PUEBLO DE ANDALUCÍA
Mi Estrellita está casándose con ese hombre, pero no se ve nada feliz. En la visión, su vestido luce opaco, marchito… como si la tristeza lo hubiera desteñido. Sus ojitos lloran amargamente, no de emoción, sino de resignación. Y mi Changel… mi muchacho no está. Hay un hueco en mi familia que viste de n***o, un vacío que huele a luto. Siento su ausencia tan fuerte que me quema el pecho.
FIN DE LA VISIÓN
— ¡No! — suelto un grito ahogado que me quiebra por dentro.
No puede ser. No puede ser que ahora hasta el destino de mi muchacho se vea comprometido de esta manera. ¡No! Mis ancestros me han negado la ayuda para mi Estrella, pero con Changel sí tendrán que hacer algo. Él sí lleva nuestra sangre, él sí es parte del linaje que ellos juraron proteger.
Mi corazón me late como tambor de guerra mientras empiezo a cerrar la abarrotera con manos temblorosas. En cuanto llegue a la casa, les pondré sus veladoras, todas las que sean necesarias. Haré la ofrenda completa, rezaré, cantaré si es preciso. No puedo permitir que esa visión se cumpla. No puedo perder a mi Estrellita… ni permitir que mi Changel vista las sombras.
Mis ancestros tendrán que escucharme. Tendrán que responder. Esta vez, no voy a aceptar un “no” del destino.
María
La Estrella no ha estado bien, trae náuseas y creo que hasta mareos, ay, virgen santísima, que no sea lo que estoy pensando, por favor, que no sea eso.
— ¡Amá! ¡La Estrellita se desmayó! — grita Sofía con un hilo de voz que casi se quiebra.
Corro tan rápido como mis piernas me lo permiten, el corazón en la mano.
— ¿Pero qué fue lo que pasó, mija?
— No lo sé, mamá, de pronto nomás… nomás se me cayó — dice llorosa.
— Tráeme el alcohol y un algodón, pero córrele. — Me acerco a mi niña, a mi pobre Estrella. — Mi niña… todo va a estar bien, ya lo verás. No vas a estar sola, mija. Para eso está tu familia contigo.
— Aquí están las cosas que me pediste, mamá.
— Ayúdame, levántale la cabeza un poquito, pa’ ponerle la almohada.
— Sí, mamá.
Le acerco el algodón con alcohol a la nariz para que despierte. Mis manos tiemblan sin poder evitarlo.
— Anda, Sofía, ve corriendo por el doctorcito.
— ¿Cree que esté enferma?
— Lo más seguro, mija, ándale, ve ya.
Sofía se va hecha un rayo. No quise decirle lo que en mi pecho ya es casi certeza… pero para mí es tan evidente… tan claro… que mi niña quedó… Ay, virgen santa, no puedo ni decirlo sin que se me haga nudo la voz.
El doctor llega solo.
— La niña Sofía me pidió avisarle que fue a la abarrotera para avisarle a don Juan.
— Hizo bien, doctor… con este susto no tuve cabeza pa’ nada.
— ¿Y cómo sigue Estrella?
Miro al suelo, siento que el alma se me escurre entre los dedos.
— Pues… doctor… yo tengo la sospecha de que mi hija quedó embarazada de ese infeliz…
El doctor abre los ojos grandes.
— ¿Qué le hace pensar eso, doña María?
— Sus achaques, doctor. Los mareos, las náuseas… y ahora este desmayo. No es normal. Mi niña nunca ha sido enfermiza.
— ¿Ya despertó del desmayo?
— Hace un ratito, sí… Está acostada en su cama. Pásele, doctor, revísela y sáqueme de dudas. Que yo ya no puedo con este sufrimiento encima.
El doctor suspira, como sabiendo lo mismo que yo.
— Ruegue a sus santos que esté usted equivocada, doña María. Sería una desgracia para ella.
— Lo sé, doctor, por eso lo mandé llamar tan rápido.
Mientras él entra a ver a mi Estrella, yo me quedo afuera, con las manos apretadas contra el pecho. Voy directo a las veladoras. Las enciendo una por una, murmurando plegarias, invocando a los ancestros, igualito como debe estar haciéndolo mi Juan allá donde esté.
Que nos iluminen.
Que no sea cierto.
Que no nos quiebre otro golpe más.
Sofía
Corriendo llegué hasta la abarrotera, casi sin aire, con el corazón golpeándome en el pecho como si quisiera salirse. Nomás espero que la Estrella no esté tan mal… ay, Diosito santo, que no sea nada grave. Pero ese pensamiento que me carcome… esa idea horrible de que la gente se muere de tristeza… no me deja en paz. ¿Y si mi hermanita está así por mi culpa? Si algo le pasa, nunca en la vida me voy a perdonar lo que he causado.
— ¡Apá!
Mi voz sale chillona, desesperada.
