Sana
El abrigo había caído al suelo a cuando él, con una agilidad y rapidez envidiable, sujetó mi espalda e inclinándose, barrió la piel de mis muslos hasta que la falda quedó enrollada encima de mis caderas. Mi culo, ahora cubierto solo por la ropa interior fina, era aprisionado entre sus frías y grandes manos, creando masajes y largas caricias, como si quisiera grabarse la forma de mi trasero en su memoria.
Me encantó. Ver esa posesión de su parte me hizo sentir un objeto precioso. Más allá del respeto que una mujer siempre espera, a mí me fascinaba la idea de que este hombre de mirada tosca y palabras pedantes me viera como deseable al punto de olvidar sus convicciones.
Fue cuando una de sus manos encontró el refuerzo de mis bragas, que separé mis muslos y me animé a tomarlo del cuello para abrazarlo con las piernas. Ahora, sobre él, no solo dejaba mi centro más expuesto a sus deseos, también mis pechos duros quedaron a una altura perfecta para que jugara con ellos.
Max no esperó demasiado, como si leyera mis pensamientos, separó los labios y comenzó a chupar mis pezones intercalando lamidas, sin dejar zona que atender, mientras sus dedos, rozaban mi centro que rápidamente correspondía a su toque necesitado, obligándome a mecer lentamente las caderas para que llegara más lejos.
Nunca había sentido la piel tan erizada. No sabía si debía al frío de sus manos o al deseo que irradiaban y es muy extraño…
Cuando estoy con Bastian, no siento esa necesidad. Veo amor, pero su lobo siempre está presente demostrando su rechazo. Con Max, es como si fuera todo lo contrario.
Su animal sale al exterior, se muestra imponente sobre mí, como si no pudiera esperar para tenerme, pero él… por alguna razón se niega. Y lo sé, soy experta en diferenciar el deseo carnal de un animal al de un cambia formas. Sus ojos lo demuestran, no hay fuego en ellos, solo dolor y mucha confusión. Pero su cuerpo no puede detenerse.
Debería ser yo quien lo detuviese de semejante tortura que evidentemente está soportando, pero ¿Cómo? Perdí el sentido de orientación cuando percibí su olor lobuno y sus manos adueñándose de mi cuerpo.
Me tenía blanda entre sus brazos. Rogando porque me pusiera en forma vertical para follarme.
De la nada, su temperatura cambió drásticamente. Pasó de un frío que lo hacía tiritar a uno caliente, casi afiebrado. Literalmente la nieve a nuestro alrededor parecía secarse. Ni siquiera pasaba por el proceso de derretimiento y así sentía todo mi cuerpo, quemado por él, por sus manos y boca que se adueñaban de mi ser como el más delicioso manjar.
Pero otra vez, cuando enredé mis dedos en sus cabellos y lo alejé de mis pechos, dispuesta a buscar sus labios, sus ojos torturados, ahora más que antes, me hicieron un agujero en el estómago.
Él, no quería esto y me hizo sentir como una loba caliente que se aprovecha de la luna para follar con cualquiera.
Obviamente, ese no era caso. Yo no atravieso la locura lunar, ni soy la puta de la manada. Me gusta el sexo, eso es evidente, pero mi círculo s****l siempre se resumió a uno, “Bastian”
Quizás, el hecho de que fuera probable que Bastian había encontrado a su compañera, me tenía más sensible de lo que quería admitir. Mi loba inútil y solitaria, buscaba consuelo y protección en otros brazos. Pero, evidentemente, me equivoqué con Max. Este hombre, a pesar de gustarme demasiado físicamente, no está en contacto con su animal y así no me sirve. Me hace sentir humillada al admitir que si no fuera cambia formas, no le movería un pelo.
—Está bien, puedes detenerte— pedí, pero grande fue mi sorpresa, cuando sus manos abandonaron mi trasero para terminar sosteniendo mi cuerpo desde las caderas. Se sintió como si lo hubiese tomado como una orden y estaba ahí, a la espera de otra que le hiciera comprender si en verdad quería que esto se terminara o si solamente necesitaba respirar. ¿Eso tenía algún significado? —Max, puedo sentir a tu lobo, así el forastero jamás se acercará. Bájame— intenté poner un tono más firme, para comprobar si en verdad él se tomaba mis palabras como una orden y no como lo que en verdad era, una súplica.
