Ambas relaciones parecían marchar bien… al menos en apariencia. Ángel era divertido, lograba arrancarle risas a Nathalya, pero para él todo era un juego. Cada día su capricho aumentaba, y lo que comenzó como diversión se transformaba en un reto personal: conseguir que ella cayera en sus redes. Pero Nathalya no era ingenua; sabía mantener la distancia cuando lo necesitaba.
Alex y Natasha, en cambio, habían decidido esperar antes de dar pasos más íntimos. Él comprendía que ella aún era muy joven y temía que cualquier error pudiera tener consecuencias legales. Su relación crecía con paciencia, respeto y cariño, lo cual hacía que Nathalya se sintiera más protectora de su amiga, y orgullosa de ver que su felicidad no dependía de nada ni de nadie.
El tiempo avanzaba rápido y Ángel empezaba a desesperarse por no lograr su objetivo. Aun así, siempre encontraba maneras de divertirse con Nathalya, probando sus límites. Mientras tanto, la situación en casa de Nathalya empeoraba; buscaba desesperadamente un plan para independizarse. Su economía era limitada, pero su orgullo le impedía pedir ayuda a su novio. Sabía que no necesitaba a un hombre para salir adelante, y jamás compartiría sus planes con Ángel, quien habría visto en ello una oportunidad para su capricho.
Natasha ya no estaba preocupada por Nathalya. Su amiga parecía feliz, acompañada y alejada de los rumores. Lo que Natasha desconocía era la profundidad de los problemas de Nathalya; ella había aprendido a ocultarlos, a proteger su felicidad y la de su amiga a toda costa.
Salir los cuatro juntos siempre terminaba en tensión. Alex y Ángel no se llevaban bien; sus discusiones eran constantes. Pero Alex, por apoyar a Nathalya y asegurarse de que ella no quedara sola con su novio, soportaba los malos comentarios y terminaba disculpándose con Ángel, incluso cuando no era él el problemático.
Nathalya trataba de mediar. Le pedía a Ángel que fuera un poco más amable con Alex, pero él siempre lo tomaba a mal. Comenzó a manipularla sutilmente. Aunque ella no era de las personas que cedían ante un chantaje, sentía que, para mantener la farsa de su amor hacia él, debía hacer lo que él pedía, aunque no estuviera de acuerdo. Y así, cada día se tensaba más la delgada línea entre la mentira, la lealtad y los caprichos de un hombre que creía que podía tener todo… incluso el corazón de alguien que ya amaba a otro.
— Ángel, creo que deberías ser un poco más amable con Alex.
— No veo por qué.
— Solo intenta ser cordial, él no quiere problemas contigo.
— Ese tipo me cae mal.
— No es mala persona, solo es… diferente.
— ¿Y ahora lo defiendes?
— No es eso.
— ¿O sí? ¿Te gusta, acaso?
— ¡Claro que no! — respondió rápido, aunque por dentro sintió el corazón acelerarse.
Ángel la observó en silencio, con una media sonrisa que la incomodó.
— A veces pienso que no me amas lo suficiente — dijo en tono bajo.
— Sabes que sí, tontito.
— Pero no tanto como yo a ti.
— Te amo más.
— No te creo… demuéstramelo.
Nathalya frunció el ceño, sin entender del todo.
— ¿Cómo quieres que te lo demuestre?
— Sé más… complaciente, bebé.
— ¿A qué te refieres?
— Ya sabes — murmuró acercándose a su oído —, soy hombre… tengo mis necesidades.
Ella dio un paso atrás, incómoda.
— Sabes que no estoy lista para eso.
— He esperado meses, Nathy… creo que me lo he ganado.
— Lo sé, y te agradezco tu paciencia, pero… todavía no puedo. No me siento lista.
Él suspiró, dándose media vuelta.
— Está bien. No te preocupes. Supongo que un día aprenderás a amarme tanto como yo te amo a ti.
— Sí te amo — alcanzó a decir ella —, pero me haces sentir presionada.
— No me malinterpretes — respondió con voz seca —. Olvídalo, ya no importa. Nos vemos mañana.
— ¡Ángel! ¡No te vayas así!
— Perdón… — dijo sin mirarla — te pediré un taxi para que te lleve a casa.
A Ángel no le importaba si Nathalya llegaba a casa o no.
Muchas veces la dejaba sola, esperando un taxi o caminando bajo el frío de la noche. No era lo que se esperaba de un novio, pero ella lo aceptaba con tal de mantener la apariencia, con tal de seguir fingiendo que todo estaba bien.
Nadie sabía lo que realmente pasaba entre ellos.
Detrás de las risas y las fotos, había gritos, desprecios y silencios dolorosos.
Mientras Nathalya buscaba la forma de volver a casa, Ángel solía irse con otras mujeres para satisfacer sus deseos. Siempre lo hacía a escondidas, para luego presentarse ante ella como un hombre incomprendido, víctima del desamor.
Aquella noche, después de dejar a Natasha en su casa, Alex vio a Nathalya caminando sola por una calle oscura. Se sorprendió, frenó el auto y bajó el vidrio.
