, vio la serpiente sin cabeza en el patio y una sonrisa fría se dibujó en sus labios.
—Ni siquiera es una serpiente venenosa. Es un inútil ese maldito perro. Tirará una de las chicas, solo por un desmayo, al río.
Pero no se detuvo a dar la orden de que le dijeran al calvo que la chica estaba viva, que solo era un desmayo. No. Tenía algo mejor que hacer: buscar a Serafín. Pero cuando entró a su habitación, estaba vacía. Solo el gato maullaba sobre el escritorio de Serafín, jugueteando con los bolígrafos que ella tenía dentro de un portavasos.
El Pantera salió de la habitación con las manos en los bolsillos, dirigiéndose a la cocina. Cuando llegó, había otra mujer cocinando.
—¿Dónde está la chica? ¿Mi esclava, la que tengo en mi habitación? —preguntó.
La muchacha respondió: —Creo que es la muerta. La que picó la serpiente.
Aquella respuesta fue peor que todas las heridas que había recibido alguna vez el Pantera. Salió gritando: —¡Sombra, enciende el auto! ¡El maldito del calvo se llevó a Serafín!
La Sombra encendió el auto, alistándose sin entender por qué aquel idiota había hecho algo tan delicado: llevarse a una de las mujeres del Pantera, y lo peor, a la que él desde el principio había escogido para encerrar en su habitación.
La Sombra manejó tan rápido que en unos instantes estaban en el puente. Pero no le dio tiempo a bajar del auto a Nikolai, porque cuando llegó, solo pudo ver cuando el calvo soltó el cuerpo de Serafín. Su cabello rojo y sus brazos volaron en el aire, parecía un papel entre el viento y después una roca sumergiéndose en el agua.
El Pantera no esperó ni un segundo. Como una fiera, de un salto, saltó la barda del puente, cayendo también al agua.
El golpe del agua fue como mil cuchillas atravesando la piel. El río, frío y feroz, tragó a Serafín como si fuera un juguete frágil. Abrió los ojos bajo el agua, y el mundo se volvió una confusión de burbujas, oscuridad y un silencio aterrador. La desesperación la envolvió. Pataleó, buscó aire, pero sus brazos eran demasiado débiles. El veneno, aunque leve, ardía en su pierna como fuego líquido, paralizándola. Sus pulmones clamaban por aire, y el pánico la ahogaba más que el agua.
Entonces, lo sintió. Manos fuertes, desesperadas, la agarraron de la cintura con una fuerza brutal. La fuerza del Pantera era la de un animal salvaje, pero en ese instante, se sintió como la única salvación posible.
Nikolai la empujó hacia arriba, rompiendo la superficie con un rugido de furia que se ahogó en el agua. El río le corría por el rostro, sus cabellos empapados pegados a la frente. La sostuvo contra su pecho mientras nadaba hacia la orilla, sus músculos tensos como acero, luchando contra la corriente.
—¡No te atrevas a cerrarme los ojos! —gritó, su voz rota por la rabia y el miedo. —¡Serafín!
Ella tosió, escupiendo agua, sus labios temblorosos tratando de pronunciar su nombre, el único que conocía. —Ni… ko… lai…
Él la apretó más fuerte, con un terror que jamás se había permitido sentir. Sus botas golpearon la orilla, arrastrándola fuera del río. La depositó en el suelo, arrodillado sobre la tierra húmeda, y con manos temblorosas apartó el cabello de su rostro.
—Mírame —ordenó, pero su voz no era la de siempre. Era áspera, quebrada por la emoción—. ¡Mírame, maldita sea!
Sus ojos azules se encontraron con los de ella, llenos de lágrimas y miedo.
—Estoy viva… mi señor —susurró, apenas audible.
Nikolai cerró los ojos un segundo, tragándose la emoción que lo quemaba por dentro. Cuando los abrió, era el Pantera otra vez: la furia hecha carne.
Se levantó de golpe, con el agua aún chorreando de su ropa, y gritó con una voz que hizo temblar a los hombres que lo acompañaban:
—¡Atrapen a ese maldito calvo y tráiganme su cabeza!
La Sombra ya estaba en movimiento, pero Nikolai volvió a arrodillarse junto a Serafín, tomándole el rostro entre sus manos.
—Nadie… —su voz era un murmullo lleno de amenaza y promesa—. Nadie toca lo que es mío.
Ella, débil, alcanzó a rozar su mejilla con la yema de los dedos.
—Pensé… que me dejaría ir…
Él apretó la mandíbula, sus ojos ardiendo como fuego azul.
—Ni muerta te dejaría ir.
El sonido de disparos resonó a lo lejos, seguido de gritos. Nikolai no apartó la vista de ella.
—Regresaremos al rancho. Tú descansarás. Y Ustedes… —su sonrisa fue un filo mortal— Ya verán
Serafín cerró los ojos, agotada, y sintió cómo él la cargaba en brazos. A pesar del miedo, se aferró a su cuello. Porque en ese infierno de sangre y venganza, Nikolai era su demonio… pero también su única salvación.