— ¿Qué pasa, Sofía? ¿Pero qué haces aquí?
— Ay, apá… vine a avisarle que la Estrellita se desmayó, ya el doctor debe estar revisándola.
El rostro de mi papá se descompone como si le hubieran pegado un golpe en el alma.
— ¿Pero cómo así? ¡Changel! ¡Changel!
— Dígame, pa.
— Voy a la casa, que la Estrella se desmayó y quiero saber qué dice el médico. Ahorita regreso.
— Sí, apá, vaya sin cuidado, que yo me encargo.
Mi papá me mira con esa mezcla de susto y prisa que me revuelve el estómago.
— Sofía, quédate aquí con Changel pa’ que lo ayudes, mija.
— Como usted diga, apá.
Él sube a la troca y se va tan rápido que las llantas levantan polvo. Yo me quedo parada, sintiendo que el mundo se me viene encima. No quiero que nadie note cómo me tiembla la quijada.
Changel me mira y yo bajo la cabeza. Él no sabe lo que siento, ni lo que cargo aquí adentro. Nadie lo sabe. Nadie sabe que yo… que yo nunca voy a perdonarme si mi hermanita no vuelve a levantarse como antes.
Eliseo
Yo quiero bien a la Estrella, no me importa lo que digan los demás, ella tiene que ser mía, cueste lo que cueste. Por eso vine a hablar con mi padre, buscando su apoyo; con él de respaldo, don Juan no podrá negarse a darme la mano de su hija.
— Padre, vengo a hablar con usted muy seriamente.
— ¿Ahora en qué problema te metiste, Eliseo? — me responde con ceño fruncido.
— En ninguno, se lo juro.
— Entonces…
— Usted y mi madre han dicho que ya necesito sentar cabeza, y eso es precisamente lo que quiero.
— Veo que ya estás madurando, hijo. ¿Y quién será la afortunada?
— Estrella, la hija de don Juan Pablo Hernández.
— ¿Estrella? — repite, sorprendido.
— Sí, padre. Es la mujer que me ha robado el corazón y sólo con ella quiero casarme.
— Pero hijo… se dicen tantas cosas en el pueblo que…
— Lo sé. Sé todo lo que se dice, y por eso quiero casarme mañana mismo si pudiera. No quiero que la mujer que amo siga en boca de tanta gente malintencionada.
— ¿Y qué harás si resulta ser cierto lo que se dice?
— Nada, padre. Ella no tiene la culpa de su mala suerte; un maldito se aprovechó de ella, y yo quiero sanar todas las heridas de su corazón.
— Pero don Juan no estará de acuerdo.
— Lo sé. Yo mismo le hablé de mis intenciones, pero creo que tú tienes la solución.
— No entiendo…
— Don Juan te debe mucho dinero. Creo que podrías perdonarlo si me caso con su hija. ¿No vale más mi felicidad?
— No estoy muy de acuerdo con esa manera de actuar, pero dadas las circunstancias…
Sabía que mi padre finalmente me apoyaría. Mañana mismo hablaremos con don Juan para ponerle fecha a la boda; esta vez no podrá negarse.
Juan Pablo
Las visiones no dejan de torturarme.
VISIÓN
Estrella tiene un hijo que se parece a ella, pero el joven Eliseo se aprovecha de su debilidad de madre para obligarla a quedarse a su lado. Mi niña tiene la cara golpeada, sus ojos llenos de lágrimas de sangre, y un grito silencioso de dolor brota de su alma. La siento tan frágil, tan rota… y no puedo hacer nada para detenerlo.
FIN DE LA VISIÓN
Definitivamente no puedo permitir que ese hombre se case con ella. Llego a la casa tan pronto como puedo y el doctor sigue allí; María llora con el corazón desgarrado y Estrellita sólo mira hacia la nada, como si hubiera dejado de existir en este mundo.
— Don Juan, me temo que no le tengo buenas noticias — dice el doctor, su voz pesada y temblorosa al verme llegar.
— ¿Qué pasa, doctor? ¿Tan grave es lo que tiene mi muchachita? — mi voz se quiebra mientras el miedo me oprime el pecho.
— Estrellita está… embarazada.
¡No, no puede ser! El hijo de Estrellita marca la continuidad de su sufrimiento, ¡no puede ser! El aire se me escapa, siento que me falta el aliento, el corazón me late con violencia, y un frío terrible recorre todo mi cuerpo. Mis manos tiemblan y la impotencia me consume: debo protegerla, debo salvarla, pero ¿cómo si su destino ya se dibuja con tanta crueldad?
Estrella
¿Un hijo? ¡Un hijo de ese infeliz que me violó! ¿Por qué a mí? ¿Por qué? Mi mamá llora por tan grande decepción y mi papá…
— ¡Papá! ¡Papacito!