Cuando mis pies tocaron el suelo, tuve que darle la espalda porque literalmente parecía que quería hacerse cargo de mi aspecto y mierda, lo odié en ese momento. Porque lo de sentir a su lobo era una excusa. Sí, lo sentía, pero no me importaba ahuyentar al forastero, al contrario. Mejor si esa alimaña no se acercaba a interrumpir. Pero no le haría ver lo humillada que me sentía con su rechazo y él, en su estúpido intento por parecer un caballero preocupado por mi apariencia, me confundía.
Cuando logro acomodar mi ropa, me animo a mirarlo de reojo. Max se frota el rostro y peina sus cabellos como si se estuviera lamentando. ¿De qué? Quizás por arruinar un posible encuentro o por no ser capaz de controlarse. Sea lo que fuera, no dejaría que me lo hiciera saber.
Cuando lo veo inclinarse para levantar su abrigo, noto como la nieve a nuestro alrededor es aún más gruesa. Una pequeña tormenta cubre el cielo y a pesar de saber que el frío no me matará, no es buena idea estar en el bosque cuando eso sucede.
—Deberíamos buscar refugio, si cae mucha nieve, será imposible encontrar una salida— lo veo asentir y descubro que odio su silencio. —¿Estás bien?
Lo encaro mientras él sacude los restos de nieve que se pegaron a su abrigo. Max se exalta como si yo fuera un peligro para su vida y lo hace tan grotescamente, que la mano que extiende en mi dirección para crear una distancia, cae al darse cuenta de lo patético que está actuando. —Solo estoy cansado, Sana.
Sonrío, porque mi amenaza de hacerle recordar mi nombre comenzaba a rendir frutos y eso que solo bromeaba con él. —No, déjalo— Negué cuando amablemente intentó devolverme su abrigo. —tú lo necesitarás más. Cuando ates a tu animal, volverás a sentir frío.
—No puedo atar a mi lobo si continúas al lado mío, vistiendo así — mi sonrisa se hizo más grande con su confesión. —Yo no puedo hacer esto, no vine aquí a pasar el rato. Estoy en una misión y no quiero fallarle a mi alfa.
El silencio que vino después, me dio las respuestas que necesitaba para olvidarme de la humillación de minutos atrás. Max dejaba en claro que su lealtad era lo que le impedía avanzar y una ola de esperanza me devolvió la seguridad y el orgullo que él había matado.
—No sé cómo funcionen las cosas en tu manada, pero te aseguro que tu alfa no se sentirá ofendido. Al contrario, lo entenderá. Él haría exactamente lo mismo en tu lugar— lo vi, parecía que estaba considerando mis palabras y eso me alentó a seguir. —Pero te ayudaré. Voy a calmar a tu animal, con o sin sexo.
Chasqueó la lengua, pero no dijo nada cuando volví a enredar los brazos en su cuello y de un brinco logré quedar como antes, con ambas piernas rodeando su cintura. —No, Sana. Tu olor, evidentemente le gusta y tenerte así lo pondrá peor.
—Evidentemente— confirmo en tono burlesco. Ya que, para ser un hombre que intenta rechazarme, sujetó mis caderas con demasiada fuerza. —Te aseguro, de que no hay otra Omega en este pueblo, que sea más deseable que yo.
—Evidentemente— contestó y por fin, pude ver una pequeña sonrisa adornar sus lindos labios.
—Si te acostumbras a mi olor, el resto pasará delante de ti sin pena y sin gloria. Podrás seguir con tu misión sin distracciones, a demás mi calor corporal te mantendrá a salvo— No dijo nada. En su lugar, pasó el abrigo por mi espalda y comenzó a caminar conmigo a cuestas.
No voy a mentir, saber que se dejaba ayudar y que yo podía hacerlo, era muy gratificante. Me hacía sentir menos inservible, con una nueva misión, aunque esta podría terminar antes que la noche.
A demás, en esta posición, tenía el plus de poder apreciar su cuerpo.
Max era alto y esbelto, pero debajo de su ropa gruesa, se podía apreciar que tenía músculos duros y bien trabajados. Sí, me había dejado cachonda minutos atrás y los ratones de mi cabeza me hacían crear imágenes de como se vería completamente desnudo. Estoy segura, de que no me defraudaría.
—Si sientes que no aguantas, solo dilo. Los lobos pueden excitarse con facilidad, mucho más aquí con esta luna, pero si no estás atravesando el celo, será respetuoso y se detendrá si se lo pido— Asintió, buscando el sendero de salida por encima de mis hombros. Por un momento, me dio la impresión de que intentaba evitar el contacto visual. Eso me irritó un poco, pese a que ya sabía sus motivos.
