PUEBLO DE ANDALUCÍA
Mi mamá sigue mal. La fiebre no baja y del doctor ni sus luces; según los chismes de la gente, llegará en la noche. Sólo espero que mi mamacita resista hasta entonces.
— Estrella, hija, rápido, ayuda a tu hermana a bañar a tu mamá; a lo mejor así logramos bajarle la fiebre.
— Sí, papá.
Mi papá le prepara un remedio casero. Las hierbitas que usa suelen ser muy efectivas, pero sabemos que sólo ayudan un rato, pues no pueden hacer el trabajo de un médico. Empiezo a perder la calma; tengo miedo de que mi mamá no pase la noche. El corazón se me hace trizas sólo de pensarlo.
Para colmo, el clima no ayuda. La lluvia no cesa y mi esperanza se encoge cada minuto que pasa. Changel ya se fue a buscar a la farmacia algo que le sirva a mamá, pero dice que le piden receta para surtir los medicamentos que necesita, que no se venden así no más. Mi papá anda buscando sus hierbitas por el campo, y Sofía y yo estamos cuidando a mamá. Las dos tenemos miedo de que no pase la noche.
Juan Pablo
Tengo miedo del futuro de mi Estrellita. Las visiones son muy claras y se repiten en mi cabeza como un déjà vu. No puedo seguir ignorando lo que mis instintos me dicen, pero tampoco quiero que mi hija sufra ese destino tan cruel. No sé qué hacer. ¿Cómo la ayudo?
Quizás debería dejar que todo pase de una vez por todas.
¡No! No puedo permitirlo. Soy su padre, y mi deber es protegerla.
Ahora debo concentrarme en mi mujer; sin ella no puedo tomar ninguna decisión al respecto. Ya tendré tiempo para hablarlo con María, y además no creo que suceda nada el día de hoy.
La tormenta ha oscurecido el cielo, y así no puedo ver las hierbas con claridad. El campo se viste de un gris triste, y la mala espina que nace en mi corazón me hace caminar con más prisa. Espero que Changel traiga las medicinas, aunque lo veo difícil sin la receta del médico.
Sofía
Mi mamá parece tener más fiebre. ¡Ay, no!
— ¡Estrella! Rápido, vete a buscar a mi papacito al campo, que mi mamá está empeorando. ¡Corre!
Le pondré estos trapitos húmedos mientras llega la ayuda.
— Mamita, tienes que resistir, por favor…
Changel
El señor de la farmacia no me quiso vender las medicinas sin la receta; dice que son controladas y que a fuerzas necesita el papelito. ¡Qué desesperación!
Estrella
Debo encontrar rápido a mi papá. La lluvia no me deja ver con claridad, hace frío y el cielo se vuelve más oscuro a cada minuto. Tengo miedo.
Juan Pablo
La lluvia ya no me dejaba ver y mejor me regresé a la casa. Ya casi llego. Todavía no está la troca, señal de que Changel no ha vuelto; me dijo que insistiría por las medicinas, pero seguro ese viejo farmacéutico se la puso difícil.
VISIÓN:
De pronto, un golpe seco en el pecho me corta la respiración. El mundo se oscurece más de lo que permite la tormenta y mis sentidos se nublan. Entonces la veo…
Mi niña. Mi Estrella.
Está frente a mí, pero no aquí: es como si la imagen viniera de un rincón profundo del tiempo. Llora con un pesar que no pertenece a una muchachita de su edad, un llanto que nace desde el alma rota. Sus manos… Dios mío, sus manos están teñidas de sangre, sangre que no es suya —o tal vez sí— y que brilla bajo una luz que no sé de dónde proviene. Su respiración es agitada, como si hubiese corrido huyendo de algo o de alguien… o de sí misma.
Quiero acercarme, abrazarla, sacarla de ese infierno, pero la visión me mantiene inmóvil, como si unos hilos invisibles me ataran al suelo.
Sé que lo que veo no es un simple presentimiento: es destino, uno que se clava en mi pecho como una daga helada.
Y sé también que no hay vuelta atrás para los designios del futuro… a menos que yo lo altere.
Soy su padre, la abracé recién llegada al mundo, la alimenté con mis manos, la vi crecer entre amor y pobreza. No sé qué demonios tenga que hacer para evitar ese dolor que la persigue, pero lo haré.
Lo juro por mis ancestros, por la tierra que piso y por la sangre que corre por mis venas.