— Traten de calmarse, por favor, — pide el médico — don Juan…
Soy una vergüenza para mi familia, no hace falta que me lo digan porque lo siento cada día… y ahora esto. ¿Qué voy a hacer? No es justo; nada de esto debió sucederme. Pero… ¿qué me pasa? Dentro de mí hay un bebé inocente, mi hijo… ¡mi hijo! Sangre de mi sangre. No importa quién sea su padre, yo soy la madre, y eso es lo único que debe importar.
Han pasado horas desde que supe que estoy esperando un hijo. Intento no pensar en la manera en que fue concebido y me obligo a enfocarme en que es mío, sangre de mi sangre. Aunque mis papás estén tristes, aunque los vea decepcionados cada vez que me miran, no importa: yo saldré adelante con mi bebé.
— Ay, María… a veces creo que sería mejor si la Estrellita perdiera al bebé.
No. ¡No! Yo no quiero perder a mi hijo. Él no tiene la culpa de nada. Decido no decir nada para que se calmen, pero ya estoy pensando en lo que voy a contestarles si siguen insistiendo. Sin embargo, ellos se me adelantan.
— Estrella, ven hija, queremos hablar contigo — dice mi papá.
— Sí, apá, los escucho — me siento a la mesa con ellos, con el corazón latiéndome fuerte.
— Mija, tú eres muy joven para una responsabilidad tan grande y…
— Tengo quince años — lo interrumpo —, y a esta edad muchas mujeres han parido a sus hijos.
— Pero esos eran otros tiempos, hija — dice mi mamá con preocupación.
— No me importa. Mi bebé no tiene la culpa de nada y yo quiero tenerlo. Es sangre de mi sangre… de nuestra sangre.
— Quizá tengas razón, mija — suspira mi papá —. Sólo pienso en lo que sería mejor para ti. Además, no sabemos quién sea el padre o si regrese para reclamarlo.
— Él ya tuvo lo que quería — respondo con frialdad —. Dudo mucho que regrese; no querrá que se sepa la clase de canalla que es.
— En eso puedes tener razón — reconoce mi papá —. No se atreverá a revelar su fechoría. Pero aun así, deberías pensarlo bien.
— No tengo nada que pensar, papá.
Me molesta su insistencia, su miedo disfrazado de consejo. Me levanto y me retiro a mi cama. No quiero escuchar de nuevo esas tonterías. Ya tomé mi decisión, y lo hice sola.
Juan Pablo
Voy a la abarrotera por Changel y Sofía.
— Ahorita regreso, mujer — le digo a María, aunque mi voz se escucha más cansada que otra cosa.
Salgo de la casa con el corazón apretado. La tarde está cayendo, pero la luz ya me pesa en los ojos. Mis pensamientos van más rápido que mis pasos. Si mi niña no quiere entender razones… si insiste en cargar con esto ella sola… no me va a quedar otra más que tomar una decisión por todos. Aquí, en este pueblo lleno de lengua larga y ojos que juzgan, no vamos a vivir tranquilos.
Mis visiones no me dejan en paz. Cada una es peor que la anterior. Cada una me muestra un destino que no puedo permitir.
— No, no… — murmuro mientras avanzo por el camino de terracería. — Mi niña no tiene por qué sufrir más, no… no lo voy a permitir.
Si algo me han enseñado mis ancestros, es que las señales llegan para prevenir desastres. Y si Estrella se empecina en quedarse, si se aferra a ese bebé y a esta tierra maldita que ya le dio la espalda… entonces seré yo quien tenga que arrancarla de aquí antes de que sea demasiado tarde.
Porque nadie — nadie — va a tocar más a mis hijos.
Y menos ese Eliseo con su sonrisa hipócrita.
Acelero el paso. Necesito a mis muchachos conmigo. Necesito pensarlo todo con la cabeza fría.
Pero una cosa ya la tengo clara:
si quiero salvar a mi familia, tendremos que irnos del pueblo.
Eliseo
Estaré contando las horas para verte, Estrellita.
Hoy mismo iré a tu casa… hoy, no mañana. Ya no pienso esperar más.
Serás mi esposa muy pronto, te guste o no —porque nadie más te va a querer como yo, porque nadie más se va a ofrecer a limpiarte el nombre después de lo que pasó. Tú lo sabes. Todos lo saben. Y tu padre… tu padre tendrá que aceptarlo.
Mi papá ya dijo que hablará con don Juan.
Él se encargará de arreglarlo todo.
Dejará en claro que no hay mejor opción para ti que yo. Y sé que don Juan no querrá problemas, no cuando tiene una deuda tan grande. Así que terminará dándote en matrimonio tarde o temprano.
No importa si lloras, si me miras con ese miedo tuyo; ya se te pasará.
Me vas a amar, Estrellita. Aunque tengas que aprender a la fuerza.
Porque ya te elegí.
Y cuando yo elijo algo… es mío.