Anduvimos sin rumbo por largo tiempo. Yo sabía que estaba por el camino correcto, aunque siendo sincera conmigo misma, no le diría si estuviera equivocado. Me gustaba sentirlo cerca de mí, su corazón en calma, su respiración suave rozando mis mejillas. ¿Quién era este hombre? Podría ser el beta de un estricto Alfa o el futuro líder de una manada en una gran ciudad. Pensar en eso me llenó de emoción. Quizás, cuando lograra quitar esa barrera que lo hacía contenerse, me llevaría con él. ¿Lo haría?
Si todos los betas de su manada son como Max, estaría dispuesta a ofrecerme como su acompañante.
Oh… Destino, ¿Eres tú llamándome? Porque esta, podría ser mi oportunidad para salir de este pueblo y conocer el mundo como tanto había soñado.
—Oye— lo llamé, cuando supe que estábamos a pocos metros de llegar al sendero que nos devolvería a la avenida principal. Él hizo girar los ojos solo un instante, a penas para verme, y volvió la mirada a su objetivo. —¿Volverás cuando tu lobo entre en celo?
—De ninguna manera. Terminaré mi trabajo aquí y no necesitaré regresar a este lugar repleto de Omegas— El pánico se adueñó de mi sistema. La oportunidad que había creado en mis fantasías se había evaporado como por arte de magia.
—En algún momento tu animal buscará a su compañera— le recordé. Pero en lugar de considerar mis palabras, sonrió, generando alegría de verlo y odio, porque, evidentemente, se estaba burlando de mí. Y lo sé, él había confesado que su manada era fuerte, dominado en su mayoría por betas y quizás por eso no veía a una simple Omega como tentadora, es una probabilidad, incluso entendible, pero no pude evitar sentirme irritada. —Nuestro futuro Alfa era como tú. Se mostraba tranquilo y muy despreocupado sobre el tema, hasta que entró en celo y su lobo lo torturó por años.
—Algo oí, sobre que su beta mujer fue masacrada por un forastero y que el pobre no tenía como consolarse. Eso pasa cuando no hay líder fuerte que cuide a su pueblo.
Había burla en su tono y en la mueca que hacía con los labios. No entendí el motivo, ya que, según él, no conocía a Bastian y no debería mofarse de esa desgracia.
—Es verdad, no tenía a su beta mujer, pero una insignificante Omega lo mantuvo con vida.
—Pensé que habías dicho que no había otra Omega más deseada que tú— Susurró, seguramente hilando lo que evidentemente estaba tratando de decir. Yo era esa insignificante Omega.
—No la hay— dije para que no le quedaran dudas.
Su rostro se arrugó y no supe si lo hizo odiando lo que dije o si fue el sonido de la bocina de la camioneta de James lo que lo provocó. Pero cuando me bajó al suelo como si mi cuerpo lo irritara, comprobé que no le gustó saber que tenía encima a la amante de Bastian.
—Debemos parar por esta noche, se avecina una fuerte tormenta y se nos hará imposible ver con claridad— James gritó desde su vehículo.
Yo me quedé a la espera de Max. Quería saber lo que haría a continuación. —Te buscaré después— le dijo al otro hombre, mientras que a mí, ni siquiera se limitó a mirarme.
¿Eso era todo?
—Max, déjame llevarte a dónde te estás quedando o si gustas, puedes quedarte en mi casa.
El pelinegro, se veía conmovido con la propuesta, pero cuando sus ojos encontraron los míos, negó con asco latente.
—No, gracias. No es necesario— me quitó la chaqueta que todavía tenía envuelta en mis brazos y pese a la insistencia de James para que suba al auto, me quedé inmóvil hasta que vi como el cuerpo de Max desaparecía en la calle.
***
Esos ojos… Dios, ¿por qué no puedo quitármelos de la cabeza?
Miro a Cole que no ha dejado de ir y venir con su libreta revisando y anotando lo que debe traer de su viaje. En otra ocasión, estaría dándole ideas, también muriendo de ganas por ir con ella. Pero hoy… solo tengo lugar en mi mente, para él, para esos ojos negros que me han dejado alucinada.
—Sana, ¿Tienes el catálogo?— parpadeo unos segundos, solo para hilar sus palabras y rebuscar en mi cabeza lo que está pidiendo. —Traeré maquillaje y quizás algo de lencería. Lo que me alcance, porque con los vestidos ya quedaré en la ruina.
Ah… Cierto, el catálogo con los vestidos.
Me agacho detrás del mostrador y saco el catálogo que me pidió en el cual ya he marcado el pedido de las jovencitas del pueblo. Cole sonríe como usualmente hace cada vez que está por viajar a la ciudad y por primera vez desde que trabajo con ella, se equivoca sobre la razón de mi humor.