Porque esa niña, esa que llora en mis visiones con las manos manchadas de rojo…
es mi Estrella, y yo no permitiré que el destino la destruya.
Estrella
Mi papá no se ve por ningún lado y la lluvia continúa. Quizá debería regresar a casa… no quiero enfermarme yo también. Entonces recuerdo que a mi papá le gustan mucho las hierbas de la otra orilla y decido caminar hacia allí.
Camino con cuidado, pero pronto siento una presencia detrás de mí. No puedo ver en la oscuridad, así que sólo acelero el paso. Mi corazón late con fuerza y mis piernas quieren salir corriendo; tal vez debería hacerle caso a mis instintos. Tomo aire y me preparo para huir.
— ¿A dónde tan solita, Estrellita? — escucho una voz.
No respondo e intento correr, pero…
— ¡Suéltame! ¡No! ¡Auxilio!
El hombre me toma del cabello y me jala hasta tumbarme en el suelo donde utiliza toda su fuerza contra mí, trato de defenderme pero él es fuerte y me golpea en la cara, detiene mis brazos y no puedo luchar contra ellos, pues mis piernas no logran hacerle daño alguno. Estoy perdida, él destroza mi ropa y hace lo que quiere de mí a pesar de mis constantes súplicas.
— ¡No! ¡Por favor no lo haga! ¡No me haga daño! ¡Auxilio!
Sigo gritando, pero nadie llega a socorrerme. La desesperación me invade mientras me doy cuenta de que estoy sola y a merced de alguien que no tiene piedad. El miedo se apodera de mí y la sensación de desamparo se vuelve insoportable.
Mi desdicha comienza.
Juan Pablo
Hace rato que llegué a casa y apenas crucé la puerta, Sofía me recibió con la noticia de que mi María se puso mal, muy mal otra vez. Pa’ pronto es tarde. Por suerte Changel logró llegar con el médico justo a tiempo.
— Changel, qué bueno que viniste, tu mamá está mal.
— Papacito, no se preocupe, me encontré al médico en el camino y vino conmigo para ver a mi mamá.
— Bendito sea el creador por no abandonarnos. Por aquí, por favor, doctor.
— Apá, — dice Sofía — dígale a la Estrellita que venga a la cocina pa’ que me ayude.
— Pensé que estaba contigo.
— ¡No, papacito! ¿Pues que no fue por usted al campo?
— No, mija, yo vine solo. ¿Entonces tu hermana está allá afuera?
— Me temo que sí, apá.
Un escalofrío me recorre la espalda.
— Rápido, Changel, hay que encontrar a tu hermana. Tengo un mal presentimiento.
— Ustedes vayan a buscarla, —dice Sofía— yo le ayudo al doctor en lo que necesite.
Changel y yo salimos corriendo hacia el campo. Mi hija puede estar en grave peligro. Que esta no sea la noche en que comience su horrible destino… ruego a mis ancestros que la protejan, que la mantengan a salvo hasta que la encontremos.
CIUDAD BUENAVENTURA
Ignacio
Marbella ha sufrido inseguridad toda su vida, gracias a sus padres que siempre la presionan por todo. Sé que me ama y yo a ella, y todo lo que quiero es verla feliz y tranquila. Por eso accedí a formalizar nuestra relación, acordando previamente no casarnos hasta concluir nuestros estudios.
— Propongo un brindis por la parejita —dice la madre de Marbella.
— ¡Salud!
Todos, o casi todos, están felices por esta eventualidad. Mi madre nunca ha estado de acuerdo con este noviazgo; dice que Marbella no le parece el tipo de muchacha adecuada para mí. Sé que lo dice porque me adora y comprendo que de alguna forma esté celosa. Es cierto que Mar es algo peculiar, pero es una buena persona. Sólo ha tenido una vida un tanto difícil, no ha sido tan afortunada como yo, que tuve y tengo a los mejores padres del mundo y a una hermanita fabulosa que siempre me llena de cariño. También es celosa como mamá, y no la culpo; la tengo tan mal acostumbrada a que siempre somos ella y yo, que de seguro se siente desplazada.
— Lili, ¿tú no quieres decirme algo esta noche? —ella suspira.
— Bueno, hermanito, deseo de todo corazón que Mar sepa hacerte muy feliz y logre mantener tu amor por siempre… —eso me suena a sarcasmo— como en los cuentos de hadas —añade tratando de componer la frase, pero sé bien lo que insinúa.
