4. Sonrisa perdida

2453 Words
Sofía Mi papá y mi hermano entran empapados del aguacero, y en cuanto ven a Estrella… no hace falta que nadie diga nada. La verdad se derrama sola, brutal, insoportable. Mi papá se queda paralizado apenas un segundo, y luego la furia le sube a los ojos como un incendio. —¿Quién fue? — ruge — ¡¿Quién te ha hecho esto, Estrella?! Pero ella no puede hablar. No puede ni mirarnos. Solo llora con un dolor que no se parece a ningún llanto que haya escuchado antes… es como si se le estuviera rompiendo el alma en vivo. Changel se acerca, temblando, y ella, en cuanto lo ve, cae de rodillas delante de él como si el peso de su vergüenza la aplastara. —Papacito… — solloza con la voz hecha añicos — le juro que yo no hice nada… yo no quería… papá, perdóneme… se lo ruego… ¡Perdóneme! Sus manos buscan las de mi papá como si quisiera aferrarse a algo para no caer más profundo. Ella suplica por un perdón que no tendría por qué pedirle a nadie. Y verla así me destruye por dentro. No sé cómo ayudarla, no sé cómo tocarla sin hacerle más daño. El doctor da un paso adelante, intentando mantener la calma. —Estrella… mírame, por favor — le pide con suavidad. —No, docto… — responde ella con un hilo de voz — yo ya no puedo mirar a nadie. El doctor respira hondo. —Lo que te ocurrió no es tu culpa — dice despacio, como si quisiera grabarlo en su corazón — y tengo que revisarte las heridas para ayudarte. Pero Estrella retrocede como si él fuera una amenaza. —¡No! — grita, quebrándose — ¡Por favor, no me toque! No quiero que nadie me toque… yo sólo… yo sólo quiero morirme… déjeme morir así… Sus palabras nos parten la vida en dos. Mi papá cae de rodillas junto a ella, sosteniéndole el rostro con manos temblorosas. —Estrellita, hija… déjate ayudar, por favor… deja que el doctor te cure… mija… — su voz está rota, llena de culpa, de impotencia. Changel tiembla, yo no puedo dejar de llorar, y mi papá… mi papá parece envejecer diez años en un instante. Y dentro de mí crece un remordimiento que nunca me voy a perdonar. Esto no hubiera pasado… no hubiera pasado… si yo no la hubiera mandado al campo. Juan Pablo Changel y yo nos miramos, con los ojos llenos de una misma rabia silenciosa, una misma culpa que nos aplasta. Siento el peso de no haber protegido a mi Estrellita, a mi niña… a la criatura que recogimos con tanto amor para hacerla nuestra. —Quiero saber quién lo hizo, papá —dice Changel con la voz temblándole de furia—. Y cuando lo sepa… te juro que yo mismo lo voy a matar. —Tenemos que calmarnos, hijo —le respondo, aunque ni yo me creo mis propias palabras—. Nosotros no somos asesinos. —¡Pero es que…! —se muerde la lengua y baja la mirada, tragándose la rabia igual que yo. Sofía rompe en llanto, deshaciéndose. —Esto es mi culpa… si yo no la hubiera mandado a buscarlo al campo, papá… ¡es mi culpa! —Cálmense los dos —digo, aunque mi voz se quiebra—. Nadie tiene la culpa más que el desgraciado que se atrevió a… —no puedo seguir; las palabras se me rompen en la garganta. Me volteo, llorando de coraje, impotente ante lo que no pude evitar. Busco a mis ancestros, mi único refugio, pero al llegar al altar encuentro las veladoras apagadas. Las enciendo… y se apagan. Las vuelvo a encender… y se vuelven a apagar. Cada flama que muere confirma lo que me aterra: El destino de mi hija sigue siendo oscuro. —¿Por qué? —susurro con la voz rota—. ¿Por qué, ancestros? ¿Por qué no la protegen? ¿Acaso… porque no lleva nuestra sangre? No quiero creerlo. No puedo aceptarlo. Pero el mal augurio insiste una y otra vez, como si el viento mismo soplara para apagar cualquier esperanza. El doctor dejó medicina para el dolor. Estrella la toma a medias, porque le cuesta tragar hasta el agua. No habla. No come. Solo llora en silencio, como si cada lágrima fuera un pedazo de alma que se le desprende. Los días pasan. María mejora, gracias al cielo… pero Estrella… mi Estrellita ya no es la misma. Su sonrisa se extinguió y no hay fuerza en este mundo que parezca capaz de encenderla de nuevo. Changel le trae regalos diario, flores, dulces, cositas que encuentra… pero nada funciona. Sofía sigue culpándose y María trata de mantenerla ocupada para que no se hunda en su propio dolor. Y yo… yo soy un viejo inútil. Un hombre que no pudo cuidar lo que más ama