Lo bueno de estar encerrada sin tener nada en lo que pensar es que Lea tuvo mucho tiempo para pensar en como liberarse armada con una clavo.
Pero esta segunda vez ya no tenía ese clavo, solo tiempo y recuerdos que no entendía.
¿Estaba perdiendo la cabeza? Y en el caso de que su mente no desvariase, había tantas cosas que no cuadraban.
¿Cómo podía estar Elaia ayudando a torturarla?
Elaia era un brujo y estaba bastante segura de que no la había delatado, es posible que esa parte la hubiera imaginado.
Pero el viejo había dicho «Diablos salvad su alma» y eso era algo que un fiel corderito de Dios nunca diría si pretendía pedir ayuda para su amigo.
Algo no cuadraba, pero a Lea le dolía tanto la cabeza que prefirió limitarse a vegetar en una esquina de la celda hasta encontrarse mejor.
Pero solo pudo descansar un par de horas antes de que volvieran a por ella.
—Vamos, levantaos.— era el viejo que ya la había sacado de allí la otra vez quien hablaba, pero en esta ocasión no le acompañaba el engendro sino un joven de pelo y ojos marrones.
—¿Qué vais a hacerme?— estaba tan débil que no pudo resistirse y se dejó llevar hacia donde quisieron.
—Haremos que confiese, cueste lo que cueste.— el viejo parecía muy enfadado.— Vigilad a esta puta.— le ordenó al joven que se subió al carro con Lea.
Aquel hombre era pura maldad, le había malquistado al pensar que el engendro era peor.