—Deberías estar feliz. Sin Bastian, eres libre de ir a dónde quieras. ¿Quién sabe? Quizás este sea mi último viaje y los próximos podrías hacerlos tú.
—Estoy feliz por tu hijo. Aunque no lo creas, tengo otros problemas aparte de él— No sé por qué lo mencioné o por qué soné terriblemente herida. Lo cierto es que Cole no es estúpida. Ella sabe que llevo al menos diez años enamorada de Bastian y tener “otros problemas” justamente ahora que él pareciera haber encontrado a su compañera, suena realmente ridículo. —No me hagas caso. Me he sentido extraña estos días y ahora sin él… mucho más.
Una sonrisa triste se me escapa y toda su compasión materna sale a flote. Busca la mano que tengo apoyada sobre el mostrador y con esa sonrisa cálida que la representa dice. —Puede parecer la muerte ahora, pero tu compañero te encontrará y verás que ese lazo es mucho más fuerte que cualquier amor.
—No lo sé— las lágrimas se atoran en mi garganta provocando que mi voz salga más chillona de lo normal. —Tal vez, ni siquiera tenga un compañero.
Me empuja sutilmente del hombro para hacerme reaccionar, pero sabe que es difícil para mí creer que tengo un destino.
—Es imposible que no tengas uno. No seas negativa.
—Soy realista— contraataco. —Los betas ni siquiera se animan a mirarme. Para ellos soy la favorita de Bastian y esa es razón suficiente como para mantenerme lejos de sus camas. ¿Cómo encontraré a mi compañero si posiblemente se rehúsa a probarme?
La mujer suspira resignada. Ahora entiende mi punto y sabe que no tengo muchas oportunidades. Y es que, los betas reconocen a su compañero después del sexo y casi por ley, lo hacen antes de que la mujer alcance los veinte años.
—Ya estoy en mis veintiséis. Las probabilidades se acortan— razono más para mí.
Me doy cuenta, de que el rechazo de Max dolió más de lo que mi orgullo me dejaría admitir. Las probabilidades de que ese hombre fuera mi compañero son nulas, aun así, había dejado que mi corazón se ilusionara un poco. Bueno… quizás mucho.
—El destino a veces actúa de manera extraña. Hace unos días veía como mi hijo enloquecía cada vez más, hasta el punto que me veía resignada a verlo morir. Mírame ahora, estoy tranquila yéndome porque estoy segura de que ya está bien.
Suspira con una sonrisa llena de felicidad y satisfacción. Y lo sé, el destino suele ser cruel, confuso, hasta aterrador y aunque a mí no me afecte la luna, toda la vida soñé con encontrar un compañero.
Aún lo deseo.
—Siento que, este invierno será más frío que nunca.
—¡No digas tonterías!— me anima agitando mis hombros y con leves empujones me hace rodear el mostrador para dejarme de pie frente a ella. Comprendo que su intención es buena, ella es Omega como yo, pero tuvo la suerte de que su compañero la encontró cuando a penas era una adolescente y eso es lo que no entiende. Pues ella, ya esperaba a su segundo hijo antes de llegar a sus veinte. Jamás sabrá lo que es estar en mi lugar. —Verás que en la próxima fiesta de invierno, tendrás betas para elegir.
Elegir… ese es un privilegio que no puedo darme. Son ellos quienes eligen y mis expectativas en cuanto a un compañero son muy altas. Ese es mi problema, no me di cuenta de que ser la amante exclusiva de Bastian me dejaría tan inalcanzable para otros cambia formas.
—Tienes razón, soy la única Omega en el pueblo que se preocupa por esas cosas. Vete tranquila, yo cerraré, como siempre y quizás, de un paseo antes de ir a molino por la noche.
Mi corazón duele al comprender mi horrible destino. Los Omegas, estamos acostumbrados a satisfacer a los betas enloquecidos y estar tan pendiente de Bastian por tantos años, había despertado el deseo de mi loba por un compañero. Aunque es irónico. Pues nunca me sentí posesiva con él. Incluso jamás me molesté en compartirlo con otras lobas, ni tuve miedo a perderlo a causa de ellas. Pero ahora… que tengo la seguridad de que no volverá a mí, lo extraño. O quizás, extrañe esa sensación de poder que él me daba, la seguridad de sus brazos, la tranquilidad que llenaba mi corazón al saber que vivía por mí.
Hoy, sin Bastian. Evidentemente, no soy nadie.