Max
James conduce su camioneta por algunos minutos, los cuales se me hacen eternos. Pues, la tensión es tan densa que ninguno se atreve a cortar el silencio.
La mujer, a pesar de tener suficiente espacio, se inclina demasiado sobre mí, dejándome pegado a la puerta del acompañante y con una de sus piernas sobre mis muslos. Lo extraño es que no sé cómo decirle que la posición me incomoda, de hecho, mi cuerpo no reacciona. Como si tuviera miedo de moverme. El conductor, mira de reojo la escena. No se ve alarmado, ni con ganas de ser él quien le diera aviso a la rubia de que tiene más espacio en su asiento.
Al principio me daba la impresión de que solo paseaba por el centro del pueblo, haciendo tiempo, pero de la nada detiene el motor y nos hace bajar en una calle escondida que nos lleva directamente al bosque. Es obvio que de haber un forastero, este se escondería lejos de los ojos betas y esto me molesta, ya que cuánto más nos alejemos del pueblo, más tardaré en encontrar a Samantha. Pero ya estoy metido en esto, no puedo arruinar esta oportunidad de obtener información sobre su paradero, aunque ni bien nos perdemos entre los árboles cubiertos de nieve, James habla quitándome todo estibo de ilusión.
—Vamos a separarnos. Daré vueltas con la camioneta para esparcir mi olor, así el forastero no tendrá otra salida más que esconderse y ustedes serán la carnada perfecta.
—¿Qué?— pregunto tratando de comprender. El rubio sonríe como si estuviera bromeando, lo cierto es que no me agrada lo que dice.
—El olor de Sana atraerá al sujeto y tú no tienes aroma, así que no te verá como un peligro. Cuando se acerque, tú lo detienes y ella me llamará dándome su ubicación. Los betas que están llegando de otras manadas, los mantendrán alejado del pueblo.
—¿Y si es una mujer? Es mejor que sienta tu olor. ¿No crees?
—Estás bromeando. ¿Verdad?— carcajea haciéndome sentir estúpido. Había olvidado que los forasteros le temen al olor de un beta. ¿Qué me pasa? No puedo actuar como un ignorante frente a él.
—Cuidaré de ti, lo prometo— La rubia se une a la burla y no me queda otra más que imitarlos para dejar de parecer un tonto.
—Bien. Solo finjan ser una parejita casual que se esconde de la gente para hacer sus cosas— La saliva pasa espesa por mi garganta. Entonces me doy cuenta de que mis nervios se deben justamente a que estaré a solas con esta mujer. Es ridículo suponerlo, ¿Por qué? No haremos nada. —Empezaré por la entrada del pueblo. Estén atentos y no se olviden a qué vinimos. La luna es fuerte, puede ser difícil para ti contenerte, Max. Y aunque el olor a sexo lo atraerá, por favor, tengan cuidado y que no los agarre por sorpresa.
Lo oí, lo procesé y a pesar de saber que no hay probabilidad de que algo suceda, no puedo evitar sentir que estoy haciendo algo imperdonable. O sea, ellos están acostumbrados a ver el sexo como algo normal, yo no. No lo haría en medio del bosque a una temperatura tan baja, menos con una completa desconocida.
Mierda… En otra ocasión, no le habría dirigido la palabra, pero aquí estoy, atento a sus movimientos como si fuera un idiota. Ni siquiera noto por dónde James se fue, porque ni bien se alejó, su aroma desapareció dejándome a solas con el olor a flores y frutas tropicales de esta mujer. Dulce, casi empalagoso. Pero… delicioso.
Maldita luna. No puede hacerme esto ahora. Lo peor es que ni siquiera estoy en celo. ¿En qué me convertiré cuando eso pase?
—Max— ladeo la cabeza en dirección a su voz y podría jurar que mis ojos se agrandaron al verla. La mujer está de pie a pocos metros, justo debajo de un claro. La luz de la luna ilumina su rostro y no puedo salir de mi asombro.
No creo haber visto un rostro tan hermoso en la vida, ni un cuerpo tan perfecto. Esta mujer cubre cada uno de los estereotipos de belleza y me sorprende cuando pienso en eso. Nunca me había puesto a opinar en cosas por el estilo, en sí no me importaban. La belleza es subjetiva, siempre lo creí. Pero viéndola, no puedo evitar sentir que estoy en frente de una diosa. Labios carnosos, piel de porcelana que, aunque es notable el maquillaje, es evidente de que no la necesita. Ni hablar de su cuerpo. Curvas bien marcadas, piernas, brazos y torso tan proporcionados que sus senos sobresalen de su ajustado vestido corto.
