Capítulo 8

1288 Words
Susan Cuando terminamos de hacer nuestra dichosa apuesta, puse una gran sonrisa en mi rostro. Lo había convencido de hacer algo que aborrecía y eso era un punto a mi favor. Sin embargo… si él dejaba a un lado su odio por cada una de estas cosas y decidía actuar con ese espíritu competitivo, yo estaría completamente perdida. Si así, solo con ser su secretaria, me pone a trabajar como si no hubiera un mañana, no me imagino que pasaría con mi vida si me convirtiera en su esclava. Llegamos hasta donde estaban todos, cada uno de los integrantes de su familia estaban allí. Todos estaban formados en parejas. —¡Será Matthew y Susan contra Clara y el tío George! —chilló una de sus tías, con un entusiasmo que contagiaba. Miré a mi jefe, que estaba usando una expresión de "esto es una pérdida de tiempo irrecuperable" que normalmente reservaba para las reuniones o cualquier cosa de la empresa. Nos ubicamos en una mesa, no tenía idea de como se hacía, pero todo parecía extremadamente emocionante. —Recuerda la regla, Susan. No solo debemos ganar, si no que también debemos parecer una pareja muy enamorada ¿te queda claro? —dice acariciando mi mejilla. Sentí una opresión en mi pecho, al sentir su contacto conmigo. Supongo que son los nervios… por las festividades, nostalgia y todo eso que se mezcla… O eso espero. Nos pusimos los delantales bordados, de reno y de santa. Solté una enorme carcajada. Se veía gracioso, aunque no solo gracioso, su traje recalcaba muy bien eso que ví anoche antes de dormir, cuando mis ojos se privilegiaron al poder verlo sin camisa. La mesa estaba llena de kits de jengibre, bolas de glaseado blanco brillante, bandejas de caramelos y gomitas de todos los colores posibles. Era un campo de batalla azucarado. Clara y el tío George, nuestro equipo rival, ya estaban discutiendo sobre la mejor técnica para montar el tejado. Y nosotros… seguíamos observando que se debía hacer primero. —Muy bien, jefe —dije en baja voz—. Tú haces la estructura. Yo soy la artista —dije, tomando el glaseado. Él no protestó, para mi sorpresa, se tomó la parte de la estructura muy en serio. Con la precisión que lo caracterizaba, midió los lados del jengibre y aplicó el glaseado como si estuviera sellando un contrato de mil millones de dólares. La seriedad que emanaba en ese momento me recordaba su parte profesional y lo admirable que era. Miramos a nuestros rivales, y en definitiva, ellos iban ganando. Supongo que la experiencia en este tipo de competencias sí pesaba. Empecé a decorar. Era mi momento de brillar. Usé el glaseado rojo y verde para hacer patrones de vidrieras en las ventanas de jengibre, y utilicé los caramelos para crear un jardín comestible. La tensión comenzó a subir, pero no por la competencia. La cercanía de él era lo que estaba haciendo que todo dentro de mí fuera un completo caos. Sus brazos estaban a cada lado de mi cuerpo, mientras sujetaba la manga al mismo tiempo que yo. Sentía su respiración caliente sobre mi cuello. Todo mi ser se erizó por completo. —Necesito más glaseado —dijo él, empujando el bol de glaseado hacia mí. Cuando extendí la mano para alcanzar el bol, él también lo hizo. Nuestras manos chocaron justo encima del glaseado. El contacto fue breve, pero el roce de su piel cálida con la mía envió un pequeño escalofrío por mi brazo. Retiré la mano rápidamente, sintiendo mis mejillas enrojecerse. —Lo siento —dije. —No importa, necesito que te concentres, te ves muy distraída — murmuró él, y el tono inexpresivo habitual de mi jefe, había desaparecido por un instante. Como le explico que él es el que está haciendo que eso suceda. Continuamos trabajando, pero ahora la cercanía se sentía diferente. Él se inclinó hacia mí para colocar una pequeña chimenea de jengibre. Podía oler su perfume, una mezcla amaderada costosa. Estábamos tan cerca que su aliento cálido me rozó la oreja. —Necesito las pequeñas gomitas rojas, Susan. Rápidamente —susurró. Haciendo que me despabilara. Estaba concentrada en delinear la puerta. —Están a tu izquierda. —No puedo alcanzarlas sin... derrumbar la casa —dijo con su voz ronca. Me giré y el movimiento fue… Estábamos cara a cara, a una distancia demasiado corta. Sus ojos azules estaban más concentrados en mí que en la casa de jengibre. La luz de la ventana le daba a su pelo oscuro unos reflejos inesperados. Y yo… de nuevo viendo más de la cuenta. —Tienes... tienes un poco de glaseado —me dijo, señalando la comisura de mis labios. Antes de que pudiera reaccionar, él hizo algo completamente fuera de lugar. Acercó su pulgar y lo limpió suavemente de mi labio. El contacto fue suave, fue lento. Mi corazón empezó a latir tan fuerte que temí que se escuchara sobre la música navideña de fondo. Él no me miraba como a su secretaria. —Gracias —susurré, sintiendo la garganta seca. Él no se inmutó. —No podía permitir que mi novia se vea… descuidada —respondió, volviendo a su tono de jefe, pero noté que había una tensión apenas perceptible en su mandíbula. En ese momento, su tía se acercó a la mesa. —¡Qué concentración, chicos! se ven tan bien haciendo esto juntos… son la pareja perfecta —dijo entre sonrisas—. Como siempre, ¡El amor es el mejor ingrediente!" Ambos nos separamos como si hubiéramos recibido una descarga eléctrica. Él se aclaró la garganta y cogió una gomita roja con una brusquedad que hizo temblar la mesa. —Sí, el amor es... lo que hace que todo salga perfecto. ¿Verdad, mi amor? —espetó, sonriendo de forma totalmente forzada. Intenté recuperar mi compostura, ignorando la punzada eléctrica en mis labios. Matthew y yo volvimos a trabajar, pero todo había cambiado. Ahora, cada roce accidental, cada vez que nuestras manos buscaban el mismo caramelo, se sentía cargado de electricidad. Al final, nuestra casa era impresionante para ser la primera vez en la que los dos hacíamos algo así, tenía una base buena, ventanas de glaseado y un jardín comestible, ante mi perspectiva, perfecta, pero ante la realidad… muy normal. Clara y el tío George habían optado por una casa sencilla, muy hermosa. —La técnica de Matthew es impecable, es increíble lo que hace el amor—. Pero la decoración de Susan es tan... romántica. ¡Y la química es innegable… Parece que trabajaran como uno solo!" Entre todos se miraron, para luego aplaudirnos. Al ver la casa de los demás, es obvio que cualquiera podía ganarnos. Pero para mi sorpresa, ganamos. Y el premio fue el peor de todos: un par de suéteres navideños a juego, de lana muy gruesa, que debíamos usar para la foto de la familia de esta noche. Mientras subíamos las escaleras, yo llevaba la bandeja de la casa de jengibre y él llevaba los suéteres. Alcancé a escuchar como celebraban y hablan sobre su plan perfecto para que mi jefe se uniera más a sus actividades y usara por fin el suéter que tanto querían, sonreí porque de una u otra forma lo estamos ayudando a superar esa fobia por la navidad. —Entonces… ganamos —dijo él —Todo fue armado. Era obvio que querían que eso pasara. —Lo único que importa es que ganamos y eso solo quiere decir que serás mi esclava Susan… mi esclava hasta que me canse. Él se detuvo arrinconando mi cuerpo contra la pared. —Serás mi esclava Susan y no tienes idea lo mucho que me gusta esa idea.
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