26. Reconociendo al enemigo

1219 Words
El personal de Ángel seguía siendo insuficiente y, aunque él intentaba que ninguno de sus hombres repitiera la tarea de vigilar a Nathalya más de una vez por semana, por el momento era imposible evitarlo. Lo hacía con el objetivo de impedir que ella intentara persuadir a alguno para ayudarla a escapar. Debido a los antecedentes de Aldo y a su impecable desempeño hasta ahora, Ángel había comenzado a confiar en él, por lo que le encomendó la tarea de cuidar y vigilar a Nathalya durante esa semana. Aldo, fiel a su papel, continuó completamente metido en el personaje, convencido de que quizá se trataba de una nueva prueba. Durante esos días, ni siquiera aceptaba la mirada de Nathalya; evitaba cualquier gesto, cualquier palabra, cualquier señal que pudiera delatarlo. Nathalya sentía algo familiar en la presencia de Aldo. Su apariencia era distinta, sí, pero el parecido con Maximiliano, su cuñado, era innegable. Aunque no se atrevía a hablarle, estaba segura de que su voz era la misma. ¿Pero cómo podía ser esto posible? Claramente él no era Max; su actitud fría, su porte rudo y distante no tenían nada que ver con el hombre amable y protector que ella recordaba. ¿Cómo podía ser que alguien que le inspirara tanto temor también le provocara esa inexplicable sensación de confianza? No quería arriesgarse a meterlo en problemas, pero necesitaba saber si realmente se trataba de Maximiliano o si su mente, desesperada por un aliado, le estaba jugando una trampa. No encontraba la manera… hasta que un día se le ocurrió una idea. Comenzó a cantar. Max nunca la había escuchado cantar, pero aquella melodía era imposible de ignorar para él: era una de las canciones que interpretaba su hermano con su antiguo grupo musical, una pieza que él mismo había ayudado a componer. En cuanto escuchó la primera estrofa, supo que Nathalya no lo había elegido por casualidad. Ella ya lo había reconocido, o al menos sospechaba quién era realmente. El corazón de Max se aceleró. Debía permanecer en su personaje, no podía delatarse, pero tampoco podía evitar acercarse. Lo único que pudo hacer para no levantar sospechas fue caminar con paso firme hacia la puerta, como si quisiera asegurarse de que todo estuviera en orden. En realidad, sólo quería escucharla más cerca. Apoyó la espalda en la pared, cerró los ojos y dejó que la dulce voz de su cuñada lo envolviera. Entonces, entre nota y nota, escuchó un susurro. Apenas audible, casi tragado por el silencio… pero dirigido a él. —¿De verdad eres tú? —susurró Nathalya, casi sin mover los labios. Max no podía responderle con palabras, así que ella tuvo que idear otra forma de comunicarse—. Puedo verte por la ventana… voltea a la derecha para decir que sí y a la izquierda para decir que no. Si viene alguien, sólo haz algo distinto, ¿de acuerdo? Max giró la cabeza muy ligeramente hacia la derecha. Ese gesto discreto bastó para que Nathalya sintiera un vuelco en el corazón: él había entendido. —¿Eres tú, Max? —insistió, con un hilo de voz. Él volvió a mirar a la derecha, pero dio dos pasos hacia delante, una señal evidente de que alguien se aproximaba. Nathalya reaccionó de inmediato; se alejó de la ventana y caminó hacia la otra, fingiendo admirar el paisaje, justo cuando se escucharon los nudillos contra la puerta. Era una de las empleadas, la misma que solía llevarle recados de Ángel. —Señorita, dice el patrón que baje al comedor. La acompañaré. —Gracias, vamos —respondió Nathalya con serenidad forzada. Aldo caminó detrás de ellas, manteniendo la distancia. Una vez que Ángel se encargó de Nathalya, él se retiró para darles privacidad. Nathalya, en cambio, ya no podía pensar con claridad: ahora sabía que tenía un aliado dentro de esa casa. Tenía que ser extremadamente cuidadosa. Un solo error podría costarle la vida a Max. Al terminar de comer, Ángel dio nuevas instrucciones: —Aldo, por favor, acompaña a la señorita a su habitación. —Sí, señor —respondió él, serio como siempre. Pero Nathalya intervino antes de que Aldo pudiera moverse. —No, por favor… quisiera leer un poco en la biblioteca. Sólo unos minutos. Ángel entrecerró los ojos, sopesando la petición. —Tienes veinte minutos, solamente. Recuerda que aún no eres mi esposa. —Está bien —respondió ella con aparente docilidad—, gracias. Nathalya sonrió al escuchar las palabras de Ángel: veinte minutos fuera de su habitación eran un tesoro. Además, intuía que la biblioteca podía esconder alguna prueba de los negocios ilícitos de la familia de Ángel, y se había propuesto revisar cada rincón, sin importar cuánto tiempo le tomara. Aldo la acompañó en silencio. No podía hacer más que observarla, pues en la casa había demasiados empleados alrededor; cualquier mínima señal de cercanía podría levantar sospechas. Pero pronto Nathalya empezó a hablar en voz alta, fingiendo leer títulos al azar, con la esperanza de que Aldo usara las mismas señas discretas para confirmar o negar cualquier información importante. —Oh, este libro titulado "Las Diablillas" parece emocionante —comentó con naturalidad—. Según la sinopsis, es la historia de una mujer que manipula hombres con psicología y belleza para obtener joyas y dinero. Pero este otro… "Los infiltrados"… Apenas mencionó ese título, Aldo movió el brazo derecho de manera casi imperceptible. Nathalya lo tomó como una afirmación, así que continuó. —Es sobre unos tipos que trabajan en un banco y planean robarlo… No, creo que prefiero algo de romance. A ver… este: Sherlock Holmes. Ya había escuchado de él, un detective privado que investiga crímenes y captura delincuentes… Aldo movió su pie derecho, indicando que había algo de eso en su propia realidad. Luego tosió, fuerte y repentinamente: era la señal. Alguien se acercaba. Nathalya tomó un libro cualquiera y fingió sumergirse en la lectura. En ese instante, una de las empleadas entró al área “para limpiar”, aunque su mirada la traicionaba: claramente estaba espiando a Nathalya y vigilando a Aldo. Él revisó su reloj. Justo cuando los veinte minutos se cumplieron, se acercó a Nathalya con gesto severo, indicándole que era hora de volver a su habitación. Ella abrazó el libro con fuerza, intentando llevárselo, pero Aldo lo impidió con una mirada dura, de guardia implacable. —El patrón no autorizó llevarlo —gruñó Aldo, metido en su papel. Nathalya cedió, dejando el libro sobre la mesa, pero antes de salir se dirigió a la empleada. —¿Podrías preguntarle a Ángel si me lo puede enviar más tarde? —pidió con aparente inocencia. La empleada no dijo nada, pero en sus ojos había un destello extraño… algo que Nathalya interpretó como un “sí” silencioso. Una vez que Nathalya y Aldo abandonaron la biblioteca, la empleada fue directamente a buscar a Ángel y le informó cada detalle de lo ocurrido, tal como había prometido. Ángel escuchó con atención. La precisión de Aldo, su frialdad y su sentido de vigilancia lo impresionaron aún más. Empezaba a considerarlo el guardia ideal para Nathalya, aunque todavía no tomaba una decisión definitiva. Al enterarse de que Nathalya quería el libro, sonrió. Tenía claro qué hacer. Esta vez él mismo se encargaría de llevárselo… personalmente.
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