en esta vida. He estado haciendo mis averiguaciones, preguntando en cada rincón del pueblo quién fue el desgraciado que le hizo esto a mi hija. Nadie sabe nada. Nadie vio nada. Y mis visiones… Mis visiones son cada vez más fuertes. Siempre la misma: Mi niña con las manos llenas de sangre. Mi Estrellita envuelta en un destino que se cierra sobre ella como una trampa. Un destino que intento evitar… pero que parece escrito con fuego. No puedo contárselo a María. No todavía. No quiero cargarle más dolor al corazón. Así que me lo guardo. Me lo trago. Y cada día rezo para que, de alguna manera, pueda torcerle la mano al destino antes de que sea demasiado tarde. CIUDAD BUENAVENTURA Isabel Pese al repentino e inexplicable pesar que oprime mi pecho, ese que me deja sin aliento y me llena de una angustia punzante, no puedo permitir que mi hijo se deje llevar por los caprichos de esa muchachita. Qué inseguridad, qué falsedad… sé muy bien que todo es una manipulación, una estrategia para obligarlo a casarse pronto. Yo lo sé, sucederá, y cuando eso ocurra, se acordarán de mí. —Mami, ¿a ti tampoco te cae bien Marbella, verdad? —pregunta Lili, con sus ojitos inquisitivos. —No, mi cielo… —respondo, tratando de mantener la calma—. Pero tenemos que respetar las decisiones de tu hermano. —Es un bobo. —Ignacio es una buena persona, no es ningún bobo. —Yo digo que es un bobo porque cree que está enamorado de ella, pero yo sé que no. —Estás muy pequeña para saber eso —le contesto, con un dejo de sonrisa y preocupación. —¿No lo has visto? Cuando la mira… no es como en las películas. Todos sabemos que los enamorados se sonrojan y se sienten en las nubes. —No sé qué me preocupa más ahora, tu hermano o tú… ¿Acaso estás enamorada? —pregunto, sin poder evitar la curiosidad y un poco de miedo. —¡Ay, no! Ni loca, los niños son muy tontos, yo jamás me voy a enamorar. —Tienes doce años, Lili… no tardarás en cambiar de opinión. —Al menos espero no enamorarme de ningún niño tonto —responde con firmeza—. Yo voy a esperar a que llegue el chico ideal. —¿Ah, sí? ¿Y cómo sería ese chico ideal? —Inteligente, amable, alguien en quien pueda confiar, que no me presione para tomar decisiones… como Marbella con Ignacio. —Me parece muy bien que aprendas de las experiencias de los demás, eso te ahorrará muchos sinsabores —le digo, intentando sembrar un poco de prudencia en su inocencia. —Además, yo sí espero terminar la universidad antes de formalizar cualquier relación. —Eso espero, Lili, eso espero —susurro, con un nudo en la garganta y el corazón medio aliviado, porque aún hay tiempo para protegerla de errores y desengaños. Liliana No puedo decirle a mamá que tengo un plan para que Marbella salga huyendo. Ella nunca me dejaría hacer algo así, diría que es peligroso o que “no me meta en problemas”. Pero ya no puedo seguir esperando. No después de todo lo que Marbella nos ha hecho. Me late el corazón bien rápido, como cuando estás a punto de hacer travesura… pero ésta no es una travesura cualquiera. Es mi plan. Y aunque me da miedo, también siento algo aquí en el pecho… como emoción mezclada con coraje. Y no dejo de imaginarlo… Su cara. Ese momento exacto en que se dé cuenta de que ya no puede seguir haciendo menso a mi hermano. Que alguien por fin le puso un alto. No, no puedo contarle nada a mamá. Pero estoy tan, tan cerca de ver cómo Marbella por fin se asusta… que casi puedo escucharlo en mi cabeza. PUEBLO DE ANDALUCÍA Estrella Aún siento el cuerpo adolorido, pero lo que más me pesa es el alma. Me duele la deshonra, la decepción que mi familia refleja cada vez que me mira. No entiendo qué hice mal para que todo esto me pasara; ni siquiera había pensado alguna vez en tener novio. ¿De qué me sirvió portarme bien, obedecer, hacer siempre lo correcto? Si ahora… ahora ya no valgo nada. Eso es lo que repiten en sus miradas. Dicen que ya no tengo virtud, que nunca podré casarme de blanco en una iglesia como “debería ser”. A veces siento que me arrebataron hasta la posibilidad de soñar. Pero la vida sigue y mamá tiene razón: tengo que seguir adelante, aunque ya no me nazca esa alegría que antes me llenaba. — Mira, Estrella, lo que te traje. Es un libro nuevecito. — Gracias, Changel… lo contestaré todo, lo prometo. Al menos puedo hacer lo que esperan de mí. Tal vez