— Nathalya, ¿qué haces aquí a estas horas? —preguntó con preocupación.
Ella bajó la mirada, intentando disimular su tristeza.
— Discutí con Ángel… pero ya todo está bien —respondió en voz baja.
— Sube, te llevo a casa. No deberías estar sola.
Ella dudó un segundo, luego asintió.
El trayecto fue silencioso; solo el ruido del motor llenaba el aire. Al llegar a su casa, Nathalya respiró hondo antes de hablar:
— Por favor, Alex, no le digas nada a Natasha. No quiero preocuparla.
— Ella debería saberlo —respondió con calma—, pero respeto tu decisión.
— Gracias… de verdad, gracias.
Alex la miró unos segundos, con una mezcla de ternura y enojo contenido.
— Nathalya, mereces algo mejor.
— No digas eso —intentó sonreír—, solo fue una discusión. Yo sé que él me ama.
— Ojalá tengas razón —dijo con sinceridad—. Pero si vuelve a pasar, prométeme que me llamarás. No importa la hora, iré por ti.
— Te lo agradezco, pero estoy segura de que no volverá a suceder.
— Aun así… confía en mí.
Ella asintió, bajando del auto con un suspiro.
— Que pases buena noche, Alex.
— Descansa, Nathy —respondió él, observando cómo se alejaba entre las sombras.
El tiempo pasó rápidamente. Las chicas terminaron la preparatoria, cumplieron su mayoría de edad y continuaban con sus noviazgos: Natasha feliz con Alex, y Nathalya con su novio manipulador, que aún no lograba su objetivo.
Desafortunadamente, Nathalya no pudo continuar con sus estudios. Tuvo que ingresar a trabajar en una de las maquiladoras de la ciudad para ayudar a su madre, quien había sido diagnosticada con cáncer. Aunque soñaba con irse de casa, sabía que su lugar era allí, cuidando y apoyando a quien la había criado.
Natasha, en cambio, comenzó su vida universitaria; siempre había querido ser maestra, y finalmente su situación económica y familiar le permitió perseguir ese sueño. Alex le pidió matrimonio y empezaban a preparar la boda, en la que Nathalya ocuparía un lugar especial como dama de honor.
Pero mientras la vida avanzaba, los arranques de ira de Ángel se intensificaban. Cada discusión parecía escalar más rápido, hasta que en una de ellas lo último que faltó fue el golpe. Una bofetada que terminó con la relación… al menos por un momento.
Sin embargo, Ángel volvió rogando, con esa dependencia emocional que tanto sabía usar:
—Perdóname, bebé, te lo ruego.
—No, Ángel, no puedo.
—Yo no sé vivir sin ti.
—No merezco tus malos tratos.
—Lo sé y te juro que voy a cambiar. Ya hice cita con un psicólogo, quiero mejorar, no quiero ser así.
—No sé…
—Por favor.
—Está bien, pero prométeme que irás a todas tus citas.
—¡Por supuesto!
Era mentira. La cita existía, pero Ángel no tenía intención de acudir; su verdadero plan era aprovechar cualquier oportunidad para estar con otra mujer. Lo único que deseaba era conseguir, finalmente, una noche de pasión con Nathalya.
El padrastro de Nathalya estaba peor que nunca. Cada semana, su madre regresaba a casa con moretones nuevos, con la mirada perdida, tratando de ocultar el dolor que recorría su cuerpo. Nathalya sentía un nudo constante en el estómago, una mezcla de miedo y rabia que le impedía pensar con claridad. Le gritaba, le exigía que se fuera, que dejara de lastimarlas, pero él se negaba con arrogancia, como si el miedo de ellas lo hiciera dueño de todo. “Yo también soy dueño de esta casa”, repetía, “porque yo las mantengo”. Y sin embargo, su dinero desaparecía en alcohol, apuestas y mujeres, mientras su madre y ella vivían entre golpes y silencios.
La felicidad parecía un recuerdo lejano. La boda de Natasha, la sonrisa de Alex, su amor correspondido… todo eso le llenaba de alegría y al mismo tiempo le arrancaba un dolor que no podía expresar. Su corazón estaba atrapado entre la alegría por los demás y la tristeza por sí misma. Su propia vida se sentía pequeña, encajada entre un amor que la atormentaba y la obligación de cuidar a los demás. Aunque Ángel era un caos, aunque la maltrataba con sus caprichos, Nathalya sentía que no podía abandonarlo; algo en ella la obligaba a permanecer a su lado, a soportar lo insoportable, como si su responsabilidad hacia él fuera tan real como el miedo que le provocaba.
Ángel ya no era el joven divertido y encantador que alguna vez había conocido. Sus ojos se habían vuelto oscuros, intensos y peligrosos, y cada insistencia para tener relaciones estaba teñida de ansiedad, deseo y obsesión. Cada mirada era un recordatorio de que, si cedía, no habría vuelta atrás; y si no lo hacía, la presión aumentaba, sofocante, constante, casi tangible. Su capricho se había convertido en algo enfermizo, una obsesión que se colaba en cada pensamiento de Nathalya, que le hacía temer por su integridad.