3 Cero Tolerancia

669 Words
Alejandro Mi mundo se rige por tres principios: Orden, Control y Cero Tolerancia a la incompetencia. El orden es necesario. El control es poder. Y la incompetencia es la plaga que destruye imperios. Soy Alejandro Montenegro. Dirijo una de las agencias más rentables del país y no lo hice siendo amable. Lo hice siendo el mejor. Y exijo lo mismo de la gente que me rodea. Por eso, cuando vi el agua empapando los borradores del contrato de Unilever, tuve que usar cada gramo de autocontrol que he cultivado en treinta y cuatro años para no despedir a la nueva asistente en ese mismo instante. Salga. De. Mi. Oficina. Ahora. La vi tropezar al salir. Tropezar. ¿Quién contrató a esta mujer? Ah, sí. Yo. Susana, de Recursos Humanos, me la vendió como "brillante, proactiva y con ideas frescas". En la entrevista pareció... nerviosa, pero inteligente. Sus respuestas fueron agudas, aunque se notaba que estaba improvisando la mitad. Y ahora tenía esto. Una asistente que, en menos de diez minutos en mi oficina, había estado a punto de romper una pieza de arte de doscientos mil pesos y había arruinado un contrato que mi equipo legal tardó tres semanas en redactar. Miré el desastre. Suspiré. Llamé a Lucía por el intercomunicador. —Lucía, necesito que imprimas de nuevo los anexos del contrato de Unilever. Los que estaban en mi escritorio están... indispuestos. —Enseguida, señor. Sequé el escritorio con una precisión metódica. Odiaba el caos. Odiaba las interrupciones. Y odiaba, sobre todo, la sensación de perder el control. Esta... Mariana Villalobos... era el caos andante. La vi desde mi oficina, a través del cristal. Estaba sentada en su escritorio, tecleando furiosamente. Parecía encogida, como si intentara desaparecer. Tenía una mancha ridícula en la solapa. ¿Era pasta de dientes? Aparté la mirada. No importaba. Era irrelevante. Si no podía manejar una presentación de ochenta diapositivas, se iría antes del viernes. Mi celular vibró. Emiliano. —¿Qué quieres, Emi? Estoy en media crisis. —¡Hermano! —la voz de Emiliano Salgado siempre sonaba como si se acabara de ganar la lotería—. ¿Crisis? ¿Se te acabó el gel para el pelo o el mundo por fin se dio cuenta de que eres un robot? Emiliano es mi mejor amigo. Y mi dolor de cabeza más constante. Nos conocemos desde la universidad, junto con Rodrigo. Somos... éramos... "Los Tres Mosqueteros", como nos decían. Ahora él se dedicaba a hacerle bromas pesadas a sus empleados en su empresa de software, Rodrigo a ganar casos imposibles en su bufete, y yo a construir un imperio. —Una asistente nueva —corté, revisando correos—. Es... torpe. —¿Torpe? ¿Nivel Emi-cuando-intenta-ligar-en-francés? —Nivel tiró-agua-sobre-el-contrato-Unilever. Hubo una pausa. —Uy. ¿Y está guapa? Fruncí el ceño. —¿Eso qué carajo importa, Emiliano? —¡Importa todo! Si es fea y torpe, la corres. Si es guapa y torpe, es una comedia romántica, mi Alex. ¡Es tu oportunidad de sentir algo! —Lo único que siento es la necesidad de colgarte. ¿Qué quieres? —Comida. Hoy. Rodrigo tu y yo. En el restaurante de siempre. A las tres. —No puedo. Tengo junta con los japoneses. —Cámbiala. Dijiste que esta semana nos veríamos. Rodrigo trae noticias de la... bueno, de ella. Sentí un golpe frío en el pecho. Ella. Elena. Mi último error. La razón por la que el "control" se volvió mi religión. La traición que me convirtió, supongo, en "El Ogro". —Alejandro, ¿sigues ahí? —Estaré ahí a las tres y media. Ni un minuto más. Y no vuelvas a mencionar ese tema por teléfono. Colgué. Miré de nuevo hacia el escritorio de la asistente. Seguía tecleando, pero ahora se estaba mordiendo el labio inferior. Estaba concentrada. Había algo en ella. Una energía caótica que me ponía de nervios. Era todo lo que detestaba: desorganizada, nerviosa, impredecible. Y, sí, jodidamente guapa. Lo cual la hacía doblemente peligrosa.
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