así, algún día, dejen de verme como una vergüenza y entiendan que me estoy esforzando. María Mi Estrellita me tiene el alma en un hilo. Yo sé que ella piensa que nos ha decepcionado, pero ¿cómo explicarle que para nosotros no es así? Siempre tan preocupada por no fallarnos, por ser la niña perfecta… y ahora no sabemos cómo arrancarle de la cabeza esa idea absurda de culpa. Se lo hemos dicho una y mil veces, pero es terca, mi muchacha. No entiende que, pensando así, sólo se lastima más el alma. Han pasado ya dos meses desde su desgracia y su sonrisa no ha vuelto a asomarse. Es como si alguien se la hubiera robado y la hubiera escondido en un rincón del que no puede salir. Mi Juan ya no halla qué hacer. No me lo dice, porque es orgulloso, pero yo conozco a ese hombre mejor que nadie: lo he visto ponerse pálido, lo he visto quedarse mirando a la nada… sé que ha tenido visiones, y deben ser horribles, porque en su mirada hay miedo. Y cuando él tiene miedo, yo tiemblo por dentro. Viejo necio… cree que puede ocultarme algo a mí, como si no supiera leerle el alma con solo verlo respirar. Juan Pablo En la abarrotera del pueblo siempre huele a maíz, a costales viejos y a tierra mojada. A veces ese olor me calma… pero hoy no alcanzo a sentir paz. Al menos mi Estrellita volvió a estudiar con los libros que Changel le lleva; la niña se esconde en sus lecturas como si allí encontrara un rincón donde el mundo no alcanza. Sofía no la deja sola ni un segundo, y eso me consuela. Mis dos niñas… ¡cómo quisiera meterlas a una burbuja, guardarlas en el pecho y que nadie, jamás, pudiera lastimarlas! — Hoy está muy calmada la venta, y hay que irnos temprano, Changel. No tiene caso quedarnos hasta tarde — digo mientras ordeno unas cajas. — Ya dijo, pá — responde él, pero cuando la campanita de la puerta suena, levanta la vista de inmediato. — Buenas, buenas, don Juan — saluda Eliseo. Nomás verlo entrar me cae un mal presentimiento. Y a Changel ni se diga: lo mira feo, como siempre, porque ese muchacho nunca le ha gustado. — Joven Eliseo, ¿qué lo trae por acá? — pregunto, tanteando el ambiente. — Vine a comprar unas cosas… traigo una lista — dice. Changel le arrebata la lista casi sin disimular su molestia y se va entre los pasillos. Yo le acerco una silla a Eliseo. — Por favor, tome asiento. — Gracias, don Juan. Y… ya que estamos solos — habla bajito, como si las paredes escucharan — quiero aprovechar para decirle algo. Mi estómago se me revuelve. — Le escucho, joven. — Se trata de su hija Estrella… La sangre se me calienta. No me gusta que el nombre de mi hija ande en la boca de nadie. — Sea claro. — Pues… es que se dicen unas cosas bien feas de su hija, don. Y yo… — ¿Qué se dice de mi hija? — gruño, porque no pienso tolerar chismes. — Dicen que… que perdió su virtud. Tan jovencita. Aprieto los puños. El coraje me sube como fuego. — Si es cierto o no, eso no es incumbencia de nadie. — Sí lo sé, don Juan, y yo respeto mucho a su familia, pero usted sabe cómo es la gente. Muy malintencionada. Y pues… yo quiero ofrecerle mi ayuda. — ¿Y usted cómo pretende ayudar? — lo miro sin parpadear. — Si usted me lo permite… yo quiero matrimoniarme con su hija. — Ah, caray — me toma por sorpresa — ¿Y usted por qué haría eso? — Porque yo la quiero, don Juan — baja la mirada con vergüenza — Yo siempre he estado enamorado de ella. Con todo respeto. Me rasco la barbilla, pensando. Agradezco la honestidad, pero ese muchacho nunca me ha gustado, algo tiene en la mirada que no me cuadra. — Pues qué bueno que me lo dice — respondo — pero mi hija está muy chica para andar pensando en casarse. — Ya sabía que me diría eso, don Juan — suspira — pero no perdía nada con intentar. Nomás quería que supiera que mis intenciones son serias. Si cambia de opinión… ya sabe dónde encontrarme. Se levanta despacio, resignado. — No se vaya sin sus cosas — digo. — Lo espero afuera — responde — No quiero incomodarlo más con mi presencia. Cuando sale, el silencio queda pesado como un costal lleno. Y antes de que yo pueda respirar hondo, otra visión me golpea la mente, tan dura que casi me tambaleo… una visión de sangre, de sombra, de un destino que se empeña en perseguir a mi niña. Y la mortificación me vuelve a morder el alma.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD