—Disculpadme.— Lea levantó la vista cegada por el sol al que ya no estaba acostumbrada.—Perdonad que la moleste pero tengo una pregunta de la que le agradecería una respuesta.
—Adelante.— contestó ella, al fin y al cabo era la única persona que la había tratado con un poco de respeto.
—Quisiera saber... ¿por qué me llamó Elaia?— la bruja hizo un tremendo esfuerzo por incorporarse y se dio cuenta de que aquel joven tenía cierto parecido con su amor platónico.
—Lo siento, debí confundiros con cierto amigo mío.— él le devolvió una cálida sonrisa al ayudarla, se había percatado de lo débil que estaba.
—¿Dónde están mis modales?— sacó de su abrigo una bota llena de vino y se la dio.—Bebed, no os preocupéis.— con la sed que secaba su garganta no lo pensó dos veces.— Verá... perdóneme de nuevo pero no conozco su nombre.
—Lea.— dijo ella al haber terminado de beber.
—Veréis , Lea, a continuación se os someterá a pruebas para comprobar si sois una bruja— lanzó una mirada al viejo que manejaba las riendas del caballo para asegurarse de que no podía oírle.— No deseo haceros daño, pero para nuestra desgracia la primera prueba consiste en hacer sangrar su marca del diablo.
—¡Mis ojos!— Lea no pudo evitar sobresaltarse, los había odiado y despreciado desde que tenía memoria pero ahora que amenazaban con arrebatárselos se dio cuenta de que eran un privilegio.
—Exacto, por esto os pido que no me malinterpretéis cuando os pregunte ¿tenéis alguna marca más?
Lea asintió, levantó el pelo de su nuca para dejar ver lo que parecía una pequeñísima cruz inversa marcada a fuego.
—Madre de Dios...— susurró el joven mientras la observaba un tanto contrariado.
—Nací con ella.— susurró al taparla de nuevo.
—En vista de los acontecimientos, me temo que tengo otra pregunta para vuestra merced.—él recogió su bota para volver a guardarla en el abrigo.— ¿Sois una bruja?