— Gracias, Lili, sabes que siempre estaré para ti.
— Eso es obvio, tú eres un gran hermano y el único que tengo.
Marbella sabe que Lili le tiene la guerra declarada, pero no le incomoda, pues Lili es apenas una niña de doce años y parece que las hormonas ya han empezado a hacer de las suyas.
PUEBLO DE ANDALUCÍA
Estrella
El dolor me atraviesa como si cada parte de mi cuerpo hubiera sido quebrada. Me quedo ahí, tirada en ese pedazo de tierra fría y enlodada donde ese gañán me arrebató algo que jamás podré recuperar.
Me abrazo a mí misma con desesperación, intentando cubrirme con los jirones de ropa que me quedaron. Mis manos tiemblan, no sé si por el frío, por el miedo o por la vergüenza que no entiendo por qué siento… si yo no hice nada mal.
Las lágrimas no se detienen; caen mezclándose con la lluvia que sigue golpeándome la cara. Todo es tan irreal que por un segundo pienso que estoy soñando, que esto es una pesadilla horrible y que en cualquier momento despertaré en mi cama, con mi mamá regañándome por no haberme tapado.
Pero no despierto.
La noche sigue aquí.
Y yo también.
Me obligo a ponerme de pie, aunque mi cuerpo protesta con un dolor punzante. Cada paso es como una herida nueva. Camino despacio, tambaleándome, sin saber si voy en la dirección correcta o si sólo estoy escapando de ese pedazo de mundo que se convirtió en mi infierno.
La lluvia continúa, pesada, helada, implacable, pero ya no puede asustarme; la oscuridad tampoco. Después de lo que pasó, nada de afuera puede ser peor que lo que ahora llevo dentro.
Sigo avanzando. No sé cómo, pero sigo.
Con el alma rota y el cuerpo adolorido, intento regresar a casa… aunque ya no estoy segura de tener un hogar al cual volver siendo la misma.
Sofía
Ay, Estrella… ¿Dónde estás? No debí enviarte a buscar a papá, jamás. Si te pasó algo, si te lastimaron… nunca me lo voy a perdonar. ¡Nunca!
El doctor termina de revisar a mi mamá mientras mi corazón late tan fuerte que siento que se me va a salir del pecho. Dice que tiene una enfermedad con un nombre raro que ni siquiera logro pronunciar; por suerte ya le dio los medicamentos y me dejó indicaciones. Prometió volver mañana temprano.
—Muchas gracias, doctor, que Dios lo bendiga.
—No es nada, muchacha —responde él—. Y me disculpo nuevamente por no haber llegado antes.
—Lo importante es que llegó.
—Despídame de su padre.
—No se preocupe, yo le digo que pase a pagarle.
—No es necesario —sonríe con cansancio—. Don Juan Pablo nunca queda mal. Es un hombre de palabra.
En ese instante, escucho pasos apresurados afuera. Volteo hacia la entrada y… mi alma se hace añicos.
Es Estrella.
Empapada, con la ropa hecha jirones… golpeada. El barro le cubre las piernas, la cara la tiene hinchada… y sus ojos… Dios mío, sus ojos están muertos.
—¡Estrella! —corro hacia ella— ¿Pero qué te pasó?
Ella no responde. Solo mira al vacío, como si estuviera atrapada en un lugar del que no puede volver.
El doctor también corre, preocupado.
—Déjeme revisarla…
Pero Estrella retrocede de golpe, como si le hubieran apuntado con un arma.
—¡No me toque! ¡No me toque!
Su grito es tan desgarrador que hasta el doctor se queda helado. Me mira… y en ese instante entiendo. Lo entiendo todo. Y quisiera no haberlo hecho nunca.
Me acerco despacio, con las manos en alto para no asustarla.
—Estrellita… por favor… déjame ayudarte.
—¡No! —grita— ¡No… no…!
Sus piernas de pronto ya no la sostienen. Se derrumba frente a mí como si todo su cuerpo hubiese cedido al dolor, y comienza a llorar. Pero no es un llanto normal… es un llanto que rompe, que corta, que duele. Un llanto que me deja sin aire.
Me arrodillo con ella y siento cómo mi corazón se desgarra al verla así. Mi hermana… mi Estrellita… destruida.
Y mientras la sostengo, temblando, sé que nada volverá a ser igual. Nunca.