—Hermosos ojos— dije creyendo que lo había pensado. El pequeño rubor de sus mejillas me advirtió de ese desliz. Me acerqué para apreciarlos mejor, ella no se inmutó ni se mostró molesta con ese acercamiento. Solo se quedó allí, aleteando sus pestañas para mí, dejándome apreciar esa miel brillante debajo de sus párpados. —Nunca había visto algo similar.
—Tengo el presentimiento de que nunca antes habías estado frente a un Omega. Tu manada debe ser muy fuerte.
Termina de acortar la distancia y tengo que contener la respiración unos segundos, porque siento que su aroma nubla mi visión. La verdad es que tiene razón. Nunca estuve frente una Omega sin pareja, aparte de Seolyun quien no cuenta por ser una niña. Con esta la atracción es inevitable. Mi lobo reconoce su debilidad, su sumisión y se altera un poco.
—En realidad, sí. Aunque mi manada es pequeña, nuestro alfa es muy fuerte y somos en gran mayoría Betas— Escondió la mirada un momento, aun así, no pudo ocultar la emoción que mis palabras le daban y aunque, no suelo alardear, sentí que estaba bien hacerlo en ese momento. La idea de impresionarla me generaba una especie de gozo. Pero sabía que no debía dejarme llevar por ese sentimiento nuevo o podría arrepentirme de las consecuencias. Entonces, haciendo uso de mi fuerza de voluntad, ignoré completamente sus sutiles movimientos de pestañas y esa sonrisa pícara que provocaba que la saliva de cualquier hombre se amontonara debajo de la lengua. Le di la espalda y comencé a caminar a la parte más oscura de ese bosque. —Vamos a movernos. Si ese animal no viene a nosotros, es mejor que lo busquemos.
Para mi sorpresa, la rubia corrió para prenderse de mi brazo y algo dentro de mí se sacudió otra vez. —¿Qué sucede?— interrogó en voz baja. Casi susurrando, lo que me puso peor.
Su voz, su tacto, que a pesar de no ser piel a piel se sentía muy reconfortante y creo que fue capaz de oír como mi corazón se aceleró. —creí oír algo— mentí. No podía decirle que su presencia me noqueaba sin que sonara extraño.
Y lo sé, lo sé. Me han advertido muchas veces que estar dentro de una manada, haría que mi instinto animal despertara. Pero yo, debía ser engreído y suponer que sería fácil para mí.
Lo cierto, es que la luna de aquí se siente como si me quemara por dentro.
—Tienes oídos muy sensibles— Me halagó, con una sonrisa que ya no pude ignorar. Mi lobo quería saltar sobre ella, mi humano huir lejos de su presencia. Alejarme a estas alturas ya no era una opción, así que tuve que atar a mi lobo, relajar mi cuerpo y acostumbrarme a su aroma que me tenía palpitando varias partes del cuerpo al mismo tiempo. —Lo que no comprendo, es ¿Por qué una manada tan fuerte como la tuya, necesitaría de un verdugo? Se supone que los forasteros evitan los lugares en donde hay muchos betas.
—Mi manada es pequeña, pero vivimos en la ciudad y la cantidad exagerada de humanos los atrae— Otra vez, mostró emoción. Pero permaneció en silencio, como esperando a que le diera más información. Cosa que no pasaría, pues ella debía ser quien me diera herramientas para mi estadía aquí. —¿Qué hay de su líder? ¿No puede mantener un pueblo tan pequeño?
La rubia sonrió triste y se adelantó dejándome una especie de picazón en la zona donde tenía su brazo.
Extraño, pero ignoró mi comentario sobre su líder desconocido, al igual que Seolyun horas atrás. Sabía que él existía, porque sería ridículo que una manada estuviera veinte años esperando a que Bastian madurara. Alguien debía liderar este pueblo, pero al parecer a nadie le gustaba hablar de él y fingían que no tenían uno.
Mis pensamientos se vieron en segundo plano cuando la vi caminar delante de mí. Ya que,
Verla de espaldas era todo un espectáculo. Un trasero redondo en forma de manzana que invitaba a perder una mano debajo de esa falda corta. Demasiado corta, tanto que si me inclinaba un poco, sería capaz de ver su ropa interior, en caso de que la trajera. Y su cintura… creo que nunca había tenido estos pensamientos acerca de mis palmas rodeando un cuerpo tan delgado. Si bien, parecía frágil, me imaginé cómo encastraría mi cuerpo si la tomara de atrás, con fuerza, mucha fuerza.
Suspiré largo, tratando de controlar mis emociones, pero el movimiento de sus glúteos me hacían regresar a esos pensamientos lascivos que comenzaban a excitarme.
La curiosidad por saber si traía algo puesto, me hizo ladear la cabeza, gran error, porque la rubia me estaba mirando, cosa que no noté por tener la vista clavada en su regordete y firme culo.
—¿Es un fetiche tuyo?— arrugó el ceño, un gesto despectivo que en otro podría verse irritante. En ella, lucía encantador. No sabía si reír o avergonzarme.
—Lo siento— suelto despreocupado e ignorando su descontento. Enderezo mi cuerpo y continúo caminando, porque ahora sé que me seguirá. —Solo que… ¿No tienes frío? ¿Cómo puedes andar casi desnuda y caminar en la nieve como si nada?— su expresión se frunce más y en un intento por calmar la situación, enumero con los dedos —Desprovista de ropa, en luna llena, con un beta desconocido, en medio del bosque sin un alma cerca, peor aún, ¿enojarte porque te miré?
La rubia abrió los ojos como platos y la boca con tanta sorpresa, que esperaba un insulto o grito. Pero eso nunca pasó. En su lugar, estalló en una carcajada.
—Lo dices como si corriera peligro— dijo entre risas. No supe qué contestar. —El único peligro que corro, es que el forastero aparezca antes de tener un orgasmo.
Mi conciencia me golpeó en las bolas. Ella dejaba en claro que no había nada dulce en su personalidad y si vino hasta aquí, no es justamente para ayudar. La rubia quiere algo y este es el momento para sacarla de su error, antes de que sea demasiado tarde.
—Escucha, Ana. Esto es peligroso y necesito que estés atenta. Aquí no pasará nada, así que por favor, no intentes jugar con mi paciencia.
Bien, me sentí orgulloso de mi voz firme. Aunque por dentro, parecía un pequeño por culpa de su sonrisa burlona, que prometía hacer realidad mis fantasías más absurdas.
—¿No oíste al jefe?— preguntó llevando ambas manos a su espalda. Por un instante decidí ignorarla y seguir caminando, pero mi lobo clavó las uñas en la nieve impidiendo que levantara los pies. —El olor a sexo lo atraerá. Empecemos.
Pasé saliva, observando como comenzaba a bajar el cierre de su vestido sin mangas. Por lo visto, su cuerpo era flexible, ya que lo hizo sin problemas hasta que quedó enrollado en sus caderas.
Sí… se había medio desnudado frente a mí.
Desde su abdomen plano, sus pechos asimétricos y cuello fino, estaban a plena vista.
—Guau— ladré, dejando salir todo el aire de mis pulmones. Peor aún, creo que se me olvidó como respirar por varios segundos.
La cosa empeoró cuando la rubia notó el agrado en mis ojos y pego su cuerpo al mío tanto como pudo.
—Desconozco las reglas de los verdugos y como se manejen en otras manadas, pero aquí esto es legal— parpadeé mirando la copa de los árboles en medio de la oscuridad. Pero por más que mi cabeza se negaba a creer lo que ocurría, mi cuerpo lo estaba sintiendo y sufría las consecuencias. Pues podía apreciar como sus cálidas manos, a pesar del frío, hurgaban bajo mi ropa en busca de piel y la manera tan excitante con la cual sus pechos vigorosos se frotaban contra mí. —Aquí, puedes usarme. Seré solo una Omega insignificante, pero te aseguro de que puedo ser muy generosa con aquellos que me gustan— su vocecita, salió como si de un suspiro se tratase. Perezoso, miedoso y suplicante. Casi como si estuviera pidiendo que me la follara al borde del llanto. Aquello fue sin dudas muy satisfactorio y demasiado erótico como para ignorarlo. —Max, te estoy dando permiso para que hagas conmigo lo que quieras. Aunque prefieras verlo como una oportunidad para atrapar a ese forastero.
—Cierto… hay que atraparlo— me animé a mirarla a los ojos. Ella sonrió asintiendo para darme la razón. Inmediatamente, la mirada se me desvió a la unión de nuestros cuerpos, dónde sus tetas lucían más hinchadas por la presión con la que se apretaba contra mi pecho.
Santa mierda que se veía perfecto, como si ese fuera su lugar en el mundo. Ahí, encastrada contra mis extremidades. Solo faltaban sus piernas de infarto rodeando mis caderas y su centro caliente siendo invadido una y otra vez.
Carajo, ¡no! ¿En qué estoy pensado?
Exhalé con fuerza. Necesitaba de todo mi poder mental para sobreponerme. Lo cierto es que nunca estuvo tan frágil como ahora. ¿Y se atrevía a llamarse “insignificante”? Pues… esta mujer no tiene idea del poder que posee. Tiene idiotizado a un beta poderoso, el único en su especie que fue capaz de domesticar a su lobo. No solo eso, lo está aturdiendo sin hacer uso del celo.
Es aquí, cuando debo mostrar mi autoridad frente a la tentación. Yo domino mi cuerpo, no soy una bestia al acecho, ni nada parecido. Aunque… santa mierda, antes de abrir la boca y soltar saliva, sabía que me iba a costar. Eso me hizo pensar en lo duro que sería mi estadía en este lugar. Porque, si mi cuerpo y mi animal se enloquecían de esta manera ante el primer estímulo, no tenía idea de cómo haría cuando las otras lobas en celo descubran mi olor. Lo único seguro, era que sería una tortura.
—No habrá sexo— sentencié tajante. Hasta podría apostar que soné grosero y pedante. No me importó en absoluto. —Ana, no vine aquí para esto. Estoy en medio de una misión importante y no necesito distracciones.
Mierda, decirlo así, me recordó los verdaderos motivos que me llevaron a estar en este bosque en medio de la noche con una completa desconocida.
Samantha…
Me siento sucio al darme cuenta de que no hay forastero y que aun sabiendo eso, pensé en la probabilidad de aprovechar un polvo con esta mujer. Yo no soy así, no importa lo que digan sobre los cambia formas, jamás se me cruzó por la cabeza engañar a Sam.
Aproveché esa ráfaga de lucidez y me alejé tan rápido que la rubia quedó aleteando las pestañas sin poder comprender lo que pasó. No la culpo. Seguramente esta es la primera vez que un hombre le dice que no y quiero cortarme las bolas por ser justamente ese imbécil.
Me quito el abrigo de cuero sintético y se lo paso por los hombros simulando una caballerosidad que no existe en mí, pues, si soy caballero, pero ahora, lo único que quiero es que se tape y alejarme de esa tentación.
La rubia me mira entre curiosa y dolida, pero no hay ni una pequeña pizca de asombro, lo que me dice que mis sospechas son incorrectas. ¿Cómo podría ser eso verdad? Al menos yo, tengo una docena de motivos para no caer en sus trucos de seducción. Pero, ¿Los demás? Es imposible, fuera de cualquier lógica, que esta mujer estuviera acostumbrada al rechazo.
—Conoces a Bastian, ¿Verdad?— dice con la voz desilusionada, como si estuviera resignada por algo. Niego con la cabeza y ella chasquea la lengua contra el paladar en un gesto de total incredulidad a mis palabras. —¿Entonces? Eres beta, la luna está llegando a su apogeo. Deberías estar calmando a tu animal… O sea, todos lo hacen.
Apretó las solapas de mi cacheta contra su pecho y agitando los hombros en modo de berrinche, me encaró. No supe si reír o asustarme por su movimiento brusco y gesto aniñado. Por las dudas, no hice ninguna de las dos, para no delatar mis emociones. —Ana, no estoy atravesando el celo. La luna no me afecta.
Sus ojos rodaron por la oscuridad del bosque. Ahora sí, parecía ofendida y con ganas de golpearme. —Sana— me corrigió alargando la primera consonante. —¿Tan insignificante me ves, que ni mi nombre puedes pronunciar?— Parpadeé. No sé si fueron sus palabras cargadas con drama juvenil o su cuerpo cálido provocando el mío con su cercanía, pero retrocedí un paso golpeando el tronco de un árbol con mi espalda. —Te haré gritar mi nombre— dijo cuando terminó de acorralarme. Me tenía como quería, lo peor, era que aunque podía salir con facilidad, mi cuerpo se rehusaba a cooperar. —Te lo haré tan rico, que hasta soñarás conmigo y mi nombre quedará grabado en tu memoria como el uno, dos, tres.
Santa mierda…
Sus palabras sonaban a una promesa excitante. De hecho, solo imaginar cómo sería, la sangre quiere abandonar mi cuerpo y escaparse por mi m*****o. —No te hagas el inocente— continúa. Con una mano toma de mi cadera, con la otra levanta mi mentón obligándome a cerrar la boca. Ni siquiera había notado que la traía abierta. —Hasta James, que es el cambia forma más fuerte de nuestra manada, a veces se escapa de sus deberes para darle paz a su lobo. ¡Y está bien!— exclamó con mucha seguridad. —Debes hacerlo para calmar a tu animal.
De momento a otro, había tomado mi mano para colocarla sobre uno de sus senos. El contraste de mi piel fría y la suya caliente la hizo jadear, no sé si con asombro o molestia. Pero no me preocupé demasiado, pues se sentía bien que ella tomara el control. Como si me sacara el peso de la conciencia.
Su mano apretó la mía y gracias a eso, pude apreciar la firmeza cálida de su pecho. No pasó mucho hasta que tomé el control, masajeando esa zona, dejando que mis dedos se deslizaran por el centro para acariciar la aureola de un pezón duro, pero tierno y sin siquiera predecirlo, mi animal se exteriorizó.
Podía sentirlo fuera mi, era él quien quería tocarla, oler su esencia. Y aunque yo me opuse e intenté luchar, no